¿Es realmente mejor para el medioambiente comprar por internet?

¿Es realmente mejor para el medioambiente comprar por internet?

Autor: Carlos Carabaña

El informe del INE de 2014 era contundente. En España, cerca de 11 millones de personas, la cuarta parte de toda la población, realizaron algún tipo de compra por internet. En EE UU, la Census Bureu calcula que, del total del comercio del país, un 6,4% se realiza por esta vía. Esta cifra prácticamente dobla el porcentual de 2013. Técnicamente, para el planeta es una buena noticia. A coste unitario, adquirir productos a través de la Red resulta más ecológicamente amigable que desplazarse a una tienda; aunque cuando se analiza al detalle, los expertos parecen tener dudas.

En los resultados de la tesis Sustainability in Retailing – Environmental Effects of Transport Processes, Shopping Trips and Related Consumer Behaviour, de la alemana Anne Wiese, se expone que mientras que ir a comprar a una tienda en el propio vehículo supone unas emisiones por artículo de entre 2,2 y 2,6 kilogramos de CO2, comprar online solo es de 0,2. Estas cifras se calculan con toda la cadena de suministro en mente. Aparentemente, si se quiere que cada vez que vayamos de compras en coche sea tan poco contaminante como navegar de manera consumista por la web, hay que llevarse un mínimo de diez productos; pero como con todo, las cifras pueden tener truco.

Uno de los factores a tener en cuenta es el comportamiento del consumidor. Dieter Urbanke, uno de los jefazos dentro de la empresa de mensajería Hermes, explicaba en un artículo en el Süddeutsche Zeitung que «aunque el comercio electrónico esté en expansión y más y más bienes sean comprados online, eso no significa que automáticamente los consumidores dejen de usar su coche». Además apuntaba a que en compras importantes se suele acudir primero a las tiendas tradicionales a ver el objeto deseado y que, por ejemplo, su empresa hace tres intentos de entrega antes de dejar en la oficina de Correos el envío para que sea recogido. Y la mayoría de estos trayectos se hacen, cómo no, en vehículo privado y encima uno de cada tres productos es devuelto. La tesis de Wiese recoge que este tipo de comportamiento realmente incrementa los efectos ambientales de la compra online. El gozo en un pozo.

«No está claro que comprar por internet sea ambientalmente mejor que comprar en tienda ya que la distribución es muy complicada», explica al teléfono el ambientólogo de la UAB Jordi Oliver. «Dicen que la última milla es la más compleja y si tienes personas que van a la tienda, cada uno se ocupa de realizarla; mientras que si tienes que ir casa por casa es mucho más difícil, además de que el retorno es mucho mayor que en las compras físicas y mucho más complicado». Además internet, pese a su sensación de virtualidad, tiene una serie de costes asociados en infraestructura y consumo.

Al evaluar el impacto ambiental de un producto o servicio, como puede ser una red de distribución de datos, hay que tener en cuenta la infraestructura, que incluye desde las obras para tirar cableado, fabricación de ordenadores, routers, centros de datos… y luego la vida útil. «Según varios estudios se estima que el 70% del impacto de un electrodoméstico es su fase de uso, el consumo de energía», cuenta Oliver, «y esto sería aplicable a internet, donde el factor más relevante sería el consumo de energía sin menospreciar el tema de los equipos e infraestructura». Apunta además una paradoja. Los aparatos eléctricos nunca habían sido tan eficientes, pero el consumo per capita nunca había sido tan elevado, aunque según Oliver lo esconden con el truco estadístico de vincularlo al PIB.

Siendo internet una tecnología en expansión, es difícil cuantificar su impacto, aunque parece que los primeros estudios apuntan a que podría ser cualquier cosa menos inocente, con una base material y energética importante para su desarrollo. Jon Koomey, investigador en Stanford, calculó en 2013 que la Red suponía el 10% del consumo eléctrico global.

Una muestra está en la comparativa entre correo electrónico y correo tradicional. Según un experimento hecho por Oliver, mientras que el envío postal tiene un coste unitario de 25 gramos de CO2, el electrónico es de 5 gramos en caso de ser un mensaje ligero y 50 gramos, si va cargado de datos. Un email puede aumentar o reducir el impacto, pero lo que es seguro es que hoy en día se mandan en una jornada muchísimos más correos que antes cartas. Un efecto acumulativo que puede aplicarse a mensajes en Whatsapp, actualizaciones en Facebook… De nuevo, el gozo en un pozo.

Otro aspecto con gran impacto son los centros de datos, las fortalezas que custodian internet y ese nombre tan engañosamente etéreo de ‘la Nube’. Uno ubicado en Madrid tenía en 2009 dos transformadores de 20.000 voltios alimentados por dos líneas eléctricas de dos subestaciones; dos generadores diésel con una autonomía de 72 horas y 114.000 litros de combustible y las salas estaban refrigeradas a 23 grados para evitar el sobrecalentamiento de los equipos. Soler supone que en su mayoría están alimentados por energías fósiles. Como prueba arguye que algunos se publicitan como usuarios de energías renovables, lo que significa que es algo singular. De acuerdo con Greenpeace, algunos de estos centros pueden consumir el equivalente a 180.000 hogares y solo en EE UU, según Mashablehay tres millones.

Fuentes universitarias creen que hace falta una metodología clara. Algunos estudios deciden incluir este tipo de costes, así como los referentes a consumo de energía de las tiendas físicas, en los análisis de la universidad. Otros optan por dejarlo fuera y centrarse en lo unitario. En cualquier caso, realizar más estudios y crear meta-análisis puede ser una manera de obtener una visión más global. El Süddeutsche Zeitung acababa su reflexión con una serie de sencillos consejos: planear cuidadosamente cada compra sin ir a las tiendas a ver antes el producto, y sobre todo, nada de devoluciones. Esta es la manera de que el comprador online se sienta ecológicamente más viable que el tradicional.

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