La importancia de saber ser editor. Homenaje a Werner Guttentag

La importancia de saber ser editor.

Por Germán A. de la Reza –  19/05/2013. /www.lostiempos.com/

Conocí a Werner Guttentag en un momento importante de mi formación: tenía quizá 12 años cuando fui a la librería “Los Amigos del Libro” de la avenida Perú y me acerqué a su propietario para pedirle consejo sobre cuáles eran los mejores libros de historia.

Al cabo de una breve plática y un catálogo multitemático subrayado con lápiz regresé a mi casa, feliz de haber encontrado a un sabio: Guttentag reunía el conocimiento preciso de una infinidad de obras, su inteligencia era serena y fuerte, y su calidad humana se revelaba en actitudes y anécdotas, en el tono con el que se refería a sus amigos y autores.

Tardé algunos años en despachar los consejos de ese magnífico editor, tanto por su número, como por quienes se encargaron de reforzar su valía. Y al hacerlo redondearon un concepto que creo esencial para el florecimiento cultural de Bolivia: el saber ser editor.

El escritor César Augusto Guardia Mayorga, mi abuelo, frecuentó a Guttentag durante su exilio en Cochabamba en la década de 1950, cuando ocupó la cátedra de filosofía de la Universidad Mayor de San Simón a invitación de su rector más prestigiado, Arturo Urquidi. Al tiempo de regresar al Perú luego de la caída del dictador Manuel Odría, llevó consigo varias cajas de libros con el sello característico de “Los Amigos del Libro”: un tomo abierto y el mapa de Bolivia planeando encima. Recuerdo a mi abuelo mostrándome esos volúmenes en su extensa biblioteca limeña, mientras reflexionaba sobre el destino de un hombre de genio que había salvado su vida del Holocausto para ir a Bolivia a construir, para identificarse con la construcción de una joven identidad cultural.

La otra referencia proviene de Jesús Lara, a quien ocasionalmente visitaba mi madre en la década de 1970.

Él hablaba con devoción del editor que había descubierto algunos de los grandes talentos de Bolivia y había hecho del Premio Werner  Guttentag una referencia internacional.

Don Jesús era parco en la conversación y leal en la amistad; un intelectual multifacético a quien la destrucción de los movimientos guerrilleros había marcado con huella indeleble. Él me dio casi los mismos consejos bibliográficos que Guttentag, los cuales, a su vez, eran distintos a los que me referían profesores y conocidos.

Comprendí entonces que la calidad de la escritura, la impronta de una obra, no depende de gustos o criterios arbitrarios y menos aún de simpatías, sino de algo que cabe en una definición aproximada: el imperio de la honestidad intelectual.

La primera vez que publiqué un ensayo mío –y fue en las páginas de Los Tiempos– se debió a las gestiones de Eduardo Ocampo Moscoso, otro centinela de la lucidez boliviana. Él hizo una tercera observación sobre Guttentag cuya importancia no supe aquilatar en ese momento. Es menester, decía, que el editor de libros sepa leerlos y no ponga su labor al servicio de apetencias de poder.

El autor de la Historia del periodismo en Bolivia recordó a las editoriales que por ignorancia o búsqueda de dominio habían deformado y empobrecido la expresión intelectual boliviana. Una de las excepciones, el otro lado de la balanza, era precisamente Guttentag.

Tuve ocasión de comprobar el acierto de sus advertencias en carne propia. Hará cinco o seis años mi ilustre amigo Mario Miranda Pacheco me recomendó publicar en una editorial paceña y me suministró los datos del responsable. Luego de contactarlo, el editor tardó meses en responderme y cuando lo hizo invocó su personal involucramiento en campañas electorales.  Ignoro si su desinterés tendría otros motivos, aunque dudo que lo fuera la calidad del texto: finalmente se publicó en la Biblioteca Ayacucho, una de las grandes editoriales de América Latina.

Tiempo después repetí el intento y obtuve los mismos resultados, si bien esta vez quedé convencido de que el afán de poder del editor iba de la mano de su menguada dedicación a la lectura: mi nuevo trabajo lo publica Anthropos de Barcelona –reconocida especialista en el tema que trato– con lo cual interrumpo las iniciativas paceñas y me resigno a mi buena suerte.

Vocación formadora, conocimiento profundo de libros y manuscritos, honestidad intelectual, no poner la empresa al servicio de intereses mezquinos, y talento para construir un legado; tal parece haber sido la fórmula de Los Amigos del Libro.

No escasean quienes quieran y en conjunto aspiren a hacer posible el slogan de “No leer lo que Bolivia produce, es ignorar lo que Bolivia es”.

Los proyectos entusiastas de La Hoguera, El País, Quipus, etcétera, son buenas salidas de lo que Bolivia es. Pero la tarea sigue siendo enorme en un país que lee poco y donde la intelectualidad debe financiar sus libros o publicarlos en el extranjero.

Werner Guttentag perseveró en su empeño porque esperaba la llegada de tiempos mejores y es posible que estos se concreten, a juzgar por los avances de la industria editorial.

Sin embargo, los tamaños de esa aspiración son todavía los del gran ausente, aquel que a su pesar testimonia que el tiempo pasado –el suyo– fue mejor.

 (*) Director de Argumentos, estudios críticos de la sociedad y profesor investigador de la Universidad Autónoma de México.

“Vocación formadora, conocimiento profundo de libros y manuscritos, honestidad intelectual”

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