Miguel Riera: «Podías desayunar con Borges y comer con Rulfo. Esa época fue fascinante»

Miguel Riera: «Podías desayunar con Borges y comer con Rulfo. Esa época fue fascinante»

Publicado por  / Fotografía: Begoña Rivas  / jotdown.es/

Política, literatura y ciencia convergen en su biografía y en los distintos proyectos editoriales que ha puesto en pie. Fundó y ha dirigido durante años revistas míticas y tan influyentes como El Viejo Topo, que acaba de celebrar su cuarenta aniversario, o Quimera. Aún las mantiene ambas, junto a su mujer, Elisa Nuria Cabot. A eso hay que sumar cuatro sellos con los que edita libros: Piel de Zapa, Montesinos, Biblioteca Buridán y, otra vez, El Viejo Topo. Ha visto mucho, ha hecho más todavía, ha conocido a casi todo el mundo. Sin él, la cultura y la izquierda de las últimas décadas hubieran sido distintas en España. Hablamos con Miguel Riera de la convulsa Barcelona de los setenta y de algunos de los personajes que la poblaban, de la Cataluña actual, de los nuevos partidos de izquierda, del desprestigio de la crítica, del papel del editor, del sombrío panorama de la venta de libros en nuestro país y de mil temas más.

Fuente original: Miguel Riera: «Podías desayunar con Borges y comer con Rulfo. Esa época fue fascinante» – Jot Down Cultural Magazine.

¿Qué hacías antes de El Viejo Topo?

Es que mi historia es muy rara. Yo soy químico, estuve cinco años investigando en el CSIC, pero tenía un vecino con el que me llevaba muy bien, Ángel Casas.

El famoso Ángel Casas.

Sí, él. Vivíamos en el mismo rellano, teníamos una niña pequeña, él y su mujer estaban siempre en casa y un día vino muy amargado. Tenía el proyecto de sacar una revista de rock y confiaba en que se la financiara Oriol Regás, el de Bocaccio. Pero le dijo que no porque los números no salían. Yo me ofrecí a mirárselos y, seguramente equivocándome, vi que los números salían. Entonces él la puso en marcha con la condición de que yo le ayudara. Y así empezó todo. La revista fue Vibraciones.

Y desde ahí decidiste montar tu propio proyecto.

Fue dentro de ese mismo tinglado, en la misma empresa que hacía Vibraciones empezamos a publicar cómics underground con Nazario, Mariscal y gente así. Pero es que yo en Vibraciones no aportaba nada, solo la gestión. Tenía ganas de hacer algo que me llenara más y eso fue El Viejo Topo.

¿Cuál era la idea inicial de El Viejo Topo?, ¿respondía a lo que luego fue?

No, para nada. El proyecto inicial fue una gran ingenuidad, porque fuimos una generación muy ingenua que quería cambiar el mundo, pero no sé si teníamos mucha idea de cómo hacerlo. Yo le dije en un pasillo a un amigo, Josep Sarret, que por qué no hacíamos una revista donde la izquierda pudiera discutir, porque en esos momentos había muchos grupos de extrema izquierda y mucho odio entre ellos. La idea era esa: un medio para debatir ampliamente y con un componente cultural. Y él, con la misma ingenuidad, me dijo que sí. Entonces pensamos que necesitábamos a alguien que cubriera el campo de la contracultura y recurrimos a Claudi Montañá, que ya estaba en Vibraciones. Pensamos en hacer una revista semanal en papel de periódico, con el formato de Disco Express. Pero teníamos que pedir permiso en el Ministerio de Información y Turismo. Llevé el proyecto a principios de 1975, no nos lo daban, fui a hablar con el director general y nos comunicaron que no nos lo autorizaban porque estábamos intentando colarles una revista política como si fuera una revista cultural. Empezaron las discusiones, las modificaciones del proyecto y al final nos autorizaron siempre y cuando la revista no costara menos de setenta y cinco pesetas. Con ese precio ya no podía ser en papel de periódico, así que la convertimos en una revista mensual. Como yo tenía la experiencia de Vibraciones, le pusimos colorines, y ese yo creo que fue el secreto del éxito de El Viejo Topo.

¿Los colorines?

Los colorines y el diseño. Nos llegaron a dar el Premio Laus de Diseño, que entonces era el más importante. La gente no estaba acostumbrada a ver una revista de discusión política con color y con un diseño muy moderno. Yo creo que fue la primera revista que lo hizo. Empezamos con esa ingenuidad y luego no costó gran cosa hacerla porque quien realmente hace la revista, entonces y ahora, son los colaboradores externos con sus propuestas e ideas.

Leía un texto de Fernández Buey en el que contaba que, al principio, lo que diferenciaba a El Viejo Topode las demás revistas era el diseño, que pagabais a los colaboradores y ese debate entre todas las corrientes de la izquierda.

Sí [risas], intentamos hacer un consejo de redacción e invitamos a una serie de personas de diferentes ambientes políticos y opiniones para que cubrieran todos los espectros. Debíamos ser unos doce o catorce, y se armó tal discusión que ya no hicimos más. Creo que en ese mismo artículo Fernández Buey decía que ese había sido uno de los grandes aciertos: suprimir el consejo y hacer lo que nosotros queríamos.

¿Recuerdas cómo era la portada del primer número?

Sí, eran unos soldaditos. La hizo Julio Vivas, pero no recuerdo ahora a qué respondía. Supongo que habría algún artículo que tuviera que ver con eso.

¿Y quién escribía?

