La socialización del libro infantil y juvenil en Catalunya (1,2,3): una respuesta errónea a un problema real

La socialización del libro infantil y juvenil en Catalunya: una respuesta errónea a un problema real | verba volant, scripta manent.

Publicado en 10 julio 2013 de Bernat Ruiz Domènech

La literatura infantil y juvenil es uno de los parientes más pobres de la narrativa. Muchos creen que escribir para niños es fácil; al contrario, es más difícil que hacerlo para adultos por distintos motivos de edad, lenguaje, contexto y referentes, entre otros. Por eso sorprende que los autores catalanes de libro infantil y juvenil sean tan torpes cuando intentan –me temo que sin conseguirlo- defender su sustento.

Un problema muy serio

Los editores, escritores e ilustradores catalanes de literatura infantil y juvenil tienen un problema: cada vez más escuelas deciden socializar la lectura de los libros de lectura obligatoria. Hasta hoy se renovaban cada año y quien solía realizar la compra era el AMPA de cada centro. Pero algo ha cambiado: ahora ya no se renuevan los libros anualmente; se aprovechan dos, tres o cuatro años seguidos.

Esta medida de ahorro tiene el efecto no deseado –creo que ni siquiera previsto por sus impulsores- de perjudicar económicamente a autores y editores. Si en vez de renovar el libro cada año se aprovecha el título tres años seguidos, autor y editor se embolsan un tercio de lo previsto. Pocos escritores o ilustradores pueden vivir exclusivamente de escribir pero, para aquellos que complementan su sustento con el porcentaje de ventas, la socialización puede ser un descalabro considerable. Algunas editoriales pueden verse abocadas al cierre.

 

El problema es muy serio y debe ser afrontado. Hace ya tres años se creó en Catalunya la Plataforma per la No Reutilització del Llibre Literari a les Aules (Plataforma por la No Reutilización del Libro Literario en las Aulas) para conseguir que la Consejería de Educación de la Generalitat de Catalunya rectificara su política de reutilización de libros, inicialmente pensada para los libros de texto pero que el gobierno autonómico estaba extendiendo a la narrativa infantil y juvenil. Se consiguió posponer el problema sin atajarlo, aunque la mencionada plataforma propuso un modelo de financiación para autores y editores basado en el Public Lending Right (Derecho Público de Préstamo) con interesantes antecedentes en Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Alemania, Austria, Bélgica, Holanda, Canadá, Israel, Australia y Nueva Zelanda.

 

Un contexto bastante complejo

 

El problema parece muy sencillo pero tiene un contexto más complejo, del que aquí sólo mostraremos algunos aspectos relevantes. Para empezar el gran olvidado es el librero: hace años que muchas escuelas y asociaciones de madres y padres de alumnos (AMPA) empezaron a comprar todos los libros directamente a las editoriales, con beneficio para ambas partes tras el puenteo del 30% de margen de la librería. ¿Alguien ha oído a autores y editores salir en su defensa? Yo tampoco, y eso que el lucro cesante para el librero es del 100%. No es que venda menos, es que no vende en absoluto.

Tampoco hay que olvidar que muchos autores también son maestros de escuela –pero no al contrario, no muchos maestros son autores. Eso no significa que se prescriban a sí mismos –aunque de todo habrá-, pero sí que bajo el prosaico hoy por ti, mañana por mí, a menudo se recurre a la prescripción cruzada. No son muchos, no es ilegal, personalmente ni siquiera me parece ilícito, pero ese detalle no suele mencionarse.

Lo que tampoco es ilegal es lo que hacen las escuelas y las AMPA. Un libro es un objeto que puede ser cedido y/o vendido en cualquier momento tras su compra y dicha cesión o venta no ocasionará beneficio alguno a sus autores ni sus editores. Siempre se han cedido libros de lectura obligatoria en las escuelas; el problema que se plantea ahora no es cualitativo, es cuantitativo: ha llegado un momento en que esta práctica empieza a afectar el bolsillo de autores y editores.

Finalmente muchas editoriales, y especialmente ciertos grupos, se acostumbraron a ofertar las lecturas obligatorias junto con los paquetes de libros de texto, aprovechando el tirón prescriptor de la escuela y sus maestros. Eso aseguraba un volumen de venta anual nada despreciable, invitando a los maestros a elegir las lecturas obligatorias de un parco catálogo. El resultado era que los padres compraban las lecturas obligatorias casi como clientes cautivos.

