La aventura intelectual de publicar un libro (Argentina)

La aventura intelectual de publicar un libro (Argentina)

Alejandro Dujovne / Revistaanfibia.com

Las editoriales independientes tienen la libertad de publicar lo que gusten, pero deben ser concientes de que el catálogo es su principal activo. Cuando eso sucede, los lectores reaccionan. El especialista Alejandro Dujovne analiza el contexto actual del mercado editorial, el rol de las ferias, los editores, la evolución de los sellos chicos y lo que rodea al acto de lograr publicar un libro. -

Fuente original: La aventura intelectual de publicar un libro – Revista Anfibia.

Buenos Aires es la ciudad con el mayor número de librerías por habitantes del planeta, según un informe de 2015 del World Cities Culture Forum. No me gustaría empezar hiriendo susceptibilidades, pero creo que si adoptamos una definición más exigente acerca de qué entendemos por librería, la capital argentina queda fuera del Guinness, aunque podamos acordar que las hay muchas, variadas y muy buenas. Lo que equivale a decir que se lee mucho, tanto como para sostener una amplia red de negocios dedicados al comercio de libros (que, es seguro, sería mayor y se extendería a gran parte del país, si hubiera una política adecuada, o simplemente una política). Pero así como me permito dudar acerca de la primacía de Buenos Aires en ese ranking, de lo que estoy convencido es que es una de las ciudades con mayor número de ferias de libros. Junto a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FIL), la más importante del calendario porteño, es posible visitar la de Editores, la del Libro Independiente (FLIA), la del Libro Infantil, del Libro Antiguo, del Libro Social y Político, del Libro de Temática Peronista, del Libro Jurídico, la Noche de las Librerías, etc. De distinto tipo, tamaño y duración, y con públicos que a veces se solapan, dan forma a un sistema anual que descubre y organiza, buena parte del funcionamiento del mercado editorial del país. De entre estas, se destaca la Feria de Editores que en los últimos años se convirtió en uno de los acontecimientos del libro más relevantes del año. Entender por qué es así y por qué vale la pena visitarla a partir de mañana hasta el domingo 11 de junio, merece un pequeño tour de horizon por el funcionamiento del mercado editorial argentino. Que, como los responsables de la Cámara Argentina del Libro destacaron, atraviesa un momento crítico: en la comparación interanual 2015-2016 las cifras señalan una reducción de 5% en el número de novedades y de 25% en el de ejemplares, al tiempo que un aumento sustantivo del déficit comercial a partir del crecimiento de casi el 100% de las importaciones medidas en dólares frente al avance marginal de las exportaciones.

La Feria del Libro de Buenos Aires nos da la primera clave. La disposición espacial de las editoriales en el predio de la Sociedad Rural pone en evidencia los principios que organizan al mercado: en el centro del pabellón más importante, y en stands de gran tamaño y despliegue, se ubican los dos grandes grupos que dominan la venta de títulos en el país a través de sus diferentes sellos, Penguin Random House (PRH) y Planeta. Alrededor de estos se ubican otras empresas de fuerte presencia en el mercado pero de menor poder comercial. A medida que nos alejamos del centro aparecen puestos y sellos de muy diverso tipo, y entre estos, cerca de los márgenes, encontramos un puñado de stands colectivos: Frente Editorial Latinoamericano, la Sensación, La Coop, Todo Libro es Político y Los siete Logos. Estos espacios agrupan a pequeñas y medianas editoriales, en función de afinidades personales, de estilo, ideológicas, estéticas, y de tamaño. A diferencia de las grandes empresas, la posición de estos sellos en el mercado no se define por sus volúmenes de ventas, sino, como ya se ha dicho tantas veces, por el cuidado de sus catálogos. De este universo de sellos provienen los que conforman la Feria de Editores. Este año participarán 140 editoriales, algunas de larga trayectoria como Adriana Hidalgo, junto a otras muy recientes, pasando por un extenso grupo de nombres ya consolidados. Sin stands lujosos, y atendidos por sus propios dueños, la Feria de Editores coloca en el centro lo que en la Sociedad Rural ocupa la periferia de los pabellones.