Había un artículo de Paco Fernández Buey, el editorial era un fragmento de unos poemas de Octavio Paz, con lo que queríamos decir que no era solo una revista política. Y no recuerdo ahora mismo, aunque me imagino que escribía Savater, lo digo por los colaboradores de entonces. La verdad es que tuvimos la suerte de coincidir con gente que luego ha sido muy importante e incluso algún ministro, como Jorge Semprún, que tuvo una actitud muy positiva con nosotros. Era un Semprún diferente del que acabó siendo. Como todos nosotros también acabamos siendo muy distintos.

Y en el último número, ¿qué temas lleváis?

En el número de diciembre hay un artículo de Eduardo Luque, que es un colaborador asiduo, en el que sale al paso de esa opinión tan extendida que dice que Trump es un cretino. Él no lo considera así y, en cambio, pone verde a Obama, por haber expulsado a tres millones de inmigrantes y haber hecho muchas otras cosas mal. Hay un artículo de Samir Amin sobre la cuestión kurda. Amin es de los intelectuales que más aciertan con sus análisis a nivel mundial. Y hay dos entrevistas que yo creo que son muy interesantes en relación con lo que está ocurriendo en Cataluña. Una es a Miguel Candel, catedrático de Filosofía que habla de las ideas de derecho a decidir, nación, etc. Es demoledora. Y otra entrevista muy diferente con un miembro de las CUP, Josep Manel Busqueta, uno de los diputados que tuvo que salir cuando se forzó la dimisión de Artur Mas. Es un economista joven y la entrevista es muy interesante para entender cuáles son las posiciones de determinados sectores de las CUP. No voy a calificar la entrevista, pero pueden sorprender mucho las cosas que dice.

Te iba a preguntar luego por la relación con las CUP. Coincidís en lo de ser de izquierdas pero no en el nacionalismo, ¿cómo os lleváis?, ¿colaboran con vosotros?, ¿os leen?

No nos llevamos. Una de las diputadas actuales, Gabriela Serra, fue mi ayudante en El Viejo Topo hace muchos años, pero dudo que nos lean, la verdad. Yo no miro Twitter ni Facebook, no tengo tiempo, pero me dicen que me ponen verde.

¿A nivel personal?

Sí, a nivel personal, y a El Viejo Topo. Me dicen que nos critican y nos atacan mucho. Nosotros intentamos argumentar las cosas y estamos encantados de que nos contesten con argumentos. La revista  está abierta y no tenemos ningún problema, como en este caso, en publicar las opiniones de los miembros de las CUP y del nacionalismo en general. Pero las descalificaciones no van a ningún sitio, y las manipulaciones y falsedades, tampoco.

Viendo ese primer número y el actual, ¿ha cambiado mucho la revista?

Sí, ha cambiado mucho porque los tiempos han cambiado mucho. Piensa que en la primera época un porcentaje muy importante de los colaboradores creían que la revolución era posible y que iba a haber un paso firme hacia un Estado más próximo al socialismo que al liberalismo, y había una apetencia por la cultura. La gente, por lo menos determinadas capas del ámbito político, quería ilustrarse y se leía mucho. Ahora eso ha quedado muy difuminado. Los tiempos son diferentes y la cultura no es un valor en sí mismo. En las familias, a la hora de la cena, se habla de los realities y fútbol. Nadie presume de cultura. Creo que eso ha sido una labor, probablemente involuntaria, pero que hemos de adjudicar al PSOE: queriendo modernizar la cultura se la ha cargado.

Las ventas medias de El Viejo Topo en los primeros años eran unos treinta mil ejemplares con números de hasta cincuenta mil. Y además había muchas otras revistas políticas, culturales, de información general… ¿Qué ha pasado con toda esa gente?

La gente se ha ido haciendo mayor, y se ha perdido ese entusiasmo. Hay un gran escepticismo y una decepción en la generación que venimos de ahí. Esto no es lo que tenía que haber sido. Y han cambiado también los medios. Ahora se lee mucho en internet, pero son cosas breves. La universidad tampoco es la misma. Entonces estaba la lucha de los PNN (Profesores No Numerarios), se estaba destruyendo la universidad del franquismo y estaban apareciendo profesores nuevos con todo el entusiasmo que tenían. Esos profesores entusiasmantes y entusiasmados de entonces se han convertido en algo muy parecido a lo que era antes la universidad. Ha habido una degradación, los planes de enseñanza han ido a peor… Y la gente ahora tiene una forma de entender el conocimiento que es muy superficial: basta con saber un poquito de las cosas. La prueba es que de un conflicto como el de Siria, que es muy complejo, la gente, en general, no sabe lo que está pasando. Eso sí, todo el mundo tiene opinión y opina en este país.

Lo que no ha cambiado es que os seguís considerando la izquierda de la izquierda, ¿no?

Yo creo que sí, lo que pasa es que en el eje izquierda-derecha, no en el eje arriba-abajo, todo se ha ido corriendo hacia la derecha [risas], y en algunas cosas nos han dejado solos. Durante años yo creo que hemos sido los únicos republicanos. Ahora ya todo el mundo empieza a serlo. Somos los que no hemos abandonado las ideas de igualdad y socialismo de una manera persistente. Sí, estamos ahí, en eso que algunos despectivamente llaman extrema izquierda.

Un partido de izquierdas de la época prohibió a sus militantes que os leyeran.

Sí, y nosotros estamos muy agradecidos porque supongo que al día siguiente muchos fueron al kiosco [risas]. Era un partido maoísta, entonces había varios. Se decía que nosotros éramos trotskistas, de la LCR, porque teníamos buenas relaciones con gente del partido, pero como ya dijimos no éramos nada, solo aprendices.

¿Cómo era la Barcelona de los setenta?

