De libro maldito en Planeta a objeto de deseo de las editoriales independientes – Noticias de Cultura

De libro maldito en Planeta a objeto de deseo de las editoriales independientes – Noticias de Cultura.

Carlos Prieto / P. H. Riaño 11/10/2014 (05:00)

A un lado del ring, la editorial Crítica, que asegura que no publicará el nuevo libro de Gregorio Morán por precaución judicial: “No es censura, era un libro denunciable y el responsable es el editor. Hay muchas intromisiones en el honor… Es un libro espléndido, pero impublicable porque nos habrían cosido a demandas”ha contado a este periódico la editora Carmen Esteban. Al otro lado del ring, Gregorio Morán, cuyo entorno afirma que se trata de “censura”: la editorial, perteneciente al grupo Planeta, le pidió que eliminara el capítulo del libro dedicado a Víctor García de la Concha y el mundo RAE.

¿El perdedor de la batalla hasta ahora? La libertad de expresión. Como adelantó este periódico, el lector se queda sin leer El cura y los mandarines, uno de los libros más esperados del año, en el que Morán, con su habitual espíritu crítico y con la escopeta cargada, se sumerge en los entresijos de la cultura y la política española entre el tardofranquismo y los fastos democráticos del 92.

La pregunta del millón sería ahora la siguiente: ¿Se atreverá alguien a publicar el que ya es uno de los libros malditos de la democracia? Buenas noticias: novias no le faltan al ensayo.

Morán puede demostrar lo que ha escrito, de eso no me cabe la menor dudaTomás Rodríguez Torrellas, Editor Senior de Akal, ha seguido de cerca el caso. De hecho, asegura que ya tenía noticias de la retirada del libro desde hace semanas. Una vez leyó el artículo de este periódico envió un correo electrónico a Morán para hacerle una oferta por la publicación de la obra censurada. “Conociendo la profesionalidad de Gregorio Morán estoy convencido de que nos encontraremos con un libro incisivo y muy riguroso. Todos esperábamos este libro de él, se había creado mucha expectación. Lo que ha escrito lo puede demostrar, de eso no me cabe la menor duda”, cuenta a este periódico.

Tomás Rodríguez no ha leído el manuscrito de Morán, pero está deseando hacerlo: “Yo quiero leer el bueno, no el recortado”.

Akal tiene tradición en publicar ensayos censurados por las grandes y Rodríguez aclara que el rechazo de Planeta no es una cuestión jurídica, sino editorial. “No va a haber presiones legales, como dicen. Si el libro está bien construido y lo que cuenta es demostrable, no hay más que decir. Que Juan Luis Cebrián y Víctor García de la Concha tienen un pasado lo sabemos todos. A nosotros nos llegan muchas demandas, pero ninguna llega a juicio”, reconoce.

No lo publican porque daña los intereses de la editorial en la inyección de capital que les llega con la edición del Diccionario de la RAEA pesar de que Planeta traslada las posibles demandas en su perjuicio, como dijo a este periódico la editora de Crítica, el editor de Akal cuenta que existe una cláusula en todos los contratos que señala como último responsable al autor. “No lo publican porque daña los intereses de la editorial en la inyección de capital que les llega con la edición del Diccionario de la RAE”, zanja.

El editor aclara que Morán, un autor de Planeta de toda la vida, se ha encontrado con una situación que no había tenido nunca en la casa. “Pero si estás con Planeta, esto no te puede sorprender. Y va a tener difícil poder publicarlo en otras grandes editoriales, porque entre ellas hay entente cordial y no van a incidir en un asunto como éste, que ha dejado muy mal a Planeta”, dice.

Jorge Lago, editor de la independiente Lengua de Trapo, dice que a él también le “encantaría” publicar el libro de Morán.  ¿Le asustan las presuntas demandas? Sí y no. “Las independientes no tienen dinero para pagar demandas, pero las grandes, como Planeta, sí. Que alguien se querellara contra el libro, les podría venir hasta bien: la publicidad gratuita impulsaría las ventas”, aclara Largo.