Ahora, si bien la oposición entre un polo mercantil y otro cultural no es nueva en el mercado del libro local, la edición “independiente” como la conocemos hoy nace al agudizarse la contradicción producida por la concentración editorial en el país hacia fines de la década de los 90 y comienzos de los 2000. Como parte de un fenómeno global iniciado en la década de 1980, parte de los más antiguos y emblemáticos sellos argentinos fueron comprados por un pequeño grupo de grandes empresas extranjeras. Emecé y Paidós pasaron a integrar el Grupo Planeta, y Sudamericana quedó en manos de Random House. A las que se sumaron las adquisiciones de otros nombres representativos de distintos segmentos del negocio por parte de los Grupos Norma, Anaya, Zeta, Reed-Elsevier, MacMillan  y Thompson. Si a eso le agregamos la pertenencia de sellos españoles que llegan a la Argentina como Seix Barral, Tusquets (Planeta) o Alfaguara (PRH), por mencionar solo los más conocidos, vemos que la extranjerización vino acompañada de un marcado proceso de concentración editorial. Pero su estrategia no se restringió a la adquisición de empresas existentes, también implicó la racionalización de las lógicas de producción y comercialización en la búsqueda de mayores cuotas del mercado y de tasas de rentabilidad más elevadas. El libro de venta rápida y masiva se convirtió en el criterio de selección y producción dominante de estos sellos. A modo de ejemplo, la encuesta de librerías de la Ciudad de Buenos Aires correspondiente al último trimestre de 2014, realizada por el Gobierno de la Ciudad, indicaba que de los 30 títulos más vendidos 12 pertenecían al Grupo PRH y 13 al Grupo Planeta.

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Frente a este fenómeno, y en medio del incendio en que se encontraba el país, hacia 2002 y 2003 comienzan a aparecer tímidamente y luego a multiplicarse pequeñas iniciativas editoriales que apuntaban a publicar aquello que no encontraba su lugar en el mercado. Lejos de ser una experiencia fugaz, estas fueron de menor a mayor, ganando solidez y presencia. Al frente de estos experimentos se encontraban escritores, traductores, egresados de carreras de ciencias sociales y humanas, en su mayoría jóvenes, que sin demasiada conciencia y con escaso conocimiento de todo lo que implicaba la tarea editorial -sobre todo de sus aspectos menos románticos-, comenzaron a redefinir el repertorio editorial argentino. Con este despliegue tomó forma una nueva, extensa y muy diversificada zona del mercado editorial, en la que la idea de “independencia” fue convirtiéndose en la carta de ciudadanía que muchos editores elegían para presentarse y participar de la república de las letras.

Cómo volverse editor

La mayor parte de los sellos que participan de la Feria de Editores comenzaron como una aventura intelectual, marcada por la experimentación y el aprendizaje, y por las oscilaciones acerca del perfil de los catálogos. Esta es una etapa de fuertes inversiones, escaso retorno, y muchas frustraciones que en más de un caso llevaron a la ruptura de sociedades y el fin los proyectos. Quienes lograron atravesar este umbral inicial, avanzaron hacia una fase de consolidación. Acumularon un pequeño fondo editorial cuya distribución y eventual reimpresión comenzó a demandar una atención específica, y al tiempo que dejaban atrás algunas dificultades se toparon con problemas propios de la necesidad de ampliar las ventas, y del mejor modo de alimentar un catálogo que adquirió un perfil más definido y coherente, y que de a poco, fue encontrando un público. Al final, y esta sería la etapa en la que se encuentra una buena parte de estos sellos, llega el momento de profesionalización. La mayoría conoce el funcionamiento del conjunto del mercado editorial, diferencian a sus actores, y vislumbran la posibilidad de vivir de su proyecto o al menos de generar un ingreso complementario significativo. En esta instancia, la prioridad está puesta en mejorar y afinar cada etapa del proceso de producción, comercialización y promoción, a fin de potenciar la circulación y el conocimiento de su catálogo. En algunas experiencias esto se tradujo en la creación, individual o colectiva, de librerías y sistemas de distribución propios. En muchos casos esta fase incluye una apuesta decidida por la internacionalización a través de exportaciones, ventas de derechos y participación en mercados y ferias regionales e internacionales. La profesionalización plantea el desafío de mejorar su inserción en el mercado sin ceder a lógicas mercantiles que puedan dañar la construcción de sus catálogos. Cada una con su temporalidad específica, las editoriales pueden reconocerse en estas etapas. Pero como también se trata de un proceso de acumulación colectivo, de circulación de saberes y experiencias, los nuevos sellos, como Excursiones nacido en 2012 u Odelia en 2016, parten con una ventaja de información y de prácticas de las que carecían quienes se lanzaban a publicar libros a inicios de los 2000.

