Antigüedad y modernidad de la galaxia Gutenberg

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A los 62 años, el estadounidense es uno de los grandes referentes mundiales del diseño tipográfico artesanal. En la exposición se exhibirán 42 afiches originales de una colección que por primera vez se verá en América del Sur.

18/02/2013 Por Facundo Garí

Veintidós años atrás, Amos Kennedy abandonó su zona de confort en pos de un sueño: renunció a su trabajo como analista de sistemas para grandes corporaciones –entre ellas la AT&T, en Chicago– y se convirtió en un impresor de tipos móviles independiente. “Tipos móviles” no quiere decir aquí “hombres inalámbricos”, aunque la etiqueta podría encajarle a la porción masculina de una movida artística internacional que rescata lo analógico en la era de lo tecnológico, sólo que al servicio de una vindicación que les interesaría bastante menos a los fanáticos de la moda retro: la de la realización personal frente a las nociones de imposibilidad burguesas. “Tipos móviles” es la manera de referirse a las piezas prismáticas de metal o madera que contienen una letra u otro signo y que se colocan en prensas antiquísimas, hijas directas de la de Gutenberg. Unos armatostes de bulones y rodillos que en acción parecen invento de un relojero de ficción steampunk y que –impulsados algunos con un pedal, otros con una manija– plasman a presión la tinta en el papel. Ahora, a sus 62, el norteamericano es uno de los grandes referentes mundiales del diseño tipográfico artesanal; incluso en Buenos Aires, donde hasta el 15 de marzo se exhibirán 42 afiches originales de una colección que por primera vez toca paredes sudamericanas. “Estoy muy emocionado –admite desde Detroit, vía correo electrónico–. La impresión con prensas de tipos móviles se está haciendo muy popular en América del Sur. Es un honor tener una exhibición allá.”

Gente de extrañas costumbres la del diseño “sub-underground”: Prensa La Libertad (PLL), imprenta porteña de tipos móviles lanzada en 2008, dispone su taller-galería en el Abasto para que de 14 a 19 los curiosos se lancen a conocer los coloridos posters del impresor nacido en Louisiana, bajo condición de que el domicilio exacto sea requerido a través de la fanpage de Casa Matriz (con este nombre se la puede rastrear fácilmente en Facebook). La entrada es libre y gratuita. Federico Cimatti, fundador de PLL y organizador de la muestra, trabajará en sus propios afiches mientras la asistencia descifra frases, dibujos y tonos de los de Kennedy. De alguna forma, ese requerimiento atípico para quienes suelen visitar salas convencionales le aporta a la movida un singular aire de clandestinidad.

“Llevo el nombre de mi padre, que lleva el de su abuelo materno. No es un nombre común en Estados Unidos. Sólo he conocido unos seis hombres llamados Amos; uno de ellos es mi padre y otro es mi hijo.” Buen arranque para una hipotética biografía. El texto luego diría que “Amos” es el mote de uno de los doce profetas menores de la Biblia y, como aportante a esa literatura teológica, podría arriesgar que éste fue un publicador, lo mismo que Kennedy. “Amos, el profeta, luchó por la justicia social –mete cordura el norteamericano– y creo fuertemente en ella. Sólo cuando la gente tenga derechos humanos completos, el mundo será mejor.”

Buena parte de sus producciones gráficas –al menos la cuota que no es resultado de encargos para publicitar eventos– van en ese sentido. Las frases en “negrita” de sus afiches de 33×46 centímetros claman con sintética ironía por libertad, amor, justicia, igualdad (sobre todo, sexual y racial) y otras panaceas para una Norteamérica afiebrada de avaricia, según su diagnóstico. En un afiche de guiño campestre afirma: “Cuanto más aprendo sobre los políticos, más me gustan las mulas”. ¿Se refiere incluso a Obama, alguna vez imaginado como protector de la población afroamericana estadounidense? “El presidente actual es un político y sus intereses no son la humanidad, sino el producto de la codicia. Le hará más daño al mundo que George Bush Jr.”, estremece.

Letra por letra, pieza a pieza, Kennedy arma matrices con citas de libros que lee, ideas suyas o aportes del público, y recién entonces pone las máquinas a destilar aceite. “Disfruto diseñando e imprimiendo series sobre un tema, como una que hice de los libros. La investigación para encontrar la frase correcta es muy gratificante”, manifiesta. De esa colección que menciona, otro poster ejemplar alude al romano Cicerón: “Una habitación sin libros es como un cuerpo sin alma”. Lamenta que cada vez se lea menos en el País del Norte y vincula esa tendencia con un interés de las clases dominantes. “Es necesario embrutecer votantes para controlarlos”, zanja. No sin esperanza por horizonte: “Creo que una nueva generación descubrirá el placer de la lectura y regresará a ella”.

Sí, el tipo es un optimista. Su fe es la que lo activó a cambiar corbata por overol de jean, universo virtual por real, proyección ajena por íntima. Y como Quijote no le fue nada mal. La metamorfosis ocurrió en 1989, mientras visitaba con sus hijos el local de encuadernación de William Park, uno de los establecimientos más antiguos del rubro en Williamsburg, el puntal turístico del estado de Virginia. Allí, entre viejos libracos encuadernados a mano durante el período colonial británico, conocía las prensas tipográficas de mediados del siglo pasado con las que ahora trabaja todos los días. Fue amor a primera vista; ya cuenta doce en su taller. “Cuando las vi, quise aprender a imprimir. Hay algo en esas prensas que llama mi atención: primero fue el aspecto de los documentos que habían sido impresos en ellas, pero ahora es todo el proceso. Usar objetos físicos para crear la palabra impresa es muy satisfactorio para mí”, celebra. ¿Y tiene la actividad, en ese aspecto, algo de cruzada contra la modernidad, encarnada en las posteriores tecnologías de offset y las más recientes, digitales? Rotundo no. “Lo que hago es moderno y a la vez antiguo. Busco crear. Como humanos, hemos estado creando toda nuestra existencia. Mis trabajos expanden el concepto de modernidad usando viejas técnicas de impresión para expresar pensamientos actuales.”

