Anna Soler-Pont: “Comencé como agente literaria con una máquina de escribir y un fax”

Anna Soler-Pont: “Comencé como agente literaria con una máquina de escribir y un fax”

 / zendalibros.com

Anna Soler-Pont viajó a El Cairo como una joven filóloga barcelonesa recién salida de la facultad y regresó convertida en agente literaria. Quizá ya lo era antes de partir y se marchó tan lejos para buscar algo que existía dentro de sí desde el comienzo. Algunas cosas deben cambiar de lugar para llegar al que verdaderamente corresponden. En el año 1991, Anna Soler-Pont aterrizó con el equipaje lleno de las novelas de las autoras egipcias que le encomendaron, por Dios, conseguir un sello europeo que las tradujese. Al español, francés, inglés, alemán. ¡Pero que las tradujera! Entonces ella se sentó con las páginas amarillas y llamó, editor por editor, para ofrecer aquellos manuscritos. Han transcurrido más de dos décadas desde entonces. Permanecen en pie dos cosas: una agencia literaria y la sonrisa sin astillas de la mujer que decidió fundarla. En aquella Barcelona que estrenaba Juegos Olímpicos, aquel proyecto hincaba el diente en un mundo que ya no parecía tan lejano, aún siéndolo.

via Anna Soler-Pont: “Comencé como agente literaria con una máquina de escribir y un fax” – Zenda.

Creada en la primavera del año 1992, la Agencia literaria Pontas cumple 25 años. Lo que comenzó con un viaje que condujo a Anna Soler-Pont a las orillas del Nilo, junto al Premio Nobel Naguib Mahfouz, hoy es una oficina que lleva más de 70 autores de cinco continentes, traducidos todos a una decena de idiomas. “Empecé con una máquina de escribir y un fax, yendo a Correos cada día”, dice su fundadora, sentada en una silla de metal bajo los árboles de un señorial patio interior del l’Eixample, el lugar que ha elegido para recibir a sus invitados: los autores que esta noche llegan de todas partes del mundo para alzar la copa de lo que podrían ser unas bodas de plata. Eléctrica, perfeccionista, Anna Soler-Pont vigila que todo esté a punto. Así es ella, una mujer que comunica dos orillas: la de quienes escriben y la de quienes leen. Porque, después de todo, qué es una agencia literaria si no un puente, el que ella sostiene en la fusión de las iniciales de su nombre.

Dos premios PlanetaDolores Redondo y el mexicano Jorge Zepeda—; el italiano Federico Moccia; autoras de la fuerza de Milena Busquets; el doble Premio de la Crítica Kirmen Uribe; Gabi Martínez; Susana Fortes; Ramón Lobo; Blanca Busquets… Estos nombres son sólo una parte del catálogo que Anna Soler Pont ha conseguido reunir durante 25 años. En el negocio del libro son conocidos los escritores, los editores, incluso los libreros, pero poco se sabe de esa figura que une a quienes quieren leer y ser leídos: el agente literario. ¿Qué hacen? ¿Cuál es su función? ¿En qué contexto actúan y a favor de quién? De eso habla Anna Soler-Pont en esta entrevista.

«En estos 25 años han ocurrido muchas cosas, por ejemplo, la irrupción de la tecnología, que ha facilitado la comunicación de las personas en todo el planeta.»

-¿Por qué una agencia cuyo perfil es evidentemente  internacional mantiene su sede en Barcelona?¿Por qué comenzó y por qué sigue en Barcelona?

-Por qué la agencia empezó en Barcelona es sencillo de contestar. Porque soy de aquí. Fue una inconsciencia –Anna Soler-Pont ríe, descubre los blancos incisivos casi como un acto reflejo– Tenía en la cabeza un proyecto internacional y, en el fondo, hubiese sido mucho más fácil llevarlo a cabo desde una ciudad como Londres o Nueva York. En algún momento me planteé irme, pero por amor y por amor a mi ciudad me quedé aquí. Cuando comenzamos, en abril de 1992, poco antes de los juegos olímpicos, todo se puso a favor para que Barcelona se convirtiera en el centro del mundo. En estos 25 años han ocurrido muchas cosas, por ejemplo, la irrupción de la tecnología, que ha facilitado la comunicación de las personas en todo el planeta. Empecé con una máquina de escribir y un fax, yendo a Correos cada día. Tuve que representar a personas de cinco continentes sin Internet, sin PDF, sin iPhone.