Inteligencia en peligro de extinción

La reacción de los escritores e ilustradores al problema mencionado ha sido la creación de una plataforma llamada Autors en Perill d’Extinció (en catalán, Autores en Peligro de Extinción) a la que ya se han adherido más de cien escritores e ilustradores. El nombre invita al victimismo y no presagia nada bueno. Obviando un contexto mucho más complejo del que a ellos les gustaría, lo primero que han hecho ha sido redactar y publicar un manifiesto que incluye todos los lugares comunes y los sobreentendidos que se supone les benefician y que adolece de tres defectos sorprendentes: es muy confuso, es demasiado largo y está mal escrito, que es lo que sucede cuando quien redacta es un comité. He traducido algunos párrafos para ver cómo unas ideas tan cortas pueden ocupar tanto espacio:

Durante estos años los niños y niñas de las escuelas catalanas han tenido un contacto directo con los escritores y escritoras que nos hemos acercado a las aulas para comunicarnos directamente con ellos y responder a su curiosidad. Les hemos contado cómo se escribe un libro, cómo se crean los personajes, cómo se inventan las historias, cómo se dibujan los álbumes…

Es cierto pero las editoriales y los autores cobran por hacerlo. Las editoriales montan bolos por las escuelas por cada uno de los cuales el autor puede embolsarse entre 80 y 100€. El resultado de la socialización de las lecturas obligatorias ha sido que las editoriales han dejado de organizar giras a sus autores porque no les sale a cuenta. Por lo tanto: lo que se vende como valor añadido es un servicio por el cual se cobra. Es lícito pero poco heroico contado de esta manera. Si estas acciones se llevan a cabo gratuitamente –también ocurre- debemos inscribirlas en la estrategia de marketing de autores y editores: que una escuela le permita a una empresa el contacto directo con su público –un público de corta edad y muy influenciable- es un lujo al alcance de muy pocos. ¿Alguien se imagina qué ocurriría si Coca-Cola consiguiera hacer lo mismo?

El alumnado catalán ha aprendido que los libros tienen un valor real y simbólico y que son sus amigos, sus compañeros de viaje, el refugio de los sueños. Y entre todos hemos contribuido a crear un país más culto, más próspero y más europea con unos índices de lectura y consumo de libros propio de los niveles franceses y alemanes.

Me gustaría ver las encuestas en las que basan su primera afirmación. Más importante todavía: si de veras es cierto que hemos alcanzado los niveles de lectura y de compra de libros de franceses y alemanes (sic) no comprendo que en el mismo documento se afirme lo siguiente:

Y, pese a todo, la realidad actual es que la mayoría de las familias NO COMPRA LIBROS a sus hijos.

Obviamente tampoco citan ningún estudio que sustente tan atrevida afirmación. Podrían haber dicho que las familias catalanas y por extensión las españolas compran menos libros en comparación con otros países –algo que sí se sustenta en base a los estudios y estadísticas de consumo cultural- pero eso les hubiera estropeado el melodrama. Uno empieza a pensar que los niños catalanes son pálidas sombras de Oliver Twist al leer cosas como esta:

Pero lo peor de todo es que con esta iniciativa se desvaloriza el libro a ojos de nuestros niños, vaciándose de libros los hogares catalanes. La “tarea educativa” que se pretendía (quizás cargada de buenas intenciones) está consiguiendo modificar negativamente la motivación lectora, los hábitos lectores, la relación lector-libro y muchos otros aspectos que serán irreversibles cuando nuestros niños y niñas sean adultos.

Traducción: si en vez de comprar los libros cada año los aprovecháis y los dais a leer a vuestros retoños durante unos cuantos cursos, les estaréis causando un daño irreparable y crecerán torcidos. Vaya… ¡veo miles de tiernas áreas de Broca y Wernicke devastadas por la lectura de libros usados! Si algo me subleva especialmente es el chantaje emocional con niños de por medio. Viniendo de gente que se supone que ejercita la mollera, este sólo párrafo ya cuestiona su credibilidad. ¿Pueden indicarme qué estudios demuestran que se está modificando negativamente la motivación lectora y el resto de aspectos aludidos? ¿Pueden citar casos de otros países en los que la socialización haya tenido efectos tan perniciosos? Obviamente no pueden. Lo del vaciado de libros de los hogares catalanes me retrotrae al Hombre del Saco, versión bibliófila.