Era muy dinámica, por lo menos en los ambientes en los que nosotros nos movíamos. Todos los jóvenes querían sacar una revista, montar una editorial, organizar un concierto… Era muy abierta y todavía la heredera de La Rosa de Fuego. Había un sentimiento ácrata generalizado, incluso en los partidos menos anarcos, y un algo que se ha perdido casi por completo. La Barcelona de hoy es mucho más provinciana, más atávica en muchas cosas, más castrante en muchas otras. Está muy dividida, como toda  Cataluña, entre los que están a favor de lo que llaman el prusés y los que se callan o están en contra. Las instituciones han hecho mucho daño a la cultura. Te voy a contar una anécdota…

Por favor.

Hubo un momento en que se nos dijo que Peter Brook quería dejar París y traer su escuela de teatro a Barcelona. Ni el Ayuntamiento ni la Generalitat le habían dado una buena acogida y un grupo de personas organizamos una cena con Pasqual Maragall, porque él había estado cerca de nosotros y había colaborado alguna vez con la revista. Había un representante del mundo del teatro, otro de la crítica de arte, uno de las revistas que era yo… Éramos unas ocho personas que veíamos que la Generalitat hundía en el provincianismo la cultura en Barcelona y queríamos que el Ayuntamiento lo compensara con iniciativas como esta de Brook. Pero Pasqual no entendió nada. Lo que nos dijo es que si teníamos proyectos personales que los pusiéramos en una carpeta bien diseñada con un dosier bien hecho, que se los lleváramos y que él seguro que los aprobaba. Nosotros no queríamos venderle ningún proyecto propio, sino que cambiara la política cultural del Ayuntamiento. Un diseñador que se ha hecho un gran nombre después sí que le propuso enseguida hacer una corbata. Y Maragall nos puso un ejemplo del tipo de proyectos que el Ayuntamiento acogería con entusiasmo. ¿Conoces la Sala Vinçon de Barcelona?

Sí.

Ellos habían comprado un autobús escolar en Estados Unidos, lo habían llenado de artículos de la tienda, habían pintado el nombre de Vinçon y lo iban a pasear por todo Estados Unidos. A partir de ahí, los demás nos callamos. No teníamos nada más que decir.

¿Eso cuándo fue?, ¿en los noventa?

Alrededor de las Olimpiadas.

¿Hubo un resurgir en Barcelona con las Olimpiadas?

Hubo un resurgir urbanístico y turístico, pero no cultural. Se mantuvo la misma tónica de declive.

¿Y ahora con Colau?

Yo, de momento, no he notado ningún cambio. Ada Colau y su equipo yo creo que están en otras cosas. Están en una fase de instalarse y de aprender qué es el poder real.

Una de las personas que escribió en El Viejo Topo fue Jiménez Losantos, ¿cómo era entonces?

[Risas] Jiménez Losantos en aquella época, aparte de ser del PSUC y de la revista Diwan, era telqueliano.

¿Qué es ser telqueliano?

Era ser de otra revista que se llamaba Tel Quel, en la que estaba Julia Kristeva y otros popes. Era un hombre de izquierdas, republicano y muy defensor de Azaña, ese tipo de posición. Era culo y mierda con Alberto Cardín y Biel Mesquida, que era un poeta, o poetastro, diría yo, un hombre del mundo de la cultura que ahora creo que es funcionario de La Caixa en Baleares. Los tres formaban un grupito al que se había añadido un pintor y un crítico, y algunos más. No era un hombre de derechas. Lo que pasó después, el atentado de Terra Lliure, fue lo que le radicalizó. Si me vas a preguntar por el libro…

Te iba a preguntar ahora.

La versión que él da es rotundamente falsa.

Él dice que no lo quisisteis publicar.

Eso es cierto. No lo quisimos publicar sin haberlo leído, no era un libro contratado. Era una colección que se llamaba Ucronía y que codirigíamos Biel Mesquida y yo. Iba muy mal y habíamos acordado que no íbamos a sacar más libros de artículos que ya hubieran sido publicados. Posteriormente, Mesquida me dijo que Jiménez le había dado un libro, que él no se atrevía a decírselo, que por favor se lo comentara yo…

Y os acusaron de haberlo censurado.

Sí, y yo ni siquiera había abierto el paquete para leerlo. Montaron todo el pitote y censura no hubo. Eso sí, después de haberlo leído, diré que nunca lo hubiera publicado [risas], y también que el libro no se publicó como estaba. Pero yo el paquete ni siquiera lo había abierto. Fue un montaje publicitario habilísimo por su parte.

El que ha tenido una trayectoria inversa ha sido Verstrynge, ¿imaginaste alguna vez que acabarías siendo su editor?

Yo no tenía buena opinión de Verstrynge, como es lógico, pero presentó en Barcelona el libro de un conocido mío. Pregunté por qué le habían elegido a él y me contestaron que Jorge había cambiado mucho. Fui a la presentación y dijo cosas que me dejaron perplejo. Fue hipercrítico, me quedé muy parado y le comenté que si se atrevía a escribir cosas así, yo se las publicaría. Luego él ha dicho que gracias a El Viejo Topo emergió, porque estaba condenado, era un apestado. Ha tenido una evolución muy importante y creo que, para entenderla, hay que leer su biografía.

En los veinte libros que has elegido como más representativos de estos cuarenta años de El Viejo Topoincluyes uno de él.

Sí, La guerra periférica y el islam revolucionario, porque se adelantó mucho a todo lo que está pasando.

Parte de Podemos también ha escrito en El Viejo Topo.

Pablo Iglesias ha sido coeditor en un libro que hicimos sobre Bolivia. Errejón también… Pero fueron colaboraciones lejanas. A Monedero sí que lo he tratado un poco más.

¿Cómo ves a Podemos?

