La lectura digital y la decrepitud de los Austrias. ‘Dolce far niente’ en la corte de la FGEE.

La lectura digital y la decrepitud de los Austrias. ‘Dolce far niente’ en la corte de la FGEE.

El pasado 29 de abril tuvo lugar la mesa redonda “El futuro de la lectura en el entorno digital” en la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad de Barcelona. Fue interesante porque retrató el posicionamiento de tres grandes actores del sector del libro, editores, libreros y bibliotecarios o, al menos, sus representantes institucionales.

Fuente original: La lectura digital y la decrepitud de los Austrias. ‘Dolce far niente’ en la corte de la FGEE. | verba volant, scripta manent.

La charla fue moderada por Lluís Agustí, director de la Escola de Llibreria de la UB, quien realizó un acertado planteamiento de la cuestión. Intervinieron Carme Fenoll, jefa del Servicio de Bibliotecas de la Generalitat de Catalunya, Jeroni Boixareu, gerente de la librería Hispano Americana y de la editorial Marcombo –a la sazón vinculado con el Gremio de Libreros de Catalunya y su proyecto Liberdrac– y el editor Daniel Fernández, desde el 1 de enero presidente de la Federación de Gremios de Editores de España.

Decidí asistir a la mesa redonda porque quería ver, en vivo y en directo, al flamante presidente de la FGEE. Ya conocía la posición de Fenoll y Boixareu, y tenía la vana esperanza que Daniel Fernández dijera algo interesante aunque su paso por el Gremio de Editores de Catalunya hiciera presagiar lo que finalmente sucedió.

Si Fenoll mostró un optimismo prudente acorde con los actuales planes públicos de préstamo digital y sus discretos primeros resultados, Boixareu fue crítico y pragmático; entiende que al libro digital hay que darle una respuesta, que dicha respuesta debe ser comercial y que no podemos demorarnos demasiado. No tiene nada claro que se acaben cumpliendo muchos de los pronósticos pero entiende que no basta con negarlos.

Si las bibliotecas no paran y los libreros empiezan a espabilar, en la FGEE reina el dolce far niente. Fernández se burló del libro digital mediante chascarrillos que ya estaban muy manidos en 2010 y un tono de cachondeo con el que parecía decirnos que aquello no iba con él. Lo más destacable de lo que dijo –habló mucho sin decir casi nada– fue que los editores todavía no habían encontrado la manera de hacer rentable el libro digital; su desparpajo y despreocupación demostraban más ignorancia que mala fe y parecía no saber que, sin salir de España, el 30% de la facturación de Roca Editorial ya es digital y que, tal como Santos Palazzi desveló en Kosmopolis, algunos sellos de Planeta ya han alcanzado un muy respetable 12%. Puede que quede camino por recorrer pero algunos editores sí saben cómo hacerlo; alguien, en la FGEE, debería preguntárselo.

Abrazando la piratería como gran excusa, Fernández celebró el bache que las ventas de libros digitales parecen atravesar en Norteamérica y el Reino Unido –bache que no es tal como ya comentaré en un próximo artículo– y puso el relativo fracaso de los lectores de tinta electrónica como ejemplo del estancamiento del libro digital, como si la lectura no tuviera nada que ver con la competencia por la atención y el crecimiento del consumo de información en dispositivos móviles, ya sean tabletas o teléfonos.

Fernández perdió una gran oportunidad de lucirse cuando Lluís Agustí, a raíz de un comentario de Carme Fenoll, le preguntó si las nuevas herramientas de segmentación del público podían ser útiles a los editores. Cuando lo más fácil hubiera sido responder “sí, conocer mejor al público nos permitirá hacer mejor nuestro trabajo” –sin tener que mostrar su oceánica ignorancia en estos temas– escapó por la tangente diciendo algo así como que lo importante era leer y que el resto eran fruslerías.

El presidente pasmado

Vi un presidente pasmado y me acordé, una vez más, de los últimos Austrias, reyes abúlicos, incompetentes, que delegaron las labores de gobierno en validos. Si Fernández es Felipe IV, Antonio María Ávila es el Conde-duque que rige los destinos de la FGEE desde 1997. No importa quién sea el presidente, no importa de dónde venga ni cuánto dure, el estilo de la FGEE, el estilo Ávila, se impone. Los presidentes pasan pero él siempre permanece.

Si Ávila fuera un genio la cosa tendría su aquél; en lo único que destaca el valido de la FGEE es en asegurarse que nada cambie. Al abrigo de un sistema de elección presidencial diseñado para poder nombrar a un teleñeco si fuera necesario –otro día hablaremos del vodevil de instituciones librescas del país– protege a la institución dejando al sector en segundo plano en clara confusión entre el mapa y el territorio.

Ávila, con todo, sólo es la voz de su amo, aquél que se cuida muy mucho que la FGEE sólo trabaje por el bien de los grandes y lo haga allí donde mejor se le da, en los despachos de la Administración. Para eso no se necesitan presidentes con visión ni talento, apenas es necesario un armazón institucional tan vacío de ideas como la Federación.

Etiquetado con:

Artículos relacionados