Tras esa visión providencial en Williamsburg, le pegó el portazo final a un “trabajo que no era desafiante”, sin que haya sido un “sacrificio”, porque recalca que la felicidad no tiene nada que ver con tal cosa. Tomó algunas clases básicas y armó un modesto laboratorio gráfico en el sótano de su casa familiar. “Cuando empecé, no era difícil conseguir las máquinas. Ahora es caro, la demanda excede el suministro. Tengo todas las prensas que necesito, pero estoy siempre buscando más tipografías de madera”, comenta. Por eso desliza su correo electrónico, a ver si algún lector posee piezas que quiera vender: kennedy prints@gmail.com. Bien podrían servirle a Cimatti, Amos. “Federico tiene suficientes”, ríe.

Con el tiempo, el entusiasmo por la impresión pudo más y se alistó en la Universidad de Wisconsin-Madison, donde estudió bajo la tutela del reconocido diseñador editorial Walter Hamady, hasta obtener su Master en Bellas Artes, en 1997. Enseñó diseño gráfico en la Universidad de Indiana y abrió su primer local de imprenta en York, Pensilvania, que luego mudaría a Akron, Ohio. A la distancia, compara la profesión que relegó con la que asumió: “Las de analista de sistemas e impresor son actividades que requieren creatividad. En eso se parecen. ¿En qué se distinguen? Busco las similitudes en el mundo, no las diferencias, porque todos somos una familia”.

En 2008 se mudó a Gordo, Alabama, en el marco de un proyecto de comunidad artística encarada por el matrimonio entre el artista plástico Glenn House y la fotógrafa experimental Kathleen Fetters. Proyecto “muerto”, lamenta Kennedy, que el mes pasado volvió a empacar, esta vez hacia Detroit, Michigan, donde pretende levantar una escuela de impresión para transmitir su técnica a los entusiastas que con frecuencia se arriman al taller. No cuesta imaginarlo decir frente a sus futuros alumnos: “En lo único que pienso a la hora de encarar un nuevo trabajo es en poner tinta en un papel. Es una meta muy simple que dejo crecer. La única regla es tener la ortografía correcta. Lo demás es juego. Cuando una persona juega, abandona las reglas, busca disfrutar el proceso, explora”.

“Amos se encolumna en la tradición de impresores norteamericanos cercanos a Hatch Show Print o el Hamilton Museum. En su haber cuenta más de veinte años de labor, toneladas de tinta y papel. Es un referente imprescindible del mundo tipográfico impreso: con palabras milimétricas cuenta las historias de sus antepasados afrodescendientes”, valora Cimatti en diálogo con Página/12. En el caso de su breve biografía (tiene 26 años) se diría, convenientemente, que su aproximación al arte de los tipos móviles guarda ecos de la de Kennedy: el hágalo usted mismo, la prepotencia de trabajo, la consecución del deseo por sobre los mandatos; salvo que con una impronta más explícitamente militante. Afirma que PLL fue levantada con la voluntad de su corazón.

Estudiante de la carrera de Diseño Gráfico en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, su proyecto es “una cuestión ideológica ante la producción impresa”. “Vengo del mundo del diseño gráfico, en el cual todo se mide en pixeles; en el de la tipografía impresa, sólo hay bloques de madera y de plomo tangibles”, explica, por un lado. Por el otro, que su empresa autogestiva funciona como “canal” de mensajes que buscaba sacar a la calle para provocar reflexiones, fundamentalmente sobre el estado de la libertad. Uno de sus afiches más reproducidos en redes sociales y en la vía pública (él mismo sale a pegarlos con engrudo de madrugada) exclama: “Atención, despierte, usted es parte de la realidad”. En CM trabaja las artes múltiples del diseño: grabado, serigrafía y todo tipo de técnica hermana.

Hace tres años le escribió a Kennedy, como quien le tira unas líneas a su estrella de rock, por correo electrónico. Desde entonces, son amigos virtuales. “Generar proyectos a pesar de la distancia en el ambiente de los impresores no es más que el correlato de una visión de trabajo”, observa. A fuerza de ésta, el catálogo de CM cuenta con obras de jóvenes productores gráficos locales, como Juan Nadalino, y foráneos, como la brasileña Heloisa Etelvina. Tras la exposición, las de Kennedy se sumarán a la disponibilidad de venta. “Su trabajo es particular por su sello: una trama apretada de superposiciones de tipografías, con mensajes que pueden cambiar la idea del sueño americano por la del sueño propio de libertad”, redondea Cimatti.

Sin embargo, antes de volver a los rodillos, eleva a su actual expositor al pedestal de “impresor más grosso de USA”. Kennedy recoge con humildad. “Hay varios impresores mucho mejores que yo. Federico es muy amable, pero soy sólo un instrumento de las prensas que uso. Ellas crean los posters”, se desmarca como Foucault del lenguaje. Por ello evita decirse “artista”. “Soy un impresor, uno comercial. Las personas frecuentemente se refieren a mi trabajo como ‘arte’, pero todo el mundo es un artista porque todo el mundo es creativo. En definitiva, soy artista porque soy humano.”

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