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Con todo, distinguir qué es una editorial “independiente” y qué no lo es, no es tan simple como parece. De la gran diversidad de actores del mapa editorial argentino, y de las muchas diferencias objetivas que los separan o acercan, enunciar la oposición entre “grupos concentrados” por un lado, e “independientes” por el otro, implica destacar un clivaje, una de las diferencias posibles, y convertirla en el principio organizador de la comprensión del mercado editorial. No se trata, claro, de un clivaje más, una diferencia entre otras, ya que esta distinción es fuertemente estructurante de los modos de producción cultural. Basta comparar a Planeta con, por ejemplo, Mansalva o Sigilo, para percibir el calado de esta oposición. La distancia entre una maquinaria de publicación y difusión de libros pensada para garantizar beneficios económicos inmediatos, y una lógica de producción que privilegia una apuesta intelectual y estética de mayor riesgo, se puede observar a partir de las dimensiones de las empresas y la facturación, las cifras de novedades mensuales, las tiradas, las porciones del mercado que ocupan, los criterios de selección de obras, las estrategias de marketing, los públicos a los que apelan, etc. La fuerza de esta línea divisoria se evidencia en el número y variedad de sellos que se reconocen y sienten interpelados por la categoría “independiente”, que opera homogeneizando y creando una identidad común entre un universo de editores muy heterogéneos.

Como señala el sociólogo brasilero José de Souza Muniz Jr., este adjetivo comenzó a funcionar como un criterio de distinción, condensando modalidades de intervención intelectual y política que describe y prescribe ciertos estilos de producción cultural. Es político porque su sola enunciación actúa como crítica de la configuración del mercado editorial, y es cultural porque inviste a quien se presenta como tal de un halo de poder asociado a la cultura. El adjetivo “independiente” ganó sentidos distintos según el momento de desarrollo del espacio editorial argentino y de quién lo movilizó. Hacia mediados de la década de 2000 surgieron dos grupos que usaron activamente la categoría independiente, por un lado EDINAR (Alianza de Editores Independientes de la Argentina) y por otro la FLIA. En el primer caso, y a través de la figura de Guido Indij, se importó y puso en circulación un modo de pensar la independencia editorial y la noción de bibliodiversidad a partir de las reflexiones y experiencias colectivas de editores latinoamericanos y del vínculo con la Alianza Internacional de Editores Independientes con sede en París. Con alrededor de 30 asociados EDINAR apuntó a afianzar la bibliodiversidad a través de estrategias de visibilización de sus obras en librerías, promoviendo coediciones regionales, y participando del día internacional de la bibliodiversidad. Por su parte, la FLIA, la Feria del Libro Independiente (cuya A final equivale a “alternativa, autogestiva, amiga, amorosa, andariega, alocada, abierta”), llevó la idea de independencia a un terreno político y cultural más amplio al organizar ferias en fábricas recuperadas, instalar radios abiertas, incluir poesía, pintura, música, comida casera, etc. La Feria de Editores, sin hacer un planteo explícito acerca el sentido de lo “independiente”, aparece como una tercera modalidad,  ligada al momento de evolución del mercado editorial. Esta idea está condensada en el libro “Independientes, ¿de qué?” de Hernán López Winne y Víctor Malumián, publicado hace unos meses por Fondo de Cultura Económica. Winne y Malumián, editores de Godot y promotores de esta Feria, coinciden en que la función esencial de la edición independiente es llevar bibliodiversidad al mercado, pero para que eso pueda ser logrado las editoriales deben avanzar en la profesionalización en todo los aspectos del proceso productivo, y crear instancias comunes para resolver cuestiones prácticas propias del mercado, como la distribución, la exportación, la promoción, etc.