– Usted no tenía ningún antecedente editorial. ¿Cómo llega una chica de 23 años, sin experiencia, a plantearse un proyecto de este calibre?

-No me lo planteé directamente. En 1991 viajé a El Cairo. Había estudiado Filología Árabe. Trabajaba como free-lance para varias editoriales. En una de las editoriales para las que trabajaba esperaban un texto de Naguib Mahfouz, que entonces ya tenía el Premio Nobel. Cuando supieron que me marchaba (en realidad iba a hacer fotos, preparar reportajes, practicar mi árabe, a buscarme la vida), esa editorial me dijo: no regreses sin ese texto de Naguib Mahfouz. Me escribieron una carta que me abrió puertas para llegar a él. Conseguirlo se convirtió en el objetivo del viaje. Fue él quien me invitó a una tertulia en un café, en la orilla del Nilo, donde varios escritores iban  a escucharlo cada martes. Tienes que venir conmigo, me dijo. “Ser Nobel no vale nada. Ya soy muy mayor, ven conmigo, porque ahí están los escritores jóvenes. Esos son los importantes”.

-¿Eso condicionó su mirada? Porque su catálogo tiene un énfasis en África y Asia.

-Ocurrieron algunas cosas. Muchas escritoras me pidieron que viajara de regreso a Barcelona con la maleta llena de sus novelas publicadas en El Cairo, para que se tradujeran en Europa. Yo les decía: “no soy nadie. Tengo 23 años. Soy la chica de las fotocopias. De las correcciones de ortografía”. Ellas me respondieron: “¡No! Tú estás ahí, en Europa. Inténtalo: que me traduzcan al francés, al castellano”. Al volver, me senté con las páginas amarillas. Llamé a las editoriales: Anagrama, Gallimard en París… Les pregunté si alguien tenía interés en las novelas de autoras publicadas en El Cairo.

-¿Cuál fue la reacción?

-Todos me hacían las mismas preguntas: “¿trabajas para una agencia literaria?”, que yo no sabía lo que era, y la otra: “¿quién tiene los derechos de autor?”, que tampoco sabía qué eran ni cómo funcionaban. Comencé a preguntar a los colegas con los que estaba colaborando. Así me enteré de que existía esa figura de intermediación entre escritores y editoriales, que se llamaba agente literario y cuyo trabajo era descubrir voces en el mundo. Me dije a mí misma: ¡yo quiero hacer eso! Pero no había formación ni otra manera de convertirse en tal cosa si no era trabajando en una agencia literaria o montando una.

-Así que usted no lo dudó y…

-Sí, decidí montar mi propia empresa y armar un catálogo de escritoras –Anna ríe a la vez que mira a su alrededor-. Comenzamos solo con mujeres de África, Asia y Oceanía. No podía competir con las grandes agencias del mundo hispano o de mi ciudad, porque yo no era nadie. Desde el primer momento pensé en hacer algo distinto: llevar a autoras de tres continentes que no estaban presentes en los catálogos de las grandes editoriales.

«La primera escritora de habla hispana a la que contacté y llegamos a un acuerdo, en 1996, fue Susana Fortes, finalista del Planeta, premio Fernando Lara.»

-¿Cuáles recuerda como las más importantes para usted en esa etapa?

-De todas ellas están Nawal al Saadawi, una autora egipcia que me recibió y me permitió representarla unos años. Fátima Mernissi, una autora muy importante de Marruecos. La primera escritora de habla hispana a la que contacté y llegamos a un acuerdo, en 1996, fue Susana Fortes, finalista del Planeta, premio Fernando Lara. Está traducida en muchas lenguas. Hemos celebrado 20 años de relación autor-agente el año pasado. De esa forma, comenzaron a llegar más escritores de distintos continentes y Pontas se abrió a hombres y mujeres.

-¿Hoy cuántos lleva?    

-Actualmente representamos a escritores y escritoras de los cinco continentes que viven en 26 países y la ciudad de Barcelona se ha convertido  en un lugar interesante para muchos de ellos. A algunos autores que viven en Nueva York les gusta más ser representados por una agencia que no está en su ciudad y en muchos países de Asia o África prefieren el hecho de que no tengamos una connotación colonial. Para un autor de Indonesia como Eka Kurniawan no sería lo mismo si la agencia estuviera en Amsterdam. Eso ha jugado a favor.