¿Qué fines persigue “la reutilización”? ¿Fomentar la lectura o ahorrar el coste de un libro única y exclusivamente? En el caso de familias necesitadas entendemos que es imprescindible proporcionar bolsas de libros, pero en el 90% de los hogares catalanes la compra de un libro de lectura de ocho euros es un gasto asumible y pequeño comparado con otros gastos educativos que las familias asumen naturalmente […].

La reutilización persigue el ahorro de dinero. Aquí no hay conspiraciones ni mala fe, lo que hay es poco dinero, tanto en el erario público como en el bolsillo de muchas familias. Reutilizar los libros no atenta contra el fomento de la lectura, de ser así las bibliotecas públicas serían una muy mala idea. Tampoco es de recibo decirles a las familias lo que deben hacer con su dinero desde una pretendida superioridad moral o intelectual. No se puede afirmar que para el 90% sea un gasto asumible, cuando el Instituto Nacional de Estadística afirma que el 21,9% de la población catalana está bajo el umbral de la pobreza y el paro ronda el 24,53%. ¿Tienen estos autores algún estudio, alguna estadística, que refrende sus afirmaciones? No lo creo.

¿Si ya hay un libro de lectura asignado cómo se implica el profesorado en la búsqueda de novedades y prescripciones? ¿Qué estímulo tiene el profesorado para recomendar lecturas y estar al día de las nuevas publicaciones, revistas prescriptoras y asociaciones pedagógicas de fomento de la lectura si ya tiene un libro asignado que no puede cambiar?

Los maestros no son protozoos que sólo respondan a estímulos externos. Teniendo en cuenta el vapuleo doctrinario, presupuestario y legislativo que siempre han sufrido, lo que no les falta es implicación ni motivación. Como en cualquier trabajo, los hay apáticos pero también los hay muy activos. Los primeros trabajarán con los libros asignados y punto. Los segundos ya se sabrán buscar la vida –en un mundo en el que todo está a un gugleo de distancia- para enriquecer sus clases y recomendar otras lecturas a los niños que, estas sí, puedan comprar sus padres. No hay que devanarse mucho los sesos con la peor psicosociología de salón.

La colección de perlas del manifiesto no termina aquí. El collar se completa bajo un amenazante título que añade suspense a la cosa: Quizás el alumnado SE PREGUNTA. O quizás no, vaya usted a saber. No han hecho ningún estudio de campo, ninguna encuesta, ningún meta-análisis que refrende lo que dicen. Para no alargarnos más, de su simple especulación se desprenden párrafos como este:

¿Qué valor tiene el trabajo de un autor o autora? ¿Nos hemos preguntado alguna vez de dónde sacan el dinero para seguir adelante y escribir las historias que leemos? Un carpintero, un albañil o un médico cobran por el trabajo que hacen. Nos fabrican un mueble, echan abajo un muro o nos operan y nosotros pagamos un dinero por su trabajo. ¿Pensamos que los creadores no deben cobrar por el trabajo que hacen? ¿Si la cultura no se paga (piratería) quien defenderá la cultura?

Las dos primeras preguntas se merecen, como consumidor, una cruda respuesta: Ni lo sé, ni me importa. Para todo aquél que ahora esté escandalizado, vamos a probar con llevarlo al absurdo: ¿Qué valor tiene el trabajo de un fabricante de lavadoras? ¿Nos hemos preguntado alguna vez de dónde sacan el dinero para seguir adelante y fabricar las máquinas con las que lavamos la ropa? Así de fácil es pasar de lo heroico a lo patético; cada cual tiene derecho a ganarse la vida con lo que hace siempre y cuando alguien decida que tiene valor, que ese valor es convertible en dinero y que además está dispuesto a pagar por ello. 

Cuánta razón tienen y cuán equivocados están. La actitud de los autores es humanamente comprensible pero están profundamente equivocados. Los autores han decidido emprender sus acciones bajo diferentes estrategias muy convencionales. En el siguiente capítulo las analizaremos y, en el tercero, propondremos algunas soluciones.

¿La socialización de libros sólo es perniciosa si los autores y editores no cobran? ¿Si se les compensa económicamente la socialización dejará de ser mala por arte de magia?

