Libros: Auge y caída de Bruguera, los rojos que hicieron felices a los niños del franquismo. Noticias de Cultura

Libros: Auge y caída de Bruguera, los rojos que hicieron felices a los niños del franquismo. Noticias de Cultura

MARTA MEDINA / elconfidencial.com

Yo eso nunca lo viví, pero mi padre me lo contaba. Eso de bajar al kiosko, cuando no había tanto coche por la calle apenas asfaltada, y gastarte una peseta, peseta y algo, en un tebeo de ‘El Capitán Trueno’. Y una bolsa de pipas. Varias generaciones que crecieron con la napia enterrada entre viñetas, entre números de ‘Pulgarcito’ -revista longeva donde las haya-, de ‘TBO’ y de ‘El campeón: la revista del optimismo’. En esa época en la que Gaseosas Genfis competía con Pepsi -antes de la fagocitosis-, cuando se comía regaliz de palo en vez de Pringles, cuando Hollywood no había descubierto el filón de los BatmanSupermanAntmano ‘Manman‘, los héroes -o antihéroes, mejor dicho- de las viñetas patrias tenían un extraño gusto por la rima consonante -‘Anacleto, agente secreto‘, ‘La familia Trapisonda, un grupito que es la monda’ o ‘Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte’- y por la hipérbole de los estereotipos nacionales.

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Y todo gracias a Bruguera, una pequeña editorial vinculada a la izquierda anarquista y republicana que enseguida olfateó las posibilidades comerciales de los tebeos infantiles en una España de Posguerra. La empresa responsable de ‘La hermanas Gilda’, ‘Carpanta’ y ‘Mortadelo y Filemón‘ «y sus trabajadores estaban muy conectados con la izquierda -catalana sobre todo-; algunos estuvieron en campos de concentración y volvieron, o lucharon en la Guerra Civil en el bando republicano», explica Pablo Vicente (Madrid, 1988), autor de ‘Auge y caída de una historieta’ (Editorial Léeme), un libro en el que repasa los devenires del tebeo español desde su época de esplendor en los años 40, 50 y 60 hasta su declive, ya en los años 80.

Los trabajadores de Bruguera estaban muy conectados con la izquierda -catalana sobre todo-; algunos estuvieron en campos de concentración

En 1915 se publicaba por primera vez ‘Dominguín’, «un pliego de 45×64 centímetros doblado por la mitad con una historia diferente y a color en cada una de las cuatro páginas», quizás el primer cómic español, que lamentablemente no logró pasar de las 20 entregas. Dos años después, sin embargo, aparecía la revista ‘TBO’, una publicación de ocho páginas con viñetas a dos tintas y textos al pie, que costaba cinco céntimos de peseta y que fue un absoluto éxito comercial. «En 1920 tenía una tirada de 39.000 ejemplares y en 1935 alcanzó los 220.000, en un país donde sólo alrededor de la mitad de la población sabía leer».

El olfato de Juan Bruguera Teixidó, fundador en 1910 de la editorial El Gato Negro-que publicaba folletines de teatro, colecciones de chistes, divulgación y poesía- le hizo volver la nariz hacia las revistas infantiles y en 1921 creó ‘Pulgarcito’, que con sus cómics, curiosidades, pasatiempos y concursos llegó a tener una tirada de hasta 50.000 ejemplares. Y aunque sus publicaciones estuviesen dirigidas mayoritariamente al público más joven, desde los comienzos se pudo entrever si Bruguera Teixidó cojeaba de la pierna derecha… o de la izquierda.

«Debido a que el director Miguel Primo de Rivera consideraba el separatismo como una de las mayores amenazas del país, en su primera semana en el poder ordenó la prohibición del uso de la lengua, himno y bandera de esta región en actos oficiales». Bruguera, en una aparente «respuesta a la represión que estaba llevando el nuevo gobierno», «se embarcó en la publicación de ‘Signoret’ (1924-1928), que además de estar escrita en catalán, también reivindicaba la cultura catalana».