-El verbo arriesgar está ligado al nombre de su agencia. Representa a autores españoles que tenían una voz sólida, pero que irrumpían: Milena Busquets, Kirmen Uribe, Dolores Redondo…

-El riesgo está.  Pero también la intuición y las ganas de aprender. Las tres cosas. Dolores Redondo nos llegó con un e-mail tipo, que mandó a todas las agencias. Las primeras páginas de aquel PDF, El guardián invisible, nos llamó mucho la atención y apostamos por eso. Nos genera curiosidad todo los que nos llega.

-La curiosidad garantiza la juventud. ¿Resabiarse en una industria como ésta es fácil, verdad?

-A mí no me ocurre. Todavía siento que estoy aprendiendo.

-¿Después de 25 años?

-No siento que pueda plantarme y decir: ya lo sé todo. Con el tiempo he ganado en serenidad. Esto me lo enseñó Raimon Panikkar –con dos k, acota, por aquello de tenerlo todo atado-, un filósofo impresionante. Nos llevábamos 50 años pero me dio la oportunidad de ser su agente. “Anna, lo que me gusta de ti es que tienes medio siglo menos que yo y eso hace que aprenda de ti. Alguien más joven siempre te puede enseñar algo”, me dijo. Siempre estoy con esa necesidad.

-¿Y si llegara alguien a comprarle la agencia?

-¿Comprarme la agencia?

-Sí, eso. Comprársela.

-¡No! Me divierto mucho con ella. Pontas es una empresa saneada, que funciona, que tiene una larga vida por delante.

-No se lo digo por eso, si no por la idea de cuánto más podría estar al frente.

-Nosotros queremos mantener esta empresa. Nuestro límite son cien clientes. A día de hoy trabajamos para 76 autores. A mí me interesa que tanto mi equipo como yo sepamos para quién trabajamos: nombres, apellidos, las parejas, si están empezando novela o terminando, cuándo entregarán, si están de viaje de promoción en Noruega o en Nueva York, si se va a adaptar su novela al cine y si han leído el guión, si quieren ir al rodaje. Si vas a llevar más autores necesitas ampliar el equipo. Eso deformaría la idea original de lo que Pontas es: una agencia boutique.

«Nuestra idea es que el máximo de los autores que llevamos puedan vivir de su escritura. Poder jubilarlos de otros trabajos, para que puedan escribir lo que desean escribir.»

-¿Se planta ahí?

-No tenemos techo en cuanto a beneficios para los autores que representamos. Nuestra idea es que el máximo de los autores que llevamos puedan vivir de su escritura. Poder jubilarlos de otros trabajos, para que puedan escribir lo que desean escribir. Estamos especializados en ficción para adultos, en novelas. Existe una que otra novela juvenil, pero el fuerte es ese. Para  conseguirlo, el reto es que ganen lo máximo.

* * *

En el número 31 de la calle Séneca, hay un sobre de azúcar enmarcado en vidrio y madera. Es pequeño y hay quienes apenas notan su presencia. Se trata de una receta médica, la primera que emitió su padre al acabar la carrera de Medicina. En el pequeño trozo de papel industrial puede leerse, en catalán: 30% de tranquilidad, 30% de alegría, 30% de esperanza y 10% de aguas de la juventud. Una suma peculiar. El padre de Anna Soler-Pont fue el primero en su familia en entrar en la universidad. Ha de ser por eso que ella hizo suya aquella receta: desde sus años viajando en coche hacia la India y parando en Irán y Pakistán para convencer a las autoras que se dejaran representar hasta la insistencia de conseguir unos socios —Ricard Domingo y Marc de Gouvenain— y jugársela en cada contrato.

Después de negociar con Russell Crowe los derechos de adaptación de la novela de uno de sus autores, ya nada la intimidó. Ella misma fue en busca de productores para vender los derechos cinematográficos de las obras de sus clientes. Y hasta creó una productora: Pontas Films. La acompaña un equipo, en su mayoría mujeres, con la misma estampa que tenía Anna Soler-Pont cuando fundó la agencia: mujeres eléctricas. Impera la juventud en el número 31 de la calle Séneca.  No en vano, y por aquello que le dijo Raimon Panikkar, Anna Soler-Pont procura siempre tener entre su equipo a alguien nacido en ese año, 1992. En este caso la cuota generacional la ocupa Leticia Vila-Sanjuán. Junto a ella, un Partenón femenino (en buena medida) y lector (a tiempo total) del que forman parte Marina Penalva —que ha trabajado con autores como Toni Morrison, Camila Läckberg, Khaled Hosseini, Colm Tóibín, Fred Vargas, Jhumpa Lahiri o Michael Chabonù; María Cardona —una joven incombustible que comenzó con la Agencia Literaria Guillermo Schavelzonù—; Paula Pedemonte —omnipresente criatura que todo lo resuelve y se reparte entre a Agencia Literaria y la Productora Pontas—, así como Rosa Rubio y Antoni Roig.

