La reinvención de la librería. Por Joaquín Rodriguez
— 22 enero, 2013La reinvención de la librería.
Publicado por Joaquín Rodriguez 22/01/2013
Hoy hemos sabido que la librería Proa Espai de Barcelona ha cerrado. No es, desafortunadamente, ni la última ni la primera (antes cayeron Ona, Áncora y Delfín, Librería General de Arte Martínez Pérez…) Tal como señalaba hace pocos días Manuel Gil, podemos conformarnos con los datos brutos e inexactos que los gremios proporcionan, creyendo que el cierre de las librerías de fondo es compensado por la apertura de librerías generalistas. Pero no es así. El cierre sistemático de las librerías responde, en gran medida, a la finalización y conclusión de un modelo de producción ligado al libro analógico (lo mismo que le sucede, en gran medida, a las bibliotecas tradicionales, grandiosas infraestructuras construídas en torno a objetos). E imaginar un nuevo modelo, reinventarse, no resulta sencillo. El descenso progresivo e imparable de las ventas, motivado en gran medida por la migración de los usuarios a entornos de compra y descarga digitales, se siente hasta en las librerías especializadas, como en el caso también reciente de Díaz de Santos.
Algunas bibliotecas públicas y universitarias, en Estados Unidos, están ensayando su desmaterialización: las bibliotecas del condado de Bexar, en Texas, y la biblioteca de la Universidad de Standford, buscan reinventarse mediante su conversión en espacios desprovistos de libros físicos, de mercancias analógicas. En el fondo, de lo que se trata -así lo piensan- es de ahondar en la misión de cualquier biblioteca, que no es otra que la de propiciar el acceso a los contenidos que gestionan, algo que puede favorecerse perfectamente a distancia. En Cataluña los bibliotecarios, sin embargo, han optado por un modelo inverso: el de convertirse en resguardo y amparo de las librerías, reservando espacios en su red municipal para su acomodo, para instigar la concupiscente relación entre los lectores y los libros físicos.
Los libreros franceses saben que las cosas nunca serán ya como han sido. En “Librarie. La physique du numérique“, un artículo (de pago, en Livres Hebdo) sobre el que me llamó la atención José Manuel Anta, los libreros pretenden evitar la desbandada de los compradores a las plataformas digitales, para lo que imagina formas y maneras de “materializar lo digital” dentro de la librería: escaparates virtuales para acceder al fondo vivo de las editoriales; lectores o tablets disponibles en la propia librería para hojear con placidez digital las novedades; la disposición de códigos QR para facilitar la compra, etc.). Toda una batería de medidas encaminadas a integrar la oferta electrónica en la librería tradicional.
No hay, desafortunadamente, demasiadas recetas mágias para reinventar el sector, pero algunas de ellas pueden encontrarse en “Novel ideas for indie bookstores“, algo que me recueda, lejanamente, a otro artículo que pretendía desbrozar esa misma veta, The Book+ Bussiness Plan. En todo caso, las ideas novedosas para librerías independientes dicen así:
o Crear un entorno dentro de la librería que agrupe productos relacionados con los libros que se venden. Hasta un tercio del espacio de la librería Brookline Booksmith en Brookline, Massachusetts, está dedicado a la venta de productos complementarios. ¿Quién, entre nosotros, no recuerda a Tipos Infames, por poner un ejemplo cercano?
o Actuar localmente, convertirse en punto de referencia cultural y/o empresarial, acogiendo iniciativas de toda naturaleza, como en el caso de la librería Square Books de Oxford, Mississippi, y la Thacker Mountain Radio que opera en sus locales. ¿Quién no recuerda la dinámica de trabajo vecinal y comunitario de librerías, en este caso, como Traficantes de Sueños?
o Convertirse en imprenta local, en impresor digital bajo demanda que ofrece cobertura a autores locales, imprimiendo en tiradas cortas su producción editorial, u ofreciendo a sus clientes ejemplares de libros agotados. La librería Bellingham, en Washington, adquirió la Expresso Bookmachine, mediante leasing, la archifamosa máquina de impresión digital inventada y financiada por Robert Darnton. Aquí, por el momento, nadie quiere creérselo, aunque algunos nos desgañitemos repitiéndolo. (A propósito: Penguin la ha adoptado);
o Ayudar a la competencia, comprender que el beneficio mutuo pasa, al menos en algunas ocasiones, por la creación de coaliciones, por la cooperación: la desaparición inminente de Subterranean Books, llevó a varias librerías a crear la Independent Bookstore Alliance y a repensarse como taller o lugar de encuentro para lectores ávidos de nuevas competencias digitales.
o Retransmitir eventos, conferencias y encuentros mediante el uso de las tecnologías digitales que (de manera gratuita), están a nuestra disposición. Intentar que la comunidad de lectores afines e interesados crezca y se fidelice mediante el contacto que las tecnologías digitales propician, tal como hace regularmente la librería BookCourt, en Brooklyn. Marcial Pons, entre nosotros, se prepara para incorporar la tecnología a sus presentaciones.
Ninguna de estas soluciones garantiza la continuidad ni protege de la ruina. Pero prueben a no adoptar ninguna de ellas, a no reinventar la librería.
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