Libros clásicos que cambian de título cuando se vuelven a publicar

Libros clásicos que cambian de título cuando se vuelven a publicar

Guillermo Schavelzon

Existen libros que circulan desde hace décadas en América Latina devenidos en clásicos, que cuando años después son publicados en España, aparecen con cambios en títulos que ya estaban muy establecidos. Cuando lo veo, siempre me pregunto ¿habrá razones filológicas fundamentales que aconsejen el cambio? ¿Se trata de diferenciarse, de una búsqueda de originalidad? ¿Es un proceso de españolización imprescindible, o hay cierto menoscabo por lo que se hizo “en la periferia” de la lengua?

Libros clásicos que cambian de título cuando se vuelven a publicar | El blog de Guillermo Schavelzon.

Pensaba en esto mientras escuchaba a un editor que explicaba cómo, ahora que la venta de libros en España ha caído un 40% y América Latina con su crecimiento está cubriendo ese déficit, algunas editoriales comienzan a cuidar las traducciones de libros con gran potencial de venta, para que sean comprensibles en todos los castellanos, e incluso a hacer diferentes versiones para España, México o Argentina, los tres grandes mercados.

Hay estudiosos que hablan de tensiones entre centralismo y periferia, pero conociendo cómo piensan los editores, creo que se trata simplemente de una cuestión de mercado, una aritmética de relación de ventas entre España y Latinoamérica, que después de varias décadas pareciera estar cambiando.

Es cierto que con el paso del tiempo algunos libros necesitan nuevas traducciones, pero otra cosa es modificar títulos muy establecidos.

“Qué cada época, así como cada área lingüística, requiera nuevas traducciones de textos clásicos, es evidente, pero el hecho no exige que sea obligatorio denigrar las anteriores” (Juan José Saer, El destino en español del Ulises, El País, 2004)

Tenemos magníficas traducciones realizadas hace muchos años en México o Argentina por exiliados españoles, como Retrato de un artista adolescente de Joyce por Dámaso Alonso, o la primera traducción de El Capital de Marx, por Wenceslao Roces (asturiano), o las de José Gaos, otro asturiano exiliado en México, primer traductor al español de Hegel, Husserl, Heidegger y Kierkegaard; la primera edición en español de las obras de Sigmund Freud, dieciocho tomos traducidos por el madrileño Luis López Ballesteros, prologadas por José Ortega y Gasset (editorial Rueda, Buenos Aires, 1953), son todas comprensibles en cualquier parte país de habla castellana. Lo mismo sucede con la traducción de El cielo protector de Paul Bowles, y El primer hombre de Camus, ambas de Aurora Bernárdez. El listado tendría que incluir muchas más.

El caso de W.H. Hudson

Un clásico de la literatura argentina del siglo veinte, que escribía en inglés, es Guillermo Enrique Hudson, o William Henry, o WH como más le gustaba firmar, un escritor admirado por Borges, Piglia y Manguel.  Tal es su importancia, que en El camino de Ida, la última novela de PigliaEmilio Renzi llega a la universidad de Princeton para dictar un seminario sobre Hudson.

Hijo de estadounidenses emigrados a la pampa Argentina donde nació y vivió  hasta los 32 años, cuando por razones de salud se trasladó a Inglaterra. Allí vivió 49 años más, dedicados a escribir cincuenta libros, de los cuales 48 fueron sobre sus recuerdos y observaciones de sus años en

Argentina. Su clásico de toda la vida, que en Argentina se leía hasta en los colegios, es Allá lejos y hace tiempo (Far away and long ago).

Alla lejos Arg

Hace unos años la excelente editorial El Acantilado de Barcelona, comenzó a recuperar en nuevas traducciones la obra de Hudson, y modificó este título sustituyéndolo por Allá lejos y tiempo atrás. Me encontré en el barrio con Jaume Vallcorba, el editor que además era mi vecino, y cuando se lo pregunté me dio como respuesta una breve clase de lengua inglesa. Quizás, desde su perspectiva,  tenía razón, sin embargo como lector, no me convenció. Las resonancias del título original tenían y tienen un poder evocador que se pierde en la nueva versión

“Allá lejos y hace tiempo” está tan establecido como título como “Caperucita roja” (y no “El capuchón escarlata” u otras tonterías así. (Alberto Manguel).