En ese equipo, que al momento de realizarse esta entrevista va de un lado a otro para que todo en la celebración salga bordado,  Anna Soler-Pont se mueve como la directora de una orquesta con 25 años de sinfonía. Delgadísima, dueña de una piel tersa y una sonrisa insistente, no es, ni mucho menos, un pálido lirio. Ella manda. Se preocupa por si el grabador está funcionando, deletrea los apellidos confusos. Podríamos decir que supervisa su propia entrevista. Así es ella. Alguien que no se fía, que tiene el ojo puesto en todas partes. Acaso por ser la mayor de cuatro hermanos, y por estar dotada de ese olfato de quienes sobreviven a la aventura para transformarla en algo más, ella rehace la ecuación de sus padres —gente a la que las vida no le regaló nada—. Aquella receta escrita en un sobre de azúcar clavado en la blanca pared del número 31 de la calle Séneca, ese trozo de papel que le brota por los poros en cada frase de esta conversación.

«Como agencia literaria estamos muy especializados en vender derechos de adaptación. Un día nos ocurrió algo curioso. Russell Crowe quería adaptar una obra de un autor maorí que yo representaba entonces.»

-Usted está bastante metida en el mundo del cine. ¿Eso influyó para que Pontas desarrollara un aparte para derechos audiovisuales?

-Como agencia literaria estamos muy especializados en vender derechos de adaptación. Un día nos ocurrió algo curioso. Russell Crowe quería adaptar una obra de un autor maorí que yo representaba entonces, de Nueva Zelanda, Alan Duff. Russell Crowe quería conocerlo. Lo rastrearon y encontraron que su agencia no estaba en Nueva York. Se había cambiado de Andrew Wylie a una que nadie conocía, en Barcelona. Dieron conmigo. Nos invitaron a ir una semana, a su agente y al autor de Nueva Zelanda, para hablar con Russell Crowe. No llegó a concretarse, porque a partir del año 2001 ganó el Oscar y se disparó su carrera. Empezó a encadenar proyectos y ese se quedó en el camino.

-¡No entró al mundo del cine por la puerta de atrás!

-Se puede decir que Pontas comenzó por lo más alto. A partir de ahí no me dio miedo llamar a la puerta de ningún otro estudio, productor o director. Entonces comenzamos a vender derechos. Contrataba o pedía tratamientos de cine de los manuscritos, consultaba con algunos directores para que leyeran una novela. Alguien me dijo: Anna, lo que estás haciendo no es el trabajo de una agente, es el trabajo de un productor. Así que de forma paralela, con los mismos socios de la agencia, dimos de alta una productora audiovisual, que es Pontas Films.

-El primer proyecto fue Rastros de sándalo.

-Sí, fue la primera película. Ganó el Premio Gaudí, que concede la academia de cine catalán. Mi guión fue nominado al Goya. Ahora tenemos tres proyectos terminados. Hemos co-producido dos películas más: Cold Skin (La piel fría), basada en la novela de Albert Sánchez Piñol, que espero que llegue a las salas de cine este 2017, y El sistema solar, la adaptación de una obra de teatro de una autora peruana maravillosa, Mariana de Althaus. El film está protagonizado por Adriana Ugarte y también esperamos a que llegue a las salas de cine este año. Tenemos dos proyectos más. Así que hay trabajo para dentro de cinco años, porque el cine es muy lento.

-Usted combina muchas facetas: escritora, guionista, agente literaria, productora. ¿Con qué nos quedamos?

-Me considero agente literario por encima de todo. Esta es mi actividad principal. Y después de eso, productora audiovisual. Pero mis tareas principales son representar a los autores de mi agencia y producir junto con mis socios y los equipos de cine desde Pontas Films. Entre medias puede que escriba otro guión, novela no creo que vuelva a escribir.