La actitud de los autores es humanamente comprensible pero están profundamente equivocados, especialmente porque todas sus acciones se basan en la creación de un lobby clásico. Su intención es alcanzar masa crítica suficiente para ganar legitimidad y poder de presión para llevar cabo las dos estrategias siguientes:

      Ganar influencia sobre la opinión pública: mediante los medios de comunicación clásicos y, en menor medida, redes sociales.

      Ejercer presión sobre la administración pública competente: para que implemente medidas tendentes a compensar a los autores mediante soluciones del tipo Public Lending Right.

Lo equivocado de este planteamiento es que se aplica sobre un problema que, en el fondo, no es nada convencional. Sólo en su superficie la socialización del libro es un simple problema de justa remuneración al autor –y tratarlo así desautoriza todo su Manifiesto, pero de eso ya hablaremos más adelante.

La insoportable levedad del libro en la escuela

Lo que realmente subyace a la socialización es un cambio de percepción del libro como herramienta educativa; es más, si el libro deviene herramienta educativa activa en la escuela, deja de ser un objeto contenedor de conocimiento y deviene un servicio de transmisión de conocimiento, un nodo de una red en la cual el profesor es el facilitador de información y contenidos. Obviamente muy pocas familias –puede que ninguna- lo racionalicen de este modo pero sí perciben que usando un mismo libro durante varios años logran un ahorro considerable. Es de Perogrullo. Paradójicamente eso acerca al libro a la realidad de muchos otros objetos de uso cotidiano, como los muebles domésticos, pero a la vez los aproxima también al concepto de servicio por cuanto se asocia al disfrute diferido de unas prestaciones: la narración contenida en el libro. Esa dualidad objeto/servicio -¿es el libro de papel, especialmente el escolar, un servicio encerrado en un objeto?- es lo que creo que confunde a muchos autores y a no pocos editores. Ellos perciben la venta de objetos mediante los cuales se realizará la experiencia de una lectura única o bien se realizarán múltiples lecturas por una persona, mientras sus clientes, los usuarios de los libros, perciben el libro como un objeto mediante el que disfrutar de un servicio: que muchos niños lean durante unos cuantos años mediante el mismo ejemplar. Uno de los párrafos del Manifiesto dice lo siguiente:

Ahora, en 2013, en muchas escuelas de Catalunya se considera que los libros son un gasto prescindible para las familias y es necesario que sean reciclados y pasen de mano en mano sin pertenecer a nadie. La “reutilización” a menudo no distingue entre libro de texto y libro literario.

Y yo me atrevo a añadir: ni distingue, ni tiene por qué hacerlo. El libro, en la escuela, es un objeto accidental, una contingencia. Todo libro, en la escuela, es un libro de estudio, sea cual sea la intención inicial del escritor; nada hay más aburrido que una lectura obligatoria, por muy bueno que sea el libro. Su valor de manifestación creativa unitaria se diluye y se subordina a los objetivos educativos que se quieren alcanzar mediante su uso. Su materialidad es un espejismo, un artificio hasta hoy imprescindible para transmitir conocimiento.

Lobbys y conservadurismo

De las diversas formas con las que cuenta un colectivo para defender sus intereses, los escritores e ilustradores han elegido el menos adecuado, el del clásico lobby de presión. Según la definición de Wikipedia:

Un lobby […] es un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la Administración Pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad.

Yo añadiría que también se crea para influir en la opinión pública mediante la opinión publicada cuando el comportamiento del consumidor es de vital importancia. Autors en Perill d’Extinció es un lobby, al menos a tenor de sus primeras acciones y reivindicaciones. Es conservador, inmovilista y dependiente. Es conservador porque lo que desean es volver a la situación anterior, sin proponer un marco nuevo que beneficie a todos. Es inmovilista porque no parecen dispuestos a emprender acción proactiva alguna ni se percibe un ápice de autocrítica. Es dependiente porque exigen que sus pérdidas sean compensadas con dinero público mediante la modificación del marco normativo.

Cuando una industria deviene oligopolio –como es el caso del petróleo, el gas y la electricidad- la creación de un fuerte lobby de presión es una medida lógica, aunque a muchos pueda parecernos odiosa y poco democrática. Cuando se percibe al usuario como un cliente cautivo, un lobby es muy eficaz pues la opinión del usuario final, o bien no importa, o es soslayable.