Lo veo en proceso de formación y transformación. Más allá de las discrepancias internas, creo que ahora es un partido que aspira al Gobierno. No es lo mismo estar en la protesta que en la propuesta, y la propuesta no está suficientemente definida, son muchas voces distintas, y se han de decantar. Se han metido en varios berenjenales y entre los mismos militantes de base hay contradicciones. Necesitan tiempo. Se tienen que asentar.

¿Tienes la sensación de que se vuelven a reproducir las mismas luchas de siempre de la izquierda, las que ya estaban en el origen de El Viejo Topo y mucho antes?

Creo que no es lo mismo. Entonces, los troskos odiaban a los maoístas, los maoístas odiaban a los del PCE… Bueno, todos odiaban a los del PCE y el PCE odiaba a todos. Ahora hay una gran voluntad para alcanzar uniones y establecer diálogos. Aunque naturalmente hay ámbitos donde no existe esa voluntad. Y debemos tener también en cuenta que las personas, además de ideas políticas, tenemos ego, hay gente que se siente defraudada y hay fenómenos casi antropológicos que se dan en cualquier grupo.

Ese resurgir del interés por la política que se da a partir del 15M, ¿lo habéis notado en más ventas o más visitas a la web?

En la revista, no. Es más, creo que las nuevas generaciones que se han incorporado no nos leen en papel, porque nuestra tirada ahora es muchísimo más baja. Estamos entre tres mil quinientos y cuatro mil quinientos. Eso sí, se venden todos, aunque sea con trampa. Porque la distribuidora dice que lo que no vende aquí lo manda a América Latina a bajo precio. La web es nueva, funciona desde enero de 2016. Tenemos unas cincuenta mil personas que entran y yo, sinceramente, no sé si es mucho o es poco, aunque creo que es bastante.

¿Dirías que ese desprecio hacia la cultura del que hablabas antes también se produce dentro de la izquierda?

Totalmente y, por supuesto, estamos generalizando. En muchos casos no ocurrirá, pero sí, y te lo digo porque en los libros que publicamos hay cifras de ventas patéticas y, por lo que sé, son muy similares a las de otras editoriales. Y no hablo ya solo de libros políticos. Es cierto que hay una sobreproducción extrema en géneros como la novela, pero la caída de ventas es un signo inequívoco de que a la cultura ya no se le da ningún valor y la culpa la tiene el sistema educativo. Acabamos de publicar un libro, que se llama Nos quieren más tontos, en el que se explica cómo las directrices pedagógicas salen del Banco Mundial, apoyados por la OMC, etc. Es esa idea de que ya no hay que saber, ahora hay que saber hacer. El conocimiento queda en segundo término y eso se refleja en la educación de los jóvenes.

Hace poco ha muerto Fidel Castro, ¿le entrevistaste?

Tuve alguna oportunidad, pero nunca me ha interesado entrevistar a los grandes hombres de Estado ni a los grandes líderes por la situación de indefensión que se crea: el entrevistado contesta lo que le da la gana y el entrevistador se tiene que callar. Eso no quiere decir que no piense que Fidel es uno de los grandes hombres de Estado del siglo XX, con sus luces y sus sombras.

Publicasteis un libro que no le gustó.

Eso me contaron. Publicamos un libro de Martín Medem, que fue corresponsal de TVE en Cuba. Se llamaba ¿Por qué no me enseñaste a vivir sin ti? y en él se criticaban cosas de Fidel, le acusaba no ya de autoritarismo, sino de estar ocupando todos los espacios y, al mismo tiempo, planteaba la realidad de la oposición interna de la isla, que es una oposición falsa y sin ningún peso. Yo pensé que era una contribución positiva y crítica, pero alguien me contó que el libro llegó a sus manos y lo tiró enfadado. Me dijeron que estaba enfurecido. Quizá es que era un hombre hipersensible a la crítica [risas].

En el 82, el mismo año que llega el PSOE al poder, El Viejo Topo desaparece, ¿qué pasó?

Yo no tengo ninguna responsabilidad en eso [risas] y el PSOE tampoco. Bueno, el PSOE, sí, de una manera indirecta, porque captó a mucha gente, entre ellos al que en ese momento era director de El Viejo Topo. Pero los fundadores habíamos abandonado la revista en 1980. Otra persona que no era fundador pero que llegó muy pronto y tuvo un papel muy importante fue Miguel Barroso. Él también lo abandonó en 1979 o 1980. O, mejor, fue expulsado.

¿Lo expulsasteis vosotros?

Lo expulsó la asamblea de El Viejo Topo porque hizo una jugada muy sucia. Si quieres te la cuento.

Claro.

Teníamos muchos juicios pendientes y muchas demandas en el juzgado de prensa. Las acciones estaban a nombre de mi esposa y mío, porque fuimos los únicos que aportamos algo, y para evitar que se cargaran la revista si ganaban alguna de esas demandas pusimos las acciones a nombre de una persona de confianza, un abogado que era íntimo de Miguel Barroso. Un día llegó Barroso con él y nos dijo que las acciones estaban a su nombre, que mandaban ellos y que ya nos podíamos ir. Barroso ya veía que el PSOE iba a llegar al poder y quería colarse en ese estela. Pero nosotros se lo comentamos a los colaboradores y la gente de la revista, se montó un gran follón, vinieron de toda España y le dijeron a Miguel Barroso que se marchara él. Aunque Sarret y yo quedamos muy tocados por este incidente.

¿Por?

Todo hasta entonces había sido una cosa de buena voluntad y compañerismo, y decidimos dejarlo. Yo, además, tenía la impresión de que El Viejo Topo había acabado su camino. Estábamos repitiéndonos en un momento en el que había un cambio histórico y no estábamos sabiendo enfocarlo. Decidí pasarme al campo literario y fundar Quimera. Tuve la impresión de que el trabajo político estaba hecho y el cultural estaba muy verde.