Hace poco Lidia y yo releímos este libro hermosísimo, ella en la nueva traducción española, yo en una vieja edición argentina. La españolización de los términos campestres que Hudson supo captar con fina percepción, y cuya re-traducción del inglés al español cuidó personalmente, hace perder el clima rural, el vocabulario y la voz de la traducción original.

 Alla lejos Acantilado

“Al simplificar un texto, al quitarle palabras  que juzgamos difíciles o anticuadas, lo destruimos. Hablar de simplificar un texto, es suponer que el estilo, el vocabulario, el tono, lo que nosotros desde nuestro siglo hallamos oscuro o confuso, no es parte esencial de la obra sino una suerte de decoración superflua, y que sólo la anécdota vale. Si así fuera, el Infierno de Dan Brown tendría el mismo valor literario que el Infierno de Dante” (Manguel)

¿La horca o el patíbulo?

Fucik ArgeEn las virulentas décadas de los 60 en América Latina, cuando en España todavía no se podía publicar nada sobre las barbaridades del nazismo, había un libro emblemático que conmovía a la gente joven: Reportaje al pie del patíbulo, del checo Julius Fucik, un diario que fue escribiendo en la cárcel de las SS en Praga, sobre papel de baño, y fue sacando de la cárcel con la ayuda de algunos cómplices. El libro, de 1945, se publicó en México y Argentina en 1948. En España lo hace Akal recién en 1977, dos años después de la muerte de Franco. Lo acaba de recuperar Navona –su lectura sigue siendo conmovedora- en una buena traducción, manteniendo el título de la primera edición española, como antes lo hicieron Bruguera e Irreverentes: Reportaje al pie de la horca. En América, lleva cientos de miles de libros vendidos. Una búsqueda en internet muestra muchos más “resultados” para el título  latinoamericano que para el español.

Alba, otra editorial excelente, hace unos años publicó una nueva traducción del clásico de Flaubert, pero castellanizó el título poniéndole La señora Bovary, como si el término Madame no fuera de uso universal. Dicen los libreros que cuando un libro con título muy establecido se modifica, esa edición no se suele vender, no le inspira confianza al lector.

Walter Benjamin… abogaba por la permanencia de marcas de la lengua de origen, por lo que la traducción  debe sonar extraña, incómoda, en la lengua de destino” (A. Jimenes Morato, Blog de Eterna Cadencia)

Un Borges horrorizado criticaba el doblaje de las películas en España (hábito que no existe en Latinoamérica): “La voz de Helpburn o de Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que la definen”

El cazador oculto o El guardián entre el centeno

The catcher in the rye de J.D. Salinger, fue traducido y publicado en 1961 en Argentina por Fabril editora, con el nombre de El cazador oculto. En España recién pudo publicarlo Alianza en 1978, pero lo titula El guardián entre el centeno. Acudo al buscador líder de internet, y veo que para el título original latinoamericana hay 593.000 “resultados”, y solo 164.000 para el español.

El escritor Rodolfo Rabanal en el artículo “El traductor traicionado”, hace una reflexión fundamental para el trabajo de traducción, cuando se pregunta “¿Por qué cambiar un título no sólo acertado, sino más exacto y literario que el que ahora ostenta?…. En inglés, en los Estados Unidos, bastaba la literalidad para establecer la metáfora. Pero en la versión en español era preciso imaginar el propósito de Salinger y dar exactamente la idea que el autor buscaba. En efecto, eso se hizo, y de manera brillante en la traducción argentina”

Ética para Amador y Tutú Marambá

Tutú Marambá

Hace años me tocó ser editor en México y Argentina de un “best seller culto” del momento, Ética para Amador, de Fernando Savater. En unos los viajes que el autor hizo por América, le propuse (qué vergüenza que me da hoy) modificar algunas palabras adaptándolas al habla de cada país, para que se recomendara como lectura escolar. “Nunca, jamás, que los alumnos enriquezcan su vocabulario” fue la respuesta que no olvidé. También me tocó vivir una experiencia al revés: la escritora de libros infantiles más popular, creativa y exitosa de Argentina fue y sigue siendo la poeta María Elena Walsh, no casualmente discípula de Juan Ramón Jiménez. Sus libros son de una imaginación exuberante con el lenguaje, al punto que cuando era necesario, inventaba palabras. Nunca nadie dejó de comprenderla, ya que sus invenciones obedecían a una lógica poética excepcional, y siguen vigentes cuarenta años después. Sus editores en España, para incluirla en un “plan lector” le propusieron poner alguna nota al pie, modificar alguna palabra, que –decían- los niños españoles no entenderían. Ella se negó, y terminamos descubriendo que los niños españoles –según cartas de maestras a la autora- lo entendían todo muy bien.

