Leer en la nube. Joaquín Rodríguez

Leer en la nube.

Published by  . futurosdellibro.com  diciembre 10, 2013

El pasado 25 de junio -y tomo todo el párrafo que a continuación viene del texto original publicado en la página del Centro de Desarrollo Cultural de la FGSR-, tras casi dos años de trabajo en el proyecto de lectura social Nube de Lágrimas, se presentaron las conclusiones en el Auditorio de Casa del Lector. Como es habitual en cada una de las diferentes etapas de Territorio Ebook los lectores que participaron fueron los primeros en conocerlas, además de los diferentes equipos de investigadores y bibliotecarios implicados en el proceso de poner en marcha el primer club de lectura en la nube organizado desde la biblioteca pública. El resumen de la jornada, además del programa, galería de imágenes y una serie de vídeos de opinión de bibliotecarios y lectores, pueden consultarse en 25 J, Conclusiones de Nube de Lágrimas. A todos estos recursos, se une ahora la publicación de los vídeos de las diferentes intervenciones de los participantes.
Como colofón del proyecto y tras las jornadas que se celebraron en la Casa del Lector, la Fundación publicará un volumen con las conclusiones, del que el siguiente texto es un fragmento de mi aportación, Antropología de la lectura (digital):

 Cuando hablamos de realizar una etnografía para estudiar las nuevas modalidades de la lectura entre los nativos digitales, entre aquellos que nacieron después de que las tecnologías digitales fueran siquiera inventadas, no estamos hablando de una metáfora, de una imagen más o menos afortunada sobre la que basar nuestra investigación. Estamos hablando de antropología en el sentido más preciso y puntual del término: conocer los hábitos y usos de una comunidad determinada en relación a un conjunto de prácticas, en este caso las de lectura en soportes digitales: cuando la forma y manera de comunicarse, de crear contenidos y utilizarlos, de distribuirlos y reutilizarlos, de compartirlos y recrearlos, de aprender e innovar, difieren en gran medida de lo que sus predecesores hacían con los soportes analógicos, cuando la lógica y el sentido de sus prácticas se diferencia significativamente de sus antepasados predigitales, estamos hablando propiamente de una nueva cultura que exige, para ser cabalmente conocida y entendida, el uso de dispositivos etnográficos de investigación. Lo mismo valdría decir, dicho sea de paso, para el análisis de los grupos de edad que, sin ser propiamente nativos digitales, podrían incorporar potencialmente los nuevos dispositivos y prácticas a sus hábitos de lectura, porque solamente entendiendo la manera en que se apropian de las tecnologías y las integran en sus pautas de consumo cultural, podemos aspirar a valorar su grado de aceptación.

La polémica, seguramente justificada, en torno a los efectos positivos o perniciosos que los dispositivos digitales y la estructura hipertextual del contenido de la web podría tener sobre nuestros hábitos cognitivos, en contraposición a la lectura tradicional, no pueden dirimirse si se carece de un apoyo empírico relevante y contrastado, de un estudio extensivo que identifique claramente las muestras sobre las que trabajar —acotadas, en este caso, según grupos de edad bien diferenciados—, que segregue a los grupos de control que deben servir como hito de comparación, que introduzca pautas de uso y dinamización que respalden el uso de las tecnologías introducidas. Hemos practicado el tipo de lectura que conocemos desde, al menos, el momento en que Sócrates recrimina a Fedro que lea en silencio en diálogo con criaturas desaparecidas que no pueden contestarle, que no pueden replicarle y, por tanto, no pueden negociar el significado de las cosas ni construir conocimiento dialogado, que construyen una sombra o un simulacro de conocimiento. Al menos así lo valoraba Sócrates, incapaz de ver en la nueva práctica lectora sobre un nuevo tipo de soporte, allá sobre el siglo V a.C., algo que contuviera valor alguno. Algo así nos sucede a nosotros: no somos muchas veces capaces de ver en esta transformación, de efectos seguramente tan persistentes y duraderos como tuvo la aparición del alfabeto y la lectura silenciosa, algo más que un simulacro virtual. Un vistazo hacia atrás nos demuestra, sin embargo, que no, que se dan todas las condiciones para entrever que la revolución digital transformará radicalmente nuestras prácticas lectoras y, con ellas, nuestra manera de ver, comprender y pensar. No es exagerado, por eso, trabajar con ciertas cautelas preliminares: sabemos por Maryanne Wolf y Stanislaw Dehaene que las transformaciones neurolingüísticas a las que se está sometiendo a nuestros cerebros pueden tener consecuencias imprevisibles, aún no sabemos si enteramente positivas o parcialmente negativas, pero lo que sí podemos contraponer es una estrategia que asegure la formación de cerebros bitextuales, de personas igualmente capacitadas para practicar la lectura silenciosa, profunda y reflexiva, capaz de seguir linealmente argumentos complejos que requieren un alto grado de abstracción junto a otro tipo de lectura más fragmentaria, hecha de contenidos desarrollados en distintos formatos y soportes, que exige del lector digital la capacidad para reconstruir un mensaje dividido, atribuyéndolo un posible significado. La lectura no es un hecho monolítico y la revolución digital muestra su multiplicidad.

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