Rematamos lo de Barroso y pasamos a Quimera: ¿has vuelto a tener relación con él?

Una vez, cuando empezamos a publicar la segunda etapa de El Viejo Topo, vine a Madrid y le invité a comer para decírselo. Él estuvo frío, pero correcto, me dijo que estaba loco y seguramente tenía razón. Nos despedimos y nunca más.

Barroso luego se convirtió en una persona poderosísima.

Con Zapatero fue muy poderoso. Ha sabido siempre situarse muy bien. Pero nunca hemos tenido ningún apoyo ni ningún favor de todas las personas que han pasado por El Viejo Topo y que luego han tenido cargos políticos de importancia. Nunca.

Supongo que las relaciones no siempre acabarían tan mal.

¡No! Las relaciones muy bien, perfectas: te encontrabas por la calle y te dabas un abrazo. Pero de lo otro, nunca. Nada.

En el caso de Quimera, ¿la literatura acabó siendo un refugio frente a la decepción política?

Yo no emplearía la palabra refugio. A raíz de El Viejo Topo había viajado bastante por América Latina, y me di cuenta de que había cierto desconocimiento de grandes libros y autores de la literatura latinoamericana y mundial. Muchas de las cosas importantes no se conocían en España por la censura o porque no habían circulado. Había una labor de rescate que hacer y empezamos a apostar por la literatura de calidad, y la literatura como obra de arte, no como producto editorial. Tuve la suerte de contar con el apoyo de personas de mucha valía, como Juan Goytisolo, el novelista colombiano Rafael Humberto Moreno-Durán o Julián Ríos.

¿Te ha dado más satisfacciones la política o la literatura?

De lo que estoy más orgulloso es de Quimera. Creo que fue una buena revista y que cubrió una necesidad. Bastantes libros y autores que se publicaron en España fue por artículos de Quimera. Había muchos vacíos. La revista me dio muchas satisfacciones, la dirigí diecisiete o dieciocho años, pero llegó un momento en el que también tuve la impresión de que ya no tenía nada que hacer, que ya lo había dicho todo y estaba agotado desde el punto de vista intelectual. Además habíamos empezado otra vez con El Viejo Topo. Ahí sí que había cosas que hacer, así que decidí abandonar como director.

¿En qué momento está ahora Quimera?

Ahora la dirige Fernando Clemot.

Y tú sigues como editor.

Sí, pero sin ningún papel en la revista. No hago nada salvo enviarla a la imprenta y preocuparme por los pagos y los cobros. Soy editor en el peor sentido [risas]. Cuando una revista tiene un director, nadie debe decir lo que hay que hacer más que el director y el equipo que hay en torno a él. Todos lo méritos y deméritos son atribuibles a Fernando Clemot.

¿Hay alguna etapa que consideres la más brillante de Quimera?

La primera. Teníamos a las mejores plumas en español. Nos brindaban su colaboración y amistad Octavio Paz, Roa Bastos, Cabrera Infante, Cortázar… De un signo y de otro, todos nos veían con muchísima simpatía. Podías desayunar en casa de Borges y comer con Rulfo. Esa época fue fascinante, fantástica.

Comentabas antes que no habías querido entrevistar a las grandes figuras políticas, ¿a estos escritores los has entrevistado?

Sí, lo que no sé es si lo hemos publicado, pero conversaciones con ellos muchas. Con Octavio Paz incluso peleas a voz en grito [risas]. Les he conocido, algunos han estado en mi casa muchas veces. Y con quien conservo una amistad más entrañable es con Juan Goytisolo, aunque él vive en Marrakech.

¿No es un mundo muy cruel el de la literatura, muy cainita, casi más que el de la política o el de la izquierda?

Siempre he evitado esas cosas, incluso cuando a mí me ponen verde, no tengo inconveniente en recuperar luego los lazos que sean. El escritor necesita tener un gran ego, va ligado a su condición de escritor. Si no está orgullosísimo de lo que escribe y no cree que es lo mejor de lo mejor, más vale que no escriba. Es lógico que eso genere envidias, recelos… Y luego está el éxito. El escritor necesita reconocimiento y hoy el reconocimiento no es justo.

¿Ha sido justo alguna vez?

Nunca lo ha sido, y yo lo sé por propia experiencia [risas]. Pero, claro, cuando un escritor ve que se reconoce una obra que considera inferior a la suya… Eso es muy doloroso. Así que es lógico que existan esas tensiones.

¿Sigues leyendo literatura española actual?

Muy poca. No tengo tiempo. Recibimos un original diario, y hay días que tres. Trato de leerlos todos, pero es imposible. Leo poca cosa editada. He hecho el esfuerzo y tengo que decir que generalmente lo dejo en la página 50. No digo que sea demérito de los autores, seguramente sea demérito mío, que estoy en otra onda y espero leer otras cosas. A mí me gusta notar el intento de construir lo que te decía antes: obra de arte, el intento artístico. Si no veo eso, no me interesa. No me va que me expliquen una historia redactada a nivel de COU o bachillerato.

Decías antes que no intervenías en Quimera, ¿de verdad no lo haces teniendo cuatro editoriales?, ¿nunca surge la tentación de pedir que publiquen una crítica de determinado libro?

No, lo que yo hago es entregarle al director los libros que publicamos y siempre le digo que nos trate como a cualquier otra editorial, que no nos trate de menos, pero si un libro no le gusta a él, no sale, aunque a mí me haya gustado mucho.