El libro infantil y juvenil es muy diferente. Aunque durante años se ha tratado a los alumnos y a sus familias como un público (casi) cautivo, dicho trato partía de unas características de distribución muy particulares, no del hecho de disponer de un recurso limitado y realmente oligopolizable. Por muy valiosa que nos parezca la narrativa infantil y juvenil, no es un recurso limitado, no puede permanecer en manos de unos cuantos –sus medios de producción tampoco- y, una vez rota la dinámica convencional de la distribución, no se puede seguir tratando a sus usuarios como invitados de piedra.

La opinión publicada (ya) no equivale a la opinión pública

Lo primero que han conseguido los autores con su Manifiesto ha sido ganarse el aplauso de la opinión publicada (unos cuantos ejemplos en la prensa local: Diari Ara, Diari de Girona, Diari de Tarragona, El Punt Avui, Catalunya Ràdio, 8TV). Esta aparente victoria es peligrosa; salvo honrosas excepciones, el periodismo cultural de nuestro país es una claque que comparte caja mental, prejuicios, copas y saraos con su objeto de trabajo y cualquier destello de objetividad es pura coincidencia; hay honrosas excepciones, insisto.

Contar con la aquiescencia del periodismo cultural es cada vez más peligroso, pues puede convertir la autoconfianza en auténtica hibris. Hace un año los responsables de la librería Robafaves se llevaron un buen chasco cuando, contando con (casi) todas las complicidades mediáticas locales y autonómicas, recibieron una sonora pitada popular a su petición –una forma amable de describir sus exigencias- de recibir del vulgo 250.000 € para reflotar su negocio. No lo consiguieron, y eso que apelaron a su supuesto papel estratégico en el panorama cultural local y a sus grandes y denodados servicios culturales a la patria. 

La presión sobre la administración pública les quitará la razón

En cuanto a las administraciones públicas, y en concreto la Consejería de Educación de la Generalitat de Catalunya, los autores conseguirán lo mismo que la mencionada librería: silencio y telarañas. Por un lado la Generalitat no dispone de los recursos necesarios para resarcir a autores y editores mediante algo parecido al Public Lending Right. Si precisamente las escuelas públicas están empezando a socializar los libros es porque la penuria presupuestaria es total. No tendría ningún sentido volver a gastarse el mismo dinero público pero por otro lado.

Tampoco tengo muy claro que la misma Consejería de Educación pueda obligar a las escuelas a volver a comprar los libros cada año, y eso por dos motivos: dudo que el marco legislativo sirva para obligar a nadie a comprar algo que no quiere comprar y para lo que no dispone de presupuesto –aunque en este país pasan cosas más raras- y estoy seguro que es imposible obligar a las AMPA, que son asociaciones privadas, a comprar nada a nadie, por muchas subvenciones que reciban –que de hecho son más bien pocas.

Por si la realidad no fuera suficientemente elocuente, los Autores en Peligro de Extinción corren el peligro de dispararse en el pie proponiendo fórmulas compensatorias como la Public Lending Right: el Manifiesto augura todo tipo de males a aquellos niños cuyas escuelas y familias caigan en el error (sic) de socializar los libros. Lo que no sé es como se puede sostener este argumento y, a la vez, pretender disfrutar de una compensación que no consiste en volver a comprar los libros cada año, sino en percibir un canon por el uso reiterado de los mismos títulos. Recuperemos las dos preguntas con las que iniciamos este artículo: ¿la socialización de libros sólo es perniciosa si los autores y editores no cobran? ¿Si se les compensa económicamente la socialización dejará de ser mala por arte de magia?

Los autores y editores tienen un doble problema: sufren un perjuicio económico considerable a causa del cambio de comportamiento de sus clientes y, a la vez, se equivocan en el enfoque y la búsqueda de soluciones. Tener razón y acertar el diagnóstico no basta, además hay que acertar en el tratamiento del problema. Tras analizar el problema y argumentar por qué los autores se equivocan, en el próximo artículo propondré soluciones no agresivas para superar este reto.

Los escritores e ilustradores de literatura infantil y juvenil agrupados en la plataforma Autors en Perill d’Extinció tienen un grave problema y, al menos de momento, han equivocado la solución. Sería muy fácil por mi parte ponerlos a bajar de un burro y callarme, pero también sería deshonesto. No pretendo sentar cátedra y no quiero solucionarle la vida a nadie –suficiente tengo con la mía y no estoy seguro de salir airoso-, en este artículo propongo una estrategia proactiva basada en acciones muy distintas a las emprendidas por los autores mencionados.