«Todo lo experimenté un poco a escondidas, porque me siento agente literaria y no creo que lo vuelva a repetir, pero sí escribir guiones.»

-¿Algún motivo para no repetir? ¿Qué le pasó?

-Cuando escribí Rastros de sándalo, junto con Asha Miró, necesitaba saber qué implicaba. Tardé cinco años, con poquitas horas al día o los fines de semana,  así que cuando ahora alguien me habla del proceso de escritura, al menos lo sé. Viví la promoción con Planeta, se publicó en doce lenguas. Todo lo experimenté un poco a escondidas, porque me siento agente literaria y no creo que lo vuelva a repetir, pero sí escribir guiones.

-Pero, a ver, ¿usted qué es?

-Me considero una aventurera. En mi juventud fui una aventurera total: me iba en coche a la India, parando a visitar escritoras en Irán o Pakistán, para que se dejaran representar por mí. Así empecé. Ahora soy una aventurera empresarial.

-Lo suyo es el viaje. Pontas comenzó uno hace 25 años. ¿Y ahora?

-No hemos parado de viajar. Siempre vamos hacia los autores, hacia los productores y traductores. Y cuantos más iPhone existan, más viajamos. Veinte minutos con alguien tomando un café son más valiosos e importantes que Skype o Facetime. Comer, pasear con alguien que te cuenta una historia, o incluso venderle a un editor una novela cara a cara siempre será distinto. Para mí, el gran viaje de Pontas ha sido pasar de un proyecto artesanal y vocacional de una chica de 24 años, estudiante de Filología Árabe, a un proyecto empresarial sólido, sin perder la pasión era lo más duro. Porque yo no había estudiado Business. El gran viaje fue convertirme en empresaria sin perder esa vocación literaria y de puente entre culturas, autores, editoriales, entre literatura y cine. Mi segundo apellido es Pont, que significa puente en catalán y también en francés. Pont y Anna Soler hicieron Pontas. Mi marido me llamaba así y se acabó convirtiendo en el nombre de la empresa.

-La industria editorial sufre una revisión: el mercado decrece. El sistema de colocar un libro para vender otros necesita repensarse. ¿Cómo opera Pontas en esa situación?

-Optamos por el riesgo y asumimos más facetas y más trabajo del que en realidad nos toca como agentes. Normalmente una agencia, además de leer, se dedica a contratar y cuidar los derechos de un autor, velar por la economía de ese autor (los pagos, los royalties) pero cada vez hacemos más. Los editores van muy rápido. Hay mucha presión de la industria en todos los mercados. En Francia y en Alemania pasa lo mismo. Por eso hemos asumido más trabajo en la fase de escritura. No soltamos el manuscrito a un editor hasta que, en Pontas, consideremos que está listo para ir a imprenta. Lo leemos mucho, pagamos informes de lectura externos cuando ya el equipo lo ha leído más de dos veces. Como mínimo dos personas trabajan en un mismo manuscrito. Cada autor es diferente, no todos trabajan de la misma forma.

«Llevamos Facebook y Twitter de varios autores. Eso no nos toca, pero nos parece perfecto. Entre medias cumplimos la función primordial de la agencia.»

-¿Hasta dónde se suele acompañar la decisión de un autor? O al revés, ¿hasta dónde es sano hacerlo cambiar de parecer?

-A muchos los acompañamos en decisiones que llegan hasta si cargarse un personaje o no, porque los editores a veces van muy rápido, porque hay autores que venden por sí solos y no les van a dedicar ese tiempo. Luego, acompañamos toda la cadena hasta la promoción. Hacemos de jefes de prensa en la sombra y a veces no tan en la sombra. Estamos en esas decisiones de marketing, porque sabemos que cuando a las editoriales les llegue otra novedad van a dejar ese libro en otro plano, y nosotros tendremos que seguir con él. Porque es la principal fuente de ingresos de nuestro autor. Manejamos las redes sociales. Llevamos Facebook y Twitter de varios autores. Eso no nos toca, pero nos parece perfecto. Entre medias cumplimos la función primordial de la agencia: vender los derechos, negociar los contratos, cambiamos cláusulas constantemente, así que los contratos siempre están vivos. El abanico del tipo de tareas se amplía, por eso no podemos trabajar para más de cien autores, para hacerlo bien.

