Leer en la era de las multinacionales

Leer en la era de las multinacionales

SANTIAGO ERASO / diariovasco.com

En estos días se han publicado dos noticias sobre el sector del libro en Donostia. Por una lado, la apertura de una nueva librería, Tobacco Days -homenaje a la novela de Anjel Lertxundi- que se suma al entramado de actividades de Tabakalera. Por otro, el anuncio de la próxima inauguración de La Casa del Libro, una más de las 45 franquicias del mismo nombre que se despliegan por toda España.

Podría parecer que ambas noticias son excelentes, sin embargo, desde el punto de vista social, dejando de lado la libertad de empresa, dan cuenta de dos maneras radicalmente opuestas de entender el desarrollo de la ciudad y su urbanismo cultural. La primera iniciativa se suma a la larga tradición de librerías con arraigo social (en este caso heredera de la desaparecida Garoa, que afortunadamente sigue manteniendo su tradicional espacio en Zarautz), como Hontza o Lagun -sirva esta mención para recordar a su fundadora María Teresa Castells, recientemente fallecida-; o Kaxilda, de más reciente creación, original lugar de encuentro, donde leer, conversar o compartir una buena mesa, se hace a la vez que se piensa la vida en común. Todas ellas, junto a otras que sería largo de mencionar, forman parte de ese entramado de pequeñas empresas que constituye el músculo de una ciudad cohesionada con fuertes lazos comunitarios. Esa ciudad de «los caminos cortos» de la que nos habla Felipe Delmont, arquitecto-urbanista y consultor de UNESCO, compacta, densa e intensa, que promueve la posibilidad del trabajo, el encuentro, el recreo y el reposo en todas sus partes, como antagonista de la suburbial, segregada y diluida que individualiza y privatiza la experiencia y nos convierte en meros y resignados consumidores.

El segundo proyecto, no es ni más ni menos que un apéndice del entramado de intereses empresariales y financieros del grupo Planeta. Según Wikipedia, esta multinacional de la comunicación, además de la cadena de librerías, aglutina a multitud de empresas, entre las que destacan las 64 editoriales que la convierten en el primer grupo editorial en lengua castellana y el décimo del mundo. Actúa también en el ámbito de los coleccionables, plataformas educativas, enseñanza a distancia, industria audiovisual y medios de comunicación. Asimismo, a través de su fondo Hemisferio, tiene numerosas inversiones inmobiliarias, acciones en Vueling Aerolíneas y en el Banco Sabadell. Los últimos años, junto a otros grupos internacionales como Penguin Random House o Feltrinelli, actual propietaria de la histórica Anagrama, controlan casi el 70% de la producción y distribución editorial en España. Como resultado de esta tendencia a la concentración de medios, junto a los grandes proveedores de bienes y servicios como Amazon o Google, los convierte en auténticos monstruos de la comunicación, que van apoderándose de la creación de contenidos y, por tanto, del control del imaginario colectivo, así como, claro está, del pensamiento, con la subsiguiente alteración de la hegemonía cultural y su incidencia en los modos de vida.

Lamentablemente, como en casi todos los procesos de acumulación y concentración de capital promovidos por las políticas financieras liberales de las últimas décadas, toda la cadena de valor relacionada con la lectura está siendo afectada por una severa centralización monopolística que está devastando el rico y plural ecosistema del libro que, durante siglos, ha sobrevivido con encomiable dignidad.

Sin embargo, esa red de pequeñas empresas y cooperativas que añade valor a la vida comunitaria, está renovando su presencia pública y, con encomiable capacidad de innovación, diversifica su oferta cultural e incrementa su importancia social. Han sofisticado sus servicios, pueden ser cafeterías, restaurantes, centros culturales, jugueterías, galerías de arte, salas de concierto, espacios de debate público o productoras culturales, a la vez que editoriales independientes. Como nos recuerda Guillermo Schavelzon en ‘Seis problemas del mundo del libro y la edición’, publicado en la revista Texturas dirigida por J. M. Barandiarán y M. Ortuño, en nuestro paisaje urbano, frente a la tendencia a la concentración, están apareciendo editoriales independientes que no siguen el modelo que señala la época e intentan mantenerse alejadas de esos valores que hoy parecen indiscutibles, como el crecimiento sin límites, la masificación de la producción, el lector considerado como un simple consumidor y la rentabilidad como emblema de su misión; valores que la industria cultural, promueve como los únicos posibles. Son editoriales que no necesitan best sellers, se aventuran con catálogos especializados y de calidad, arriesgan con nuevos escritores, apuestan por la traducción o rescatan libros que habían dejado de circular. Son pequeños empresarios o cooperativas que, con el objetivo de tener un trabajo y una vida digna y consecuente, tan solo pretenden caminos alternativos al mainstream o la moda dominante. Propietarios o simplemente lectores para quienes una fajilla que diga «un millón de ejemplares vendidos» es ya un indicador de poco interés. Si realmente queremos que nuestras ciudades sean espacios de vida en común, parafraseando a la célebre socióloga Saskia Sassen, podríamos preguntarnos si de verdad necesitamos a una multinacional para tomarnos un café o comprar un libro en nuestros barrios

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