Los autores y editores parten de un punto de partida complicado. Empecemos haciendo un DAFO muy resumido:

Debilidades: están muy fragmentados y muy poco organizados. Excepto los grandes grupos, las editoriales del sector son medianas pero sobre todo pequeñas. Son dependientes de un sistema de distribución que no controlan y que, de hecho, nunca han hecho nada por controlar, porque circunstancialmente ya les era provechoso. También han sido históricamente dependientes de los clientes institucionales, hasta el punto que un porcentaje muy grande de su cuenta de resultados está dominado por ellos. Sus principales clientes institucionales han pasado a comprar la mitad, un tercio o incluso una cuarta parte de lo que compraban hasta hace poco.

Amenazas: su especialización puede dejar fuera a las más pequeñas porque carecen de la masa crítica suficiente para resistir periodos prolongados de bajos ingresos. La digitalización pone en cuestión su papel, pues cada vez más fabricantes de software invierten en productos infantiles educativos, muchas veces muy similares a un libro de literatura infantil convencional, mientras que los grandes grupos empiezan a ofrecer paquetes digitales cerrados, cuando no entornos educativos enteros. Las escuelas y AMPA disponen de herramientas como Bookint, una red social especializada en el intercambio de libros escolares –de texto, de lectura obligatoria y de lo que cada escuela y AMPA decida- de coste muy bajo y de alta rentabilidad que facilita todavía más la socialización.

Fortalezas: Su especialización es, a la vez, amenaza y fortaleza. Aunque la literatura infantil y juvenil no parece tener muchas barreras de entrada, el peculiar modo de distribución a las escuelas puede disuadir a nuevos actores –aunque eso dejará de ser así ahora que el modelo de distribución entra en crisis. Poseen, tanto autores como editores, un conocimiento profundo y extenso de su público. Como ha demostrado la creación de APE, pese a estar inicialmente muy fragmentados su capacidad de reunirse para responder a una amenaza común es muy grande. Un espacio comunicativamente pequeño como es el catalán limita mucho el negocio, pero presenta una barrera de entrada natural para todo aquel que inicialmente no trabaje en ese idioma. Ser pocos en términos absolutos puede ser una fortaleza.

Oportunidades: Cuentan con una ventana de oportunidad que suele darse en contadas ocasiones y es el espacio que queda entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer. Este espacio todavía no ha sido cubierto del todo por los grandes grupos y puede que consigan mantener una cuota importante o incluso encontrar la manera de convivir con ellos y seguir formando parte de las soluciones que tanto las escuelas como las familias necesitan.

¿Qué haría yo?

En la relación con un cliente toda empresa debe procurar formar parte de las soluciones, no de los problemas, y mucho menos mostrarse altiva, antipática y suficiente, combinación que lleva a perder clientes de manera irreversible. Un cliente puede volver si se le convence que el puntual mal servicio que motivó su marcha ha quedado atrás, pero nunca volverá si su marcha fue motivada por el desprecio. Si esto se cumple con una sola empresa, todavía es más cierto cuando hablamos de un colectivo, tan fácil de estigmatizar con cualquier excusa.

Autores y editores corren el riesgo de perder el capital social ganado hasta el día de hoy; enarbolar los servicios prestados no lo va a impedir, porque convierte una relación con valor añadido cívico y cultural en una simple transacción comercial. Creo que no es eso lo que buscan.

Hasta ahora he estado criticando desde la barrera, una posición cómoda y un poco desleal. Aquí voy a proponer una forma alternativa de afrontar los problemas de autores y editores bajo un enfoque comercial y de mejora de la eficiencia, que es el que considero correcto y que se basa en el concepto de coopetición: cooperación+competición (o concurrencia), cooperando en aquello que mejore la eficiencia del sector y compitiendo en aquellos nichos coincidentes, bajo una nueva forma de pensar: 

Proactividad: autores y editores deben pasar de una mentalidad pasiva, acostumbrada a trabajar con unas condiciones impuestas que llegan a su fin, a crear unas nuevas condiciones que les beneficien. Como comentaba anteriormente, hay que formar parte de las soluciones adaptándose a las necesidades de alumnos, familias, escuelas e instituciones, no al revés. Sin este cambio de mentalidad el resto no tiene ningún sentido y no hay cambio de mentalidad posible sin renunciar al lobby clásico, al pataleo y al consabido qué hay de lo mío, con el que han empezado a afrontar la situación. El cambio de mentalidad también pasa por dejar de pensar como escribientes y fabricantes de libros y pasar a considerarse prestadores de servicios culturales y educativos, porque es lo que están haciendo los grandes grupos.