¿Por qué crees que la crítica ha perdido su prestigio y su influencia?

El primer problema fueron los suplementos culturales de los periódicos, sustituyeron en gran medida a las revistas culturales, y esos suplementos eran instrumentos de determinadas políticas editoriales y estaban también los resquemores ideológicos. Por ejemplo, una editorial de la que se sabía que estaba El Viejo Topodetrás se veía con otros ojos. Las críticas en los suplementos, y también en las revistas, no han sido tan independientes como deberían. Yo recuerdo un gran crítico, de muchísima fama, que hizo un crítica muy positiva de un libro que yo había leído y me pareció infumable. Le pregunté cómo se había atrevido y me contestó: «Pero ¿a que me ha quedado bonito?». Luego había editoriales que le encargaban a críticos la redacción de solapas y las pagaban muy bien, cosas así. La crítica ha ido perdiendo fuerza. Ahora que aparezca una reseña estupenda no implica nada. Oí una vez a Herralde decir una cosa que es verdad: para vender no sirve que aparezca una buena crítica en un medio, tiene que aparecer una buena crítica casi simultáneamente en diversos medios. Si no se produce ese efecto de arranque, una buena crítica no funciona, y eso es muy difícil que ocurra.

¿Sigues la crítica que se hace en internet, blogs y demás?

Eventualmente, o si me rebotan algo. Pero no. Una vez me dieron una listita de los blogs que debía consultar y ya no deben existir la mitad de ellos.

En el 93 vuelve El Viejo Topo, ¿por qué?

Cuando yo dejo El Viejo Topo creía que el trabajo político ya estaba hecho. Pero apareció el GAL y la corrupción, y yo tenía amigos ahí, amigos con alguna responsabilidad que me decían que la corrupción era inevitable, que había que aguantar… Y me di cuenta de que había un trabajo que hacer. Por eso volvimos.

Y hasta ahora.

Hasta ahora porque en mi caso ya es casi una rutina [risas], uno está metido en una noria que da vueltas… Tengo que decir también que he cumplido setenta y tres años y esto tiene que acabarse en algún momento.

¿Ahora cómo trabajáis en El Viejo Topo?, ¿hay un consejo de redacción o eliges tú los temas?

En la segunda etapa de El Viejo Topo siempre he sido yo. Pero hay alrededor amigos y colaboradores con los que intercambiamos opiniones y nunca nos falta material. Yo voy seleccionando y rechazo algunas cosas que no me parece que encajen. Pero como todo el mundo conoce la revista, las propuestas que hacen suelen ser encajables.

¿Te hacen la propuesta o te mandan directamente el artículo?

Normalmente me lo comentan antes, pero también aparecen bastantes artículos espontáneos. Hoy en día se ha producido un fenómeno muy curioso debido a internet: la prisa por ver publicado lo que escribes. Muchas veces recibimos un artículo, tardo tres días en contestar y lo cuelgan en alguna web. Hay mucha impaciencia y también tiene otra lectura: la gente le da poca importancia al texto en papel. Creo que es un error muy grave: lo que publicas en papel, ahí queda. Lo que se publica en la red, vete tú a saber.

¿Y cómo se produce el paso de las revistas a editar libros?

Yo ya había flirteado con la edición de libros en un sello que se llamaba Mandrágora, pero empezamos de verdad en la primera época de El Viejo Topo. Nos fue muy bien. Había títulos de los que vendíamos treinta mil ejemplares fácilmente. Las primeras ediciones eran de tres mil y si a los tres meses no reeditábamos, creíamos que era un fracaso. Publicamos con muy buenos autores y muy buenos títulos. Algunos hasta me gustaría rescatarlos ahora porque son plenamente vigentes.

¿Y en la segunda etapa?

Paco Fernández Buey fue quien impulsó la recuperación de los libros. Me dio la paliza hasta que lo consiguió [risas]. Aprovechamos el aniversario de El Manifiesto Comunista. Lo publicamos porque en esa época no se encontraba. Yo le dije que solo lo editaba si él escribía un prólogo y él lo hizo, así que no quedó más remedio [risas].

Además tenías Montesinos para publicar literatura.

Sí, surgió a raíz de Quimera. Es una editorial que yo he dejado que se convirtiera un poco en cajón de sastre, algo que no creo que debería haber pasado.

Se suele decir que los críticos son escritores frustrados, ¿qué le lleva a alguien a ser editor?

En mi caso fue el vecino que me enredó, la amistad. La vida te lleva y te empuja. ¿Por qué no estoy trabajando ahora en un laboratorio en Tarragona? ¡Yo qué sé! Eso sí, en mi caso, y supongo que debe ser algo bastante frecuente, una vez que has puesto el pie, no es que no quieras salir porque es algo maravilloso, sino que ya no puedes salir. Te ves vinculado a trescientos mil compromisos y, al final, estás en una vía única que no puedes dejar. Yo era un buen lector, leía mucho y me gustaba el mundo del libro, pero no tenía vocación de editor. Vino así.

Ahora estrenan El editor de libros, una película sobre la relación entre Thomas Wolfe, autor al que tú has editado en España, y Max Perkins, su editor. ¿La relación entre un autor y un editor da para una película?, ¿son relaciones muy intensas?

A ver, el editor español no es el editor americano. Cuando me hablas de Thomas Wolfe, el editor es un señor que se sienta con el autor, coge su mamotreto y le dice que tiene que quitar trescientas páginas. El editor estadounidense es un hombre del mundo de la cultura, que es capaz de discutir con el autor las características de un personaje. En España eso no es así. El autor no se deja cortar trescientas páginas, ni tres líneas muchas veces, ni considera que el editor sea un referente cultural. El editor se ve más bien como un comerciante de libros. Aunque eso ha cambiado un poco con las pequeñas editoriales. Ahora que ya se sabe que todo es una ruina económica, se ve de otra forma. El editor pequeño tiene otro tipo de respeto. También ha ayudado a cambiar la imagen del editor la dimensión que cogieron algunos sellos de la Transición, como Tusquets o Anagrama. Pero yo creo que la relación del autor con el editor es más burocrática, menos artística o cultural.