«¿Para qué tendré que estudiar, si para matar rojos, que es lo que yo quiero, no se necesita?», decía ‘Pelayos’ o «Tengo sed de robar y asesinar. Por algo soy rojo»

Pero en esta época turbulenta, hacer proselitismo, incluso -o sobre todo- en las publicaciones juveniles era el pan de cada día. Como ejemplo, «la agresividad panfletaria de las revistas ‘Flechas’ (1936-37), de orientación falangista; ‘Pelayos’ (1936-38), de orientación carlista, o la unión de estas dos, ‘Flechas y Pelayos’ (1939-49), […] que exaltaban la violencia y el odio en unas historietas en las que los propios niños iban al frente a matar rojos, separatistas y antiespañoles. Ni en ‘TBO’ ni en EL Gato Negro llegarían a publicar bocadillos equivalentes a estos: ‘¿Para qué tendré que estudiar, si para matar rojos, que es lo que yo quiero, no se necesita?’ [número 52 de ‘Pelayos’] o ‘Tengo sed de robar y asesinar. Por algo soy rojo’ [número 25 de ‘Pelayos’]», relata Vicente en su libro.

Hay vida después de la guerra

En 1940, la editorial El Gato Negro se refunda como Bruguera; aunque había sido afín a la República, Francisco Bruguera -hijo de Juan- consigue permisos de publicación y redirige su contenido hacia el humor, retomando la cabecera de ‘Pulgarcito’. «Las historietas intrascendentes dejaron paso a la caricatura costumbrista de la realidad de aquellos años, exagerada con episodios de violencia extrema (golpes y porrazos que se llevan al límite de la muerte) y un nuevolenguaje alambicado, culto y añejo, que despertaba la sonrisa con palabras como prosapia, ebúrneo, apolíneo, defuncionarse o percebe», relata Vicente.

«Yo diría que Rafael González [director artístico y coordinador del departamento de tebeos de Bruguera en su época de máximo esplendor] tenía una visión muy crítica de la sociedad, y seguramente esa mirada crítica suavizada con el humor, con los chistecitos, sorteaba la censura y conectaba muy bien con el gran público», prosigue. «Bruguera se especializó en humor, porque cuando intentó hacer aventuras no le fue muy bien; consiguen su primer éxito en este registro con ‘El capitán Trueno’, cuando la editorial ya tiene muchísimos años y la competencia le come el terreno con ‘Roberto Alcázar y Pedrín’ y ‘El Guerrero del Antifaz’, que tuvieron mucho éxito, pero para nada comparable al de ‘Mortadelo'».

Hay que fijarse que, enaquellos tebeos, el hambre no sólo lo tiene Carpanta: casi todos los personajes del cómic de Posguerra pasaban penurias

En esta época dorada del cómic español, Bruguera supo captar talentos entre dibujantes con experiencia -como Josep Escobar, creador de ‘Zipi y Zape‘ y de ‘Carpanta’- y neófitos inexpertos, como Gustavo Martínez Gómez -más conocido como Martz-Schmidt, cabeza pensante de ‘El profesor Tragacanto’-, Manuel Vázquez [‘Heliodoro hipotenuso’, ‘Las hermanas Gilda’], «un autor divertido y carismático, rápido e inteligente, que podría haberse convertido en el dibujante más icónico de Bruguera si no se hubiese saboteado a sí mismo» o un barbilampiño Francisco Ibáñez que empezó a dibujar con 21 años, y que -¿recuerdan ‘El botones Sacarino’?-, comenzó su andadura profesional como botones en un banco.

Bajo la aparente inocuidad de las viñetas juveniles de humor, dibujantes como Conti, Vázquez, José Escobar Saliente, Schmidt o Cifré, retrataron de modo hiperbólico a una sociedad magullada y pobre recién salida de la Guerra Civil. «Hay que fijarse que, en los tebeos de los comienzos, el hambre no sólo lo tiene Carpanta, que es el personaje que se ha mantenido, sino que casi todos los personajes de cómic de la Posguerra pasaban penurias: Doña Urraca y Don Pío, por ejemplo, se quejaban siembre del hambre que tenían».

‘El tesorero’ (2015), que enfrenta a Mortadelo y Filemón con Bárcenas, fue un ‘bombazo’ editorial

Una retranca que se mantiene en las décadas posteriores y que Francisco Ibáñez ha sabido explotar hasta hoy: su cómic ‘El tesorero’ (2015), que enfrenta a Mortadelo y Filemón con Bárcenas, fue un ‘bombazo’ editorial. «Un ejemplo genial es ’13, rue del Percebe'; el tendero es un ejemplo buenísimo de cómo un tío que tiene un poco de poder sobre otra persona hace todo lo posible por fastidiar al comprador, que tiene que aceptar lo que hay. Es el fuerte el que hace todo lo posible por fastidiar al débil», explica Vicente. Y eso sin pasar por el moroso, el ladrón, la cotilla de turno y el inquilino jeta.