Los clásicos del siglo veinte

En las décadas negras de España que al juez Garzón todavía no le dejan investigar, la censura hizo que la mayoría de las grandes obras se tradujeran en América y se publicaran allí. Las casas de Espasa Calpe y Aguilar en los años cincuenta, eran más grandes en Buenos Aires que en Madrid o Barcelona. La famosa colección Austral no sólo se pensó e inició allí, sino que ahí se hacía toda la producción. Cuando me tocó conocer Espasa por dentro, en 1992, supe por el antiguo gerente de la casa que apenas la mitad de los casi tres mil títulos publicados, no circulaba en España. Lo mismo sucedió con obras de Proust, Freud, Marx, Camus, Nabokov, Joyce, Herman Hesse, Sartre, Simone de Beauvoir, Henry Miller y muchos más.

Las editoriales Calpe, Labor, Juventud, Rueda, Peuser, Kraft, Gleizer, Tor, Fabril y unos años después las de capital local como Sur, Losada, Sudamericana y Emecé, muchas de ellas dirigidas por españoles exiliados, traducían y publicaban las grandes obras pocos meses después de que salieran en la edición original.

No puedo evitar una puesta al día: Rueda no existe más, Peuser  se enriqueció publicando un libro de Eva Perón que era lectura obligatoria en todas las escuelas del país, vendían un millón de ejemplares cada año, pero en cuanto cayó Perón la editorial quebró. Kraft, Gleizer, Tor (de Juan Carlos Torrendella, un mallorquín emigrado, que para hacer libros muy baratos cortaba los textos para que tuvieran siempre pliegos de 32 páginas), Sur fundada por Victoria Ocampo, ninguna existe más. Tampoco Fabril, Labor, Sopena ni JuventudLosada, refugio de poetas republicanos, se ha convertido en una librería de saldos en la calle Corrientes, Emecé y Espasa Calpeno encuentran lugar dentro del grupo Planeta Argentina, Sudamericana se mantiene activa dentro del grupo Penguin Random House.

De la revista argentina Billiken  a la construcción del imperio Polanco

Billiken

Aquellas ediciones mexicanas y argentinas todavía se ven en algunas casas y bibliotecas de España, y mucho en las librerías de libros usados, donde a veces compro alguna por cinco euros. Muchos españoles ya mayores, recuerdan que leían, de niños, el semanario Billiken, de gran difusión en la época. Jesús Polanco, que construyó el emporio Santillana vendiendo cada año en Latinoamérica los libros de enseñanza que le sobraban en cada campaña escolar en España, fue unos de los primeros anunciantes importantes de esta revista, que los lunes entraba a todos los hogares argentinos sin distinción política ni de clase. Recuerdo un anuncio a página completa que decía: “Ahora a aprender, con los libros de editorial Santillana”. En esa época, cuando yo aprendí a leer y escribir, los niños argentinos hablábamos de vos pero teníamos que escribir de tú. Santillana no modificada nunca sus libros españoles ¡el negocio era vender devoluciones!

Las traducciones españolas a partir de los años 70

Cuando en España los editores pudieron enfrentar los últimos años de la férrea censura, la industria editorial española comenzó a comprar derechos extranjeros para todos los países de lengua castellana, y se impusieron las traducciones realizadas en España. Para mí fue una cuestión de negocio más que una posición ideológica: el 80% de cada edición se vendía en España, y menos del 20% en América, un mercado considerado “de segunda vuelta” (devoluciones, sobrantes y saldos). Acostumbrarse a las nuevas traducciones españolas fue un esfuerzo para los lectores latinoamericanos, había muchos narradores europeos y anglosajones que ni siquiera estaban traducidos al castellano, sino al madrileño. Cuesta leer a un judío de Brooklyn hablando de macarras. Choca en Latinoamérica, y en Cataluña también.

 “En Argentina se critican despiadadamente las traducciones al español de una editorial catalana pensando que ese es el idioma que se habla en España, sin tener muy en cuenta que en muchos casos a los peninsulares nos suenan tan marcianas como a cualquier otro lector hispanohablante” (Antonio Jiménez Morato, Blog de Eterna Cadencia)

¿Qué hacer con los clásicos de Aguilar que tenemos en casa?