¿Crees que la literatura se resiente por eso?, ¿lees libros y piensas que deberían haberlos cortado o que tendrían que haber definido mejor un personaje?

Sí, y yo he hecho ese trabajo con algún libro. Pero solo en algún caso que me ha parecido muy, muy evidente. En concreto, con una novela que propuse suprimir toda la parte central y el autor me respondió que su agente le había dicho lo mismo. Era muy evidente, pero en general no lo hago, porque creo que los autores se lo tomarían mal. No es una labor bien recibida.

Hablabas antes del egode los escritores, ¿los editores no tienen también mucho ego?

Yo soy un ermitaño, tengo poca relación con otros editores, pero déjame pensar: de los seis o siete de los que de verdad puedo hablar, cinco tienen un gran ego y el de los otros dos es razonable. Me temo que sí [risas].

De todos los autores que has publicado, supongo que con el que tienes una relación más especial es con Alfons Cervera.

Claro, son veintitantos años de amistad personal.

Él habla siempre de ti con mucho cariño.

Él dice que nadie hubiese sido capaz de publicar sus primeros libros y probablemente tiene razón [risas]. No, al margen de bromas, él es entrañable desde el punto de vista humano y le debo esa fidelidad y esa constancia que ha mantenido siempre hacia la editorial.

¿Se puede dar esa amistad entre autor y editor?

Es difícil, porque los editores nunca hacemos el trabajo que espera el autor ni obtenemos los resultados que él quiere. Si el autor es consciente del mundo en el que nos movemos, es más fácil. Pero yo no critico en esto al autor, le entiendo perfectamente. Fulanito escribe tal libro y ve que, de forma indiscutible, es mejor que este y que el otro, y piensa por qué no se está vendiendo, por qué no vienen a hacerle entrevistas… Y cree que el editor hace mal el trabajo, y el editor, en efecto, hace mal el trabajo porque no lo puede hacer mejor: no sabe o no puede… Yo a algunos autores se lo he dicho: el libro me ha gustado, yo lo publico, pero creo que vamos a venderlo muy poco y a lo mejor te iría mejor en otra editorial.

¿Los autores son muy puritanos al hablar de dinero y defender sus intereses?

Hay de todo, lo que pasa es que nos movemos en un mundo tan dramático, tan patético… Cuando viene un autor por la casa, siempre me lo llevo al ordenador para que lo vea: porque en general nadie se cree las cifras de ventas, todo el mundo piensa que el editor le está levantando la camisa. Ese es otro problema que tenemos y también lo entiendo: una persona ha hecho una novela muy potente, y resulta que ha vendido trescientos ejemplares, pues él a lo mejor no se lo cree, y yo a lo mejor tampoco me lo tendría que creer, pero es lo que sale. Por eso me gusta que lo vean. El otro día vino una pareja que ha escrito un libro y me decían que si iban a vender no sé cuánto. Buscamos libros similares y se quedaron aterrorizados al ver los datos. El autor está muy castigado. Hoy en día se produce un fenómeno curioso en literatura, pero también en ensayo: el traductor cobra más que el autor, es algo acojonante, inconcebible, pero, claro, el autor va a derechos según la venta y el traductor cobra por palabras. Hay muchos libros que el traductor cobra tres y cuatro veces más que el autor. Yo no sé darle la vuelta a eso, no sé cómo se hace.

Te iba a preguntar si notas falta de gratitud por parte de los autores, pero después de esto…

También hay de todo. Hay autores con los que conservo una relación personal muy buena, aunque nos veamos muy poco, hay otros que se sienten estafados, o zaheridos, porque creen que no has hecho las presentaciones que deberías. Pero es que el editor ya no tiene capacidad de convocatoria. Las presentaciones son del autor y del círculo en el que se mueve. La editorial ya puede hacer la publicidad que quiera que la gente no va. Creo también que los autores a veces confunden el papel de su editor con el de su agente. En el sentido en que sería un agente a la norteamericana: alguien que se pone en el lugar del autor y defiende sus intereses. Aquí el agente también está burocratizado por necesidad. No lo critico, es la dinámica.

¿Te has planteado escribir alguna vez algo más que artículos?

No, y tengo a mis hijos que me exigen que escriba mis memorias, aunque sea para ellos por esas situaciones que uno ha vivido, y las relaciones que ha tenido, y anécdotas curiosísimas que les cuento… Pero no.

En 2012, en un momento espantoso y teniendo Montesinos para publicar literatura, sacas Piel de Zapa, ¿por qué?

Tenía esa carencia. Montesinos se me fue de las manos, ya no sabía qué editorial era… Aunque tiene cosas muy interesantes, faltaría más. Quería hacer una cosa más coherente, más cerrada. Vuelvo a la misma idea: la literatura como obra de arte. Luego se hace lo que se puede y sale lo que sale [risas]. Esa fue la idea de Piel de Zapa. Y desde el punto de vista comercial ha sido una gran decepción. Nuestros libros se venden poco, quizá porque son de un estilo literario que no es lo que la gente espera. Pero estoy muy contento de la inmensa mayoría de los títulos que hemos publicado. No digo el 100% porque siempre hay momentos de debilidad en los que uno publica lo que no debería [risas].

