Big data, big brother, big deal

Big data, big brother, big deal

Joaquín Rodriguez / futurosdellibro.com

En el año 2014 Maximiliam Schrems interpuso una denuncia en la corte irlandesa al considerar que Facebook no garantizaba la privacidad de sus datos personales y los ponía a disposición de la NSA norteamericana, contraviniendo con eso la defensa del derecho fundamental al respeto de la vida privada que la UE ampara. El juez de la audiencia irlandesa, Desmond Hogan, argumentó que existía evidencia de que los datos personales depositados en Facebook eran rutinariamente accedidos de manera “masiva e indiferenciada” por las autoridades de seguridad norteamericanas. El 18 de junio de 2014 el mismo juez ordenó que la denuncia fuera elevada a la Corte Europea de Justicia. El 6 de octubre de 2015 llegó el veredicto inapelable: “los compromisos adquiridos por los Estados Unidos pasan por alto, sin limitación alguna, las directrices de protección establecidas por el esquema legal del Safe harbor“, una norma que dejaba en manos de las compañías privadas norteamericanas la autorregulación en lo que atañe a la seguridad de los datos de los usuarios.

Fuente original: Big data, big brother, big deal | Los futuros del libro.

Teóricamente al menos, los principios internacionales Safe harbor en materia de privacidad hacen referencia a un acuerdo de cooperación por el que las organizaciones y empresas de Estados Unidos cumplen con la Directiva 95/46/CE de la Unión Europea relativa a la protección de datos personales. La artimaña legal, no obstante, permite que esa certificación, renovable anualmente, se realice mediante un proceso de autocertificación o, en contados casos, mediante la verificación de auditores externos. Esa celada legal por la que se cuelan los datos es la que pretendía cauterizar el veredicto: “el esquema (safe harbor) facilita la interferencia por parte de las autoridades públicas norteamericanas con los derechos fundamentales de las personas”. Y prosigue con la evidencia: “las autoridades de los Estados Unidos tuvieron acceso a los datos personales transferidos por los Estados miembros a los Estados Unidos y los procesaron de una manera incompatible con el propósito para el que fueron transferidos, más allá de lo que era estrictamente necesario y proporcional con la protección de la seguridad nacional”. En consecuencia, y para que no quede lugar a dudas, “por todas estas razones la Corte declara el acuerdo del Safe harbor invalid” al “comprometer la esencia del derecho fundamental a la protección jurídica efectiva”. No hacía falta rememorar a Snowden para saber que el Big Brother estaba acechando y que no quedaban lugares donde esconderse.

El 15 de enero de 2011, cuatro años antes, la Comisión Europea de Justicia lanzó una Consultation on the Commission’s comprehensive approach on personal data protection in the European Union, y entre los contribuyentes a la encuesta se encontraba Facebook. Por entonces la compañía norteamericana argumentaba que se amparaba en la legislación del Safe harbor para el procesamiento de datos de los usuarios europeos y “creía que el esquema […] jugaba un papel muy valioso al respecto” y que constituía “un método efectivo para permitir a una compañía de servicios de internet basada en los Estados Unidos para ofrecer una alto grado de protección a los ciudadanos en la Unión Europea”.

Opiniones dispares, sin duda.

Jaron Lanier, uno de los activistas proveniente de la industria más prominente en los últimos años (obtuvo el Premio de la Paz de los libreros alemanes), argumentaba en Who Owns the Future? sin sombra de cinismo, que ya que nuestros datos son los que propulsan la economía del siglo XXI y estamos irremediablemente expuestos a que hagan uso de ellos, al menos deberíamos cobrar por ello. La plusvalia que se produce en el intercambio de datos por servicios debería ser compensada, en su opinión, mediante la percepción de un salario o un estipendio que, si no sirve para proteger nuestra privacidad, sirve, al menos, para garantizarnos el sustento. El Big data es parte, obviamente, del Big deal contemporáneo, del gran negocio del tráfico y uso más o menos legal, más o menos fraudulento, de nuestros datos.

De acuerdo con un informe de IBM existen 18.9 billones de dispositivos conectados a la red a escala mundial, lo que conllevaría que el tráfico global de datos móviles alcanzará próximamente los 10.8 Exabytes mensuales o los 130 Exabytes anuales, progresión que se incrementará si pensamos en los datos que intercambian las máquinas mismas de manera automatizada, un ecosistema universal creciente donde cada cosa se conectará a Internet para intercambiar datos. Este volumen de tráfico previsto para 2016 equivale a 33 billones de DVDs anuales o 813 cuatrillones de mensajes de texto. Una revolución, seguramente, que cambiará nuestra manera de vivir, trabajar y pensar, como argumenta uno de los más famosos libros al respecto.

Lo paradójico del Big data no es solamente que sirva a múltiples propósitos, todos ellos dispares, desde husmear lo que leemos y generar recomendacionespersonalizadas o textos supuestamente adecuados a nuestros gustos a agregar los patrones de desplazamiento por carretera de millones de pesonas con el supuesto fin de mejorar la movilidad, sino que es tan intrínsecamente difícil descifrar cuál es su propósito real, que han surgido por doquier iniciativas que se autodenominan Big data for good, donde las iniciativas que se ponen en marcha tienen como fin la mejora de la vida de sus usuarios. Desde Ushaidi como plataforma para acopiar datos sobre catástrofes naturales y recabar la ayuda necesaria (Haiti, Nepal) hasta la prevención del crimen en las calles de Chicago mediante la agregación de los datos proporcionados por los ciudadanos, muchos se esfuerzan por hacer de la acumulación e interpretación de los patrones significativos que pueden arrojar los datos una nueva fórmula de conocimiento capaz de actuar poderosamente sobre la realidad. Algunos, de manera epistemológicamente ingenua y disparatada, como Clay Shirky, suponen que esas constelaciones masivas de datos acabarán generando sus propios patrones de conocimiento sin necesidad de teorías que los interpreten.

En una larga e interesante entrevista a Eugeny Morozov en la New Left Review de abril del 2015, titulada “¡Socializad los centros de datos!“, argumentaba: “Creo que solamente hay tres opciones. Podemos mantener las cosas tal y como están, con Google y Facebook centralizando todo y recogiendo todos los datos, sobre la base de que ellos tienen los mejores algoritmos y generan las mejores predicciones, etcétera. Podemos cambiar el estatus de los datos para permitir que los ciudadanos sean sus dueños y los vendan. O los ciudadanos pueden ser los dueños de sus datos, pero no pueden venderlos, para permitir una planificación más comunal de sus vidas. Esa es la opción que prefiero”.

Big data, big brother, big deal o, por el contrario, Big data para el incremento del bien común, dos caras de una misma moneda.

[Sobre este mismo asunto debatiré el próximo viernes 27 de mayo junto a Mario Tascón y Antonio Delgado en la sexta edición de #Nethinking16. En streaming en directo a las 17,00 h.]

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