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De todo lo dicho tal vez sea la importancia atribuida al catálogo lo que mejor condense la oposición entre estas dos lógicas editoriales, y revele las infinitas variantes que se ubican entre una y otra. A mayor cercanía al polo comercial, el catálogo pierde importancia porque pierde relevancia el largo plazo. Lo que importa es que los títulos publicados vendan rápido y mucho. Si eso sucede se los apoyará con estrategias de marketing hasta que el interés del público se agote. Si eso no ocurre desaparecerá rápido de las vidrieras y estantes de las librerías. Y en cualquiera de los dos casos, más temprano o más tarde, pasarán a engrosar las mesas de saldos de la calle Corrientes. A medida que nos movemos hacia el polo opuesto, gana valor el largo plazo. Aunque nadie renegaría de la posibilidad de obtener éxito comercial con algún libro en un lapso relativamente breve, tal como sucedió con el boom de “Stoner” de John Williams publicado por Fiordo, lo cierto es que se buscan títulos cuyo éxito se revele en ventas sostenidas en el tiempo. El criterio que importa entonces es la calidad.

Pero no se trata únicamente de acumular un número de títulos, sino que estos compongan una propuesta literaria o intelectual distinguible, “un paisaje mental” en palabras del editor italiano Roberto Calasso. Se puede discutir si las editoriales “independientes” forman lectores, como suele repetirse, pero es indudable que forman gustos, dan forma a un público que comienza a reconocer la marca y confía en el plan de lectura de los editores. Cuando esto pasa el sello adquiere un valor en sí que se proyecta tanto hacia atrás sobre los libros ya publicados, como sobre los futuros. Pero esta confianza también supone expectativa y la exigencia de no ser defraudados, como lo demuestra el “affaire Rozitchner”. En 2016 Mardulce publica “La evolución de la Argentina” de Alejandro Rozitchner. No era su primer libro en esta editorial (en 2012 había aparecido “De padres e hijos en el ciclo del tiempo”), pero con esa publicación estalló un pequeño gran revuelo en las redes sociales y los cafés. “¿Qué necesidad había, Mardulce?”, “Que ganas de arruinar un catálogo…”, repetían los lectores más indulgentes en el muro de Facebook de la editorial y algunos blogs. Más allá de las razones de la publicación del libro, si este affaire tuvo lugar es porque primero hubo un catálogo de mucho prestigio y un público que lo reconoce, sigue y tiene altas expectativas. Los editores que habitan la zona “independiente” tienen la libertad de publicar lo que gusten, pero no pueden ser indiferentes al hecho de que el catálogo es su principal activo.

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¿Por qué entonces visitar y recorrer con especial atención la Feria de Editores? Ante todo porque hay buenas editoriales, excelentes libros, un programa de charlas muy atractivo y porque, cosa poco común, se puede conversar con los propios editores. Pero también porque en su fugacidad (solo dura tres días) la Feria revela un momento del desarrollo de la edición “independiente” en el país, y por lo tanto de una parte importante de la cultura intelectual y literaria. Si hace algunos años el editor y ensayista André Schiffrin hablaba de la “edición sin editores”, alertando del riesgo de la desaparición de esta figura en manos de contadores y gerentes de marketing, la Feria muestra que este sigue vivo. Y que si queremos buenos libros el editor seguirá siendo irremplazable.

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