El capitán trueno y el principio del fin

«Al principio iba a ser otro cuadernillo del montón, pero el cómic que marcaría la diferencia para Bruguera sería ‘El Capitán Trueno‘, […] que llegaría a alcanzar los 350.000 ejemplares en un sólo número», relata Vicent. «Un comunista y un maestro represaliado», Víctor Mora y Miguel Ambrosio ‘Ambrós’, serían los artífices de la magia. Dejando de lado el humor, Bruguera se metía de lleno en el género de aventuras. «La premisa del primer cuadernillo de 1956 no parecía nada del otro mundo: un caballero español, el Capitán Trueno, luchaba en la cruzada del siglo XII junto a Ricardo Corazón de León para recuperar Palestina: con él viajaban dos leales compañeros, el hambriento [de nuevo] y forzudo Goliath y el adolescenteCrispín». En vez de ponerse solemnes, Mora -que acabó inscrito en el PSUC y exiliado en Francia- y Ambrós decidieron construir un héroe «desenfadado y con sentido del humor, que trataba a sus compañeros no como siervos, sino como iguales».

Víctor Mora se quejaba de que «era imposible tener una actividad política en aquella situación de persecución y vigilancia constante»

En 1963, Mora abandonó España. «Era imposible para mí tener una actividad política en aquella situación de persecución y vigilancia constante», se quejaba. Según Vicente, «en los cuadernillos que escribía si el Capitán Trueno no se dedicaba a derrocar tiranos que habían arrebatado el poder  a sus legítimos depositarios, entonces es que estaba desenmascarando a farsantes que se aprovechaban de las supersticiones de los más ingenuos».

Cinco años después se cancelaría ‘El Capitán Trueno’ -dos años después de ‘Jabato’-, aquejado de una infantilización que despojó al cómic de las tradicionales aventuras y, sobre todo, de sus lectores. Bruguera cambiaba de línea editorial, lo que supondría el principio de su fin. «atrás quedaba el ácido retrato social del ‘Pulgarcito’ de 1946 y las luchas libertarias del Capitán Trueno en 1956. Los diez años que se interponían hasta la llegada de la democracia fueron los de una editorial tan enfocada a la producción que aceptó la domesticación del Régimenpara no poner en peligro su estructura industrial».

En los comienzos de los años 80, la editorial ya se arrastraba moribunda. Una serie de malas decisiones empresariales, su alejamiento de la cultura popular y el descenso de su facturación pusieron a Bruguera en la picota. El 7 de junio de 1982 la editorial entraba en suspensión de pagos; acumulaba una deuda de 3.909 millones de pesetas. Comenzaron los despidos, las huelgas y las manifestaciones. OITEBSA, el sindicato mayoritario de la empresa, de raíces anarquistas, exigían la dimisión de Joaquín Miñano, el entonces director editorial. En 1986, Bruguera cerraba sus puertas definitivamente, absorbida por el Grupo Z, tras una transacción en la que se pagó un precio «que debió de ser simbólico».

30 años después, Ibáñez representa los vestigios de esa Escuela Bruguera que definió durante más de cuatro décadas la idiosincrasia del cómic español. Ahora, su lugar lo han ocupado Marvel y DC y, si apuramos, la televisión. «Las niñas ya no quieren ser princesas», como canta Sabina, y los niños ya no van al kiosko a gastarse las perras gordas. ¿Qué narices es una Gaseosa Genfis? ¿Por qué nadie iba a chupar un palo con sabor a regaliz? «Ahora heredar un kiosko es la ruina», advierte Vicente. Sin embargo, no se deja llevar del todo por el pesimismo. «El cómic español vive ahora un repunte, porque hay muy buenas editoriales, pero que buscan un público más especializado, con una presentación más cuidada, con aspecto de libro, y unos precios más elevados». Eso sí, él sigue siendo ‘fan’ de aquel tebeo que descubrió trasteando con su padre en las tiendas de segunda mano: un ‘Mortadelo’, 60 pesetas.

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