Bastaría con que lo que cuenta Morán fuera cierto para ganar en los tribunalesNo obstante, el editor de Lengua de Trapo “duda que alguien fuera a poner una demanda” por el libro de Morán. “¿De qué tipo de demandas hablaríamos? ¿Del derecho al honor? ¿De una difamación? Bastaría con que lo que cuenta Morán fuera cierto para ganar en los tribunales”.

Lo que no quiere decir que Lago no tomaría precauciones con el texto, aunque serían opuestas a las que ha tomado Crítica/Planeta: en lugar de purgar capítulos al libro, le añadiría texto: “Si el abogado de la editorial me dijera que hay pasajes potencialmente demandables, hablaría con Morán para ver cómo los podríamos modular, pero no quitando texto, sino añadiendo: reforzar sus argumentos con más fuentes para blindarnos judicialmente.  En cualquier caso, nunca dejaría de publicar un libro por estos motivos”.

“Una editorial pequeña puede publicar lo que quiera, una grande no”, asegura Lago refiriéndose a que “cuanto mayor es la editorial, más posibilidades hay de que comparta intereses con las empresas e instituciones criticadas en un libro así”.

A vueltas con la censura

Aunque la censura oficial desapareció en España poco después de la muerte de Franco, la llegada de la democracia no desactivó microcensuras como la comercial o la autocensura. Algunos editores, de hecho, se han encargado en democracia de sabotear personalmente sus propios libros. En los años noventa, Espasa Calpe llegó a imprimir 20.000 ejemplares del ensayo Biografía de El Corte Inglés, del periodista Javier Cuartas, para destruirlos posteriormente. El ensayo de Cuartas, periodista de El País y La Nueva España, fue publicado después por dos pequeñas editoriales: Libros Límite y El Cruce.

Hace unos años, la editorial Península, que entonces aún no era 100% de Planeta, encargó al periodista Pascual Serrano un libro sobre los entresijos y los negocios de los grandes medios: Traficantes de información. La historia oculta de los medios de comunicación en España. Fue un encargo personal del editor de Península, el fallecido Manuel Fernández Cuesta, pero el libro tampoco se publicó. “Alguien de arriba, Planeta o La Caixa, accionistas entonces de Península, lo frenó. De algún modo, ambos salían mal parados en el libro por sus vínculos con diversos medios de comunicación”, recuerda Serrano a este periódico.

Serrano, que más tarde siguió publicando en Península, se llevó el adelanto pactado y se fue con el manuscrito a otra parte: el grupo Akal, a través de su sello de investigación FOCA, publicó con éxito Traficantes de información en 2010.

No era la primera ni la última vez que los editores de FOCA salían al rescate de ensayos torpedeados por otras editoriales, como ocurrió con Una monarquía protegida por la censura (2009), andanada contra los borbones del político del PNV Iñaqui Anasagasti.

Otro dato: Akal puede presumir de ser una de las editoriales con más títulos secuestrados por la censura oficial franquista en los años setenta.

 Por tanto, no es la primera vez que ocurre un caso como el de Morán, pero es cierto que en los últimos tiempos han aumentado sospechosamente los casos de censura cultural directa en España. Recuerden el secuestro de un número de El Jueves a instancias de la Casa Real y la retirada de una portada de esa misma revista por sus editores, el sello RBA. ¿A qué se debe este revival de casos de censura que parecen sacados de otra época?

“Hay una brutal crisis de legitimidad de las instituciones salidas de los pactos de 1978. Los poderes económicos, políticos y mediáticos están intentando salvar los muebles. Si alguien hubiera censurado el libro de Morán hace diez años, quizás sólo le hubiera importado a una minoría. Pero ahora que una gran parte de la sociedad no cree en la clase política, asocia a la Casa Real con la corrupción y piensa que el modelo económico es un desastre, el público objetivo de las visiones críticas ha aumentado exponencialmente. Los consensos del 78 han caído, y los poderes están intentando minimizar los daños. Cualquier noticia dura se va a intentar tapar porque un sector del establishment está en peligro de desaparecer. La crisis ha desvelado la putrefacción del régimen político. Los casos de censura responden a un intento de controlar a una opinión pública descontrolada”, zanja Lago.

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