Algunas traducciones envejecen, porque la lengua está viva y cambia con el paso del tiempo, por eso hay libros necesitan cada tanto volver a traducirse. Los clásicos encuadernados que publicaba Aguilar entre los 40 y los 70, la mayoría traducidos por el incansable Rafael Cansino Assens, hoy son difíciles de leer… ¡Qué personaje este Cansino! tradujo más de 300 libros. Fue el primer traductor del Corán al español, directamente del árabe, igual que Las mil y una noches. Judío erudito, era primo de Rita Hayworth, la emblemática actriz del cine estadounidense, hija del bailaor emigrado a Nueva York Eduardo Cansino. Sus traducciones hoy son difíciles de leer, quizás parte del problema fue la velocidad con que debía producir.

La tendencia a no invertir en traducciones de calidad es una economía mal entendida, ya que la historia de la edición nos muestra cómo las buenas traducciones no tienen fronteras. Una editorial que pretenda llegar a los 500 millones de hispano hablantes de todo el mundo, necesitará contar con excelentes traductores, a los que sin duda habrá que pagarles un poco más.

¿Palabras extrañas? o simplemente mal traducidas

Las traducciones de Günter Grass realizadas en Madrid por Miguel Sáenz, no envejecen ni tienen dificultades para “viajar” a otros países. Hace años Sáenz contó que Grass, ante cada nueva novela, invitaba a todos sus traductores a una reunión en su casa en el campo, donde convivían una semana hablando de la novela e intercambiando experiencias. ¡Cómo no iba a tener buenos traductores y versiones impecables!

La cuestión no parece ser la lengua, sino saber usarla. Las traducciones actuales de Andreu Jaume son un ejemplo, permiten leer a T.S. Eliot en un castellano que a nadie en América le sonará “peninsular”. Y lo mismo al revés: las que Marcelo Cohen hace en Argentina para editoriales españolas, o algunas de Aurora Bernárdez, como El cielo protector de Bowles o El primer hombre de Camus, impecables en ambas orillas. Lo que muestra que el dominio de la lengua es un requisito indispensable del buen traductor, que antes tuvo que ser un eximio lector.

La cuestión de la traducción es un tema de reflexión constante de los escritores:

La primera traducción al español del Ulises de Joyce es de J. Salas Subirat, hecha en Argentina en 1945. “Sería inadmisible –dice Juan José Saer– que quien se abocase a una segunda traducción del Ulises al castellano, pretendiese ignorar que existía ya la primera”, cosa que hizo Valverde en España

Ricardo Piglia considera a la primera traducción de Joyce hecha por J. Salas Subirat, la más joyceana de todas, porque “no tiende a suprimir las palabras que no entiende”.

Mientras estaba escribiendo este texto me sucedió una cosa curiosa. Leí la excelente introducción de Alberto Manguel a Frankestein, publicado en la serie Penguin Clásicos. Manguel, que habla un castellano curioso pero impecable, con un ritmo y un tono mezcla de todos sus idiomas, pero con un vocabulario fijado en su juventud escolar en Buenos Aires, aparece diciendo calderilla en lugar de monedas, anfiteatro en lugar de pulman, una barrita en lugar de una tableta (de chocolate), escaldado por quemado, y así un sinfín de términos que él jamás hubiera utilizado. Me resultó extraño, “Manguel no habla ni escribe así” pensé, y de inmediato me di cuenta que el texto lo escribió en inglés, y lo que yo estaba leyendo no era el Manguel con quien yo hablo, sino una traducción del inglés al español.

Lengua y mercado

Algo muy fuerte está cambiando después de décadas: actualmente la mitad de los beneficios de los grandes grupos editoriales viene de América Latina, continente/mercado que todos parecieran volver a descubrir. Si esta tendencia se mantiene, y se vende tanto libro allí como aquí ¿qué sucederá con las nuevas traducciones? ¿Afectará esta cuestión de mercado al uso de la lengua?

Sería un gran aporte al enriquecimiento de nuestra lengua global, como le gusta decir a un diario de Madrid cuando se trata de vender en América. Quién primero se dio cuenta de la nueva realidad de la geografía y los usos de la lengua fue la Real Academia, que aceptó en los últimos años más americanismos que los incorporados desde su fundación, hace tres siglos. Por cierto ¿han notado que desde hace unos años los Congresos de la Lengua, y las convenciones de los grandes grupos editoriales, se hacen allí?

“Muchas veces”  dice Félix de Azúa al día siguiente de ser elegido como nuevo académico, “habla mejor un campesino de Perú que un universitario nuestro”

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