-No me ha respondido, ¿cómo han cambiado los mercados editoriales? Antes un autor latinoamericano, si quería ser leído, debía pasar por España. Eso ha cambiado.

-Se están modificando todas las industrias, aunque el modelo suele ser bastante único. Tendemos a la concentración en grandes grupos, aunque existe todavía  espacio para las editoriales independientes. No sé si hay tanta diferencia, lo que sí ha cambiado es lo que señalas. Ahora hay más espacio para que autores de América Latina no tengan que pasar por España. En Pontas tardamos en incorporarnos a ese mercado, acaso por ese complejo de agencia literaria pequeña, hasta que finalmente nos metimos allí.

-Insisto, ¿pincha el negocio editorial? ¿se lee menos?

– Yo soy optimista. Hoy tenemos acceso a una cantidad de información a la que antes no podíamos acceder. Hoy todo el mundo tiene un móvil. Si bien es cierto llegamos a unos niveles de ventas espectaculares que la crisis de 2008 hizo descender, eso no significa que la gente lea menos. Se prestan más los libros. Por supuesto que se piratea y, mucho, como ocurría antes en Japón. Ahora ahí vas a la cárcel si lo haces. Por eso hay que legislar en el tema de propiedad intelectual. Si no se regula…

-¿El margen de ganancias con el e-book es más bajo? ¿Por eso no se potencia?

-Un autor puede tener ingresos interesantes por las descargas de libros electrónicos, pero el volumen ha de ser enorme. El porcentaje tampoco es significativo. En ficción el formato que más gusta es el libro físico. Las ganancias de e-book de Stephen King o John Grisham son altísimas y nosotros hemos tenido muy buenas experiencias de ventas en países como Alemania o Inglaterra, donde no hay piratería y la gente lee mucho en digital. Es un asunto proporcional.

-¿Cuál es su autora fetiche, aquella a la que iría a buscar al fin del mundo?

-Doris Lessing. Pude conocerla, en Cambridge, durante un seminario de verano al que invitaron a 40 personas de todo los continentes. Recuerdo que pidieron un voluntario para ir a buscarla. Yo me ofrecí de primera, para esperarla en una estación de tren. Hay otros autores de la agencia que me encanta haber conocido y representar como Panikkar o Pramoedya Ananta Toer, escritor indonesio que falleció en 2006 pero que estuvo a las puertas del Nobel en 2001.

-¿Qué quiere para los próximos 25 años?

-Me gustaría que un autor o una autora de la agencia ganara el Premio Nobel  y, mirando la lista de los que representamos ,creo que podría ser Eka Kurniawan, un autor  indonesio de 41 años. Tienen una obra maravillosa No lo digo yo, lo dice The New York Times.

«Y no quiero olvidar lo que me dijo Raimon Panikkar, por eso siempre procuro que haya alguien nacido en 1992, el año en el que fundé al agencia.»

-¿Se ve envejeciendo en Pontas?

-Mientras sea capaz de mantener un buen equipo a mi alrededor, con gente joven, por supuesto. Siempre fui la más joven y ahora empiezo a ser una senior. Y no quiero olvidar lo que me dijo Raimon Panikkar, por eso siempre procuro que haya alguien nacido en 1992, el año en el que fundé al agencia. Ahora hay una persona que nació en ese año: Leticia Vila-Sanjuán.

 -¿De dónde salió usted?

-Vengo de una familia humilde. Nací en Barcelona, en 1968, me encanta el año de mi nacimiento porque es revolucionario. Mi padre y mi madre decidieron cambiar de clase social, con mucho esfuerzo. Tanto los Soler como los Pont se esforzaron por tener estudios universitarios.

-¿A qué se dedicaban?

-Mi padre era médico y mi madre maestra. Mi padre acabó siendo cirujano máxilofacial y mi madre trabajó en una gran escuela, pero fueron mis abuelos quienes tuvieron que dejar sus estudios con apenas  ocho años e ir a trabajar a las fábricas textiles. Sólo sabían leer y escribir, pero siempre me inculcaron que tenía que conocer, viajar, tener inquietudes. Sobre todo mis abuelos maternos. Ellos, como tantas familias en los años del franquismo y el comienzo de la transición, hicieron un enorme esfuerzo. Soy la mayor de cuatro hermanos. Nadie me ha regalado nada. La gente dice, ¿tienes una herencia para viajar tanto? No, todo ha sido a pulso.

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