¿Está muerta la industria editorial?

¿Está muerta la industria editorial?.

 el 20 noviembre, 2012

En un reciente artículo publicado en The New York Times, How dead is the book business?, Adam Davidson (conductor del programa Planet Money en la cadena de radio estatal norteamericana dedicado a explicar los enrevesados asuntos de la economía), nos proponía resolver esa espinosa pregunta: ¿está muerto el negocio de los libros? o, quizás mejor, ¿hasta qué punto está muerto el negocio de los libros?

La pregunta cobra relevancia y resulta pertinente planteársela tras el anuncio de la adquisición por parte de Random House (no olvidemos que es, a su vez, propiedad de Bertelsmann) del grupo Penguin (que aglutina, a su vez, a sellos como Dutton, Viking y otros más y que, hasta hace poco, era propiedad de Pearson, el gigante educativo). Y la pregunta nos atañe cuando los rumores sobre la compra de Alfaguara por parte de Random son, cada vez, más insistentes ¿Acabaremos viviendo una especie de oligopolio de los media en manos de dos o tres grandes agentes globales? ¿Aniquilará eso la bibliodiversidad, la posibilidad misma de encontrar sellos independientes que representen a las voces divergentes, tal como nos recordaba siempre Pierre Bourdieu? ¿No era internet ese sitio en que la desintermediación permitía, por el contrario, pensar en largas colas en la que pudieran acurrurcarse los pequeños sellos editoriales junto a sus fieles comunidades lectoras? ¿Pero alguien puede pensar todavía, en este espacio digital intermediado, que puede monopolizar la generación de contenidos cuando cualqueira, potencialmente, puede convertirse en autor y editor, en prosumidor? Bien, demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.

Davidson, sin embargo, utiliza un ejemplo trasladable al ámbito de la edición para alumbrar lo que nos sucede: al inicio del siglo XX Estados Unidos vivió un proceso de fusión de empresas que manufacturaban sus productos con el acero que adquirían a las empresas extractoras. Mediante su unión, lo primero que consiguieron fue imponer condiciones de compra a los proveedores de materias primas para, poco después, elevar sin demora los precios de su productos. Acabando con la competencia fueron capaces de despreocuparse de la competencia mientras descuidaban los procesos de creación e innovación. A la vuelta de la esquina, algunas décadas después, les esperaban las compañías asiáticas que acabaron con ellas.

 

¿Cómo asegurarnos, por tanto, de que el ecosistema del libro sigue siendo lo suficientemente rico para que en su cadena trófica grandes y pequeños convivan y cumplan sus funciones, para que unos se preocupen de los mercados más masivos y los otros arriesgen su vida y su capital en el empeño de buscar nuevos temas y nuevos autores?

Sin ánimo de agotar las posibilidades, se me ocurren algunas medidas:

  •                   Asegurar la compra pública para las redes de bibliotecas del Estado. También, claro, para las bibliotecas de las Autonomías. Las nanoindustrias que constituyen el tejido fundamental de la edición, necesitan del estímulo de las adquisiciones públicas para sobrevivir. También, cómo no, las grandes, aunque dispongan de otros canales para compensar ciertas pérdidas;
  •                   Agruparse en plataformas propias y cooperativas de venta de contenidos digitales, porque los datos demuestran que los usuarios prefieren aquellos sitios con una masa crítica de contenidos suficiente para que resulte atractiva al comprador;
  •                   Crear una ventanilla de gestión única de los derechos de la propiedad intelectual, tanto para facilitar la gestión de contenidos de muy diversa índole  que ahora andan repartidos en varias organizaciones, como para hacer más transparente la disponibilidad de los derechos sobre autores cuyos derechos de explotación ya han expirado en otras editoriales;
  •                   Reflexionar abiertamente, sin excusas, sobre la nueva cadena de valor que Internet favorece, pensando el lugar que cada uno aspira a ocupar, siempre que sea capaz de aportar algún valor diferencial. De lo contrario, intentar construir aduanas donde Internet las quita, no llevará a ningún buen puerto.

No es probable que pueda levantarse el acta de defunción de la industria editorial, y es más que posible que convivan ambos modelos -grandes y pequeños- junto a la miriada de manifestaciones del contenido generado por usuarios. Sea como fuere, será necesario trabajar por asegurar la diversidad.

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