Cooperación: la reacción de la plataforma APE demuestra que, llegado el caso, son capaces de ponerse de acuerdo con relativa facilidad. Como ya he dicho en otros artículos, al libro de papel le queda todavía un gran potencial de eficiencia. La única forma de ganar mayor eficiencia pasa por acuerdos entre las diversas editoriales especializadas que les permitan ganar escala y poder de negociación con proveedores mientras, en la vertiente comercial, editoriales con catálogos complementarios realizan campañas conjuntas. El objetivo final es mejorar el margen operativo y aumentar la facturación, de forma que mejore la rentabilidad, se ofrezca el mismo producto a un precio más bajo, o una combinación de ambas. El beneficio para los autores sería indirecto y vendría por el aumento en las ventas. No se trata de un proceso fácil, pero la alternativa es sombría.

Digitalización: la escuela es uno de los entornos en los que actualmente más se impulsa la digitalización. Iniciativas como Aula Planetacon el ejemplo que Manuel Gil mencionaba en su blog- dejan muy claro que el objetivo de los grandes grupos es copar completamente este sector. El verdadero problema para los autores y editores del libro infantil y juvenil es ese, no la socialización. Si no reaccionan con prontitud, innovación y flexibilidad a este intento de convertir las escuelas en jardines vallados, su lamento no vendrá por el descenso de ventas, sino por su completa desaparición.

Marketing: por incómodo que resulte, el libro es un producto y el problema de autores y editores es también un problema de disminución de ventas y facturación. Una de las respuestas debe provenir del marketing. Es absurdo que los editores paguen a sus autores –muchos los hacen- para ir a dar charlas a las escuelas; las giras por las escuelas deberían estar incluidas en las labores de promoción de sus libros. Tener un acceso tan fácil a prescriptores –maestros- y a usuarios –alumnos- debe ser más valorado y mucho mejor aprovechado. Los eventos deberían incluir también a las familias, que son las compradoras.

Gama: una solución comercial es también una solución de desarrollo de producto. Sería recomendable que autores y editores concibieran sus libros como parte de una gama de productos alrededor de los cuales ofrecer un servicio y, a la vez, diversificar las ventas. Eso no es nada nuevo y lleva lustros inventado, pero aplicado a los libros socializados implicaría el desarrollo de distintos productos alrededor de ellos. De este modo se ofrecería a las familias la posibilidad de reforzar la experiencia educativa con material complementario que, en cualquier caso, sería de libre adquisición, aunque nadie quita a las AMPA la opción de adquirir dicho material para la escuela. Los productos a desarrollar pueden ser diversos: desde otros títulos, a software y juguetes educativos basados en el mismo concepto que el libro original, por no hablar del impulso del fanfictionentre los escolares, etc.

La respuesta debe ser comercial, no institucional

En cualquier caso la respuesta al problema de autores y editores debe ser comercial, intentando que aquello que las escuelas no compren puedan comprarlo las familias. Como ya se dijo en el anterior capítulo, muchas de ellas tampoco pasan por un buen momento, pero puestas a adquirir un número limitado de material educativo de refuerzo, pueden ser más sensibles a lo que ya conocen en la escuela –sea lo que sea- que a algo que no conocen. Y en ese aspecto orientar la oferta editorial como un servicio y ampliar la gama de producto parece una buena alternativa. Por otro lado y aunque ahora no nos lo parezca, la crisis llegará tarde o temprano a su fin –sea el que sea- y debemos suponer que el consumo mejorará. Eso debería pillar a los autores y editores de libros infantiles y juveniles con la reconversión hecha.

Por doloroso que resulte, el mercado del libro infantil y juvenil ha encogido. Eso significa que no van a sobrevivir –comercialmente hablando- ni todos los autores ni todas las editoriales. Algunos se quedarán por el camino, pero aquellos que apuesten por luchar deben hacerlo bajo un nuevo espíritu de coopetición: cooperando en aquello que sea bueno para mejorar la eficiencia del sector, compitiendo en aquellos nichos en los que las respectivas ofertas sean coincidentes. Se juegan su existencia: los grandes grupos no van a detenerse y las administraciones públicas no pueden ayudarles.

 

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