¿Por qué se producen esos momentos de debilidad?, ¿qué motivos le llevan a un editor a publicar un libro que no le gusta?

Por razones comerciales, por prestigio o porque quieres que ese libro esté en tu sello, por compromisos personales o políticos, o porque crees que ese libro cubre determinado hueco. Por ejemplo, de repente consideras que la literatura ecuatoriana no está bien representada y publicas dos libros ecuatorianos aunque no te acaben de gustar. Esas cosas suceden. O porque el autor es un peñazo y te persigue y te persigue hasta que lo publicas [risas].

¿Has publicado muchos libros que no te hayan gustado?

[Silencio] A ver, depende de a qué ámbito nos estemos refiriendo. En el libro político, claro que he publicado cosas que no comparto, o que no comparto al 100%, o que pienso «Joder, cómo se pasa este», o lo que sea. Literariamente, creo que no muchos, la verdad. Desde luego, por presión, no. Y lo que no he hecho nunca es acudir a subastas de derechos, entre otras cosas porque pagamos muy poco y no podríamos acudir. Pero tampoco he aceptado esos condicionamientos que ha habido en otros sellos tipo: te doy los derechos de este que te interesa pero me tienes que publicar también a estos cuatro. En eso no he entrado nunca.

¿Te arrepientes de haber publicado algún libro?

Seguro que sí, pero ahora mismo no se me ocurre. Me vienen a la cabeza errores como rescatar un título que yo creía que iba a tener mucha repercusión, y luego no tuvo ninguna… Y desde el punto de vista ideológico o político, no, porque admito la discrepancia. Desde el punto de vista literario, tampoco. Más bien estoy orgulloso de algunos títulos, hayan tenido o no ventas… Y seguro que me arrepiento de alguno pero ahora mismo no se me ocurre. Arrepentirse es una palabra muy fuerte.

Dime entonces títulos de los que te sientas especialmente orgulloso.

Bueno, dejo de lado los autores españoles vivos, porque seguramente seré injusto… ¡y son tantos! Citaré uno, poco conocido, de Reinaldo Arenas, y que me pareció precioso: Arturo, la estrella más billante. Y lo cito también por cómo me llegó: a través de Néstor Almendros —que se lo hizo llegar a Juan Goytisolo— tras rescatarlo de un falso techo de una casa de La Habana, donde estaba escondido. En el campo del pensamiento, Integral Sacristán. Pero con más de mil títulos publicados, se me hace difícil elegir unos pocos.

El boom de las pequeñas editoriales, ¿a qué responde?

No lo sé. Mis hipótesis son: 1. Ha habido mucha gente sin trabajo y con inquietudes. 2. Estas pequeñas editoriales están formadas por gente que no vive de ellas y tiene otro trabajo. 3. Ha habido despidos en grupos grandes que han permitido pequeñas capitalizaciones. Y 4. La política de las grandes editoriales ha ido privilegiando títulos de poca calidad y hay mucha gente que ha pensado que ellos lo podrían hacer mejor y elegir mejor. No te puedo dar más explicaciones. Cuando yo dije que me quería meter en el tema de la edición, un cuñado mío, del mundo de la banca, me dijo que era un disparate y me montó un par de entrevistas con editores. Los dos editores me dijeron que ni se me ocurriera [risas], que no me metiera, que iba a ser mi ruina. Ahora es igual cuando alguien me pregunta a mí, también les digo que no se metan [risas]. Y sin embargo la gente se mete.

¿Te parece que están haciendo cosas de calidad esas editoriales?

Sí, incluso recuperando algún título nuestro viejo de Montesinos [risas]. Sí, sí, sobre todo en cosas traducidas.

¿No crees que muchas son muy conservadoras en el sentido de recuperar títulos antiguos y no hacer apuestas propias?

Es posible, pero como te he dicho antes no estoy al día. No leo. Ya tengo bastante con lo que me llega como para estar al tanto.

¿Los libros electrónicos se venden?

Muy mal. Te daré el dato de Amazon, que es mucho mejor que el de nuestras webs: tenemos más de doscientos títulos y les facturamos mensualmente unos doscientos euros en libros electrónicos, y digitalizar un libro cuesta entre sesenta y cien euros. Aunque debe haber mucha esperanza en el futuro, porque cuando firmamos un contrato con alguna editorial norteamericana nos suele poner una cláusula de los derechos electrónicos hasta cien mil ejemplares. Es decir, alguien debe venderlos.

¿Te preocupa Amazon y todos esos gigantes tecnológicos metidos en el mundo del libro?

Me preocupa Amazon, pero es inevitable. Nosotros no queríamos estar hasta que nos dimos cuenta de que ya estábamos: los libreros y los distribuidores nos ponían ahí. Nos metimos y ahora es nuestro cliente número uno… No, es el número dos. El primero es nuestra distribuidora de Madrid, que vende mucho más que nosotros en Cataluña.

¿Hablas de libro electrónico o físico?

Estas últimas cifras son en conjunto, incluye también los libros físicos.

Las librerías también han vivido su propio boom.

Ese boom ha sido en Madrid.

¿En Barcelona no se ha producido?

Empieza a haber ahora un miniboom, pero creo que les va mal. Es un fenómeno parecido al de las pequeñas editoriales. Ayer estuve en la Fnac y en La Central de Madrid. Es casi imposible encontrar un libro, tienes que encargarlo, y hay de todo, pero no encuentras lo que quieres, encuentras otras cosas… Creo que es esa idea de yo lo puedo hacer mejor, es un proyecto asumible y algo que me gusta para sacarme el salario del librero. No creo que tengan un futuro esplendoroso pero sí para ir sobreviviendo algunas de ellas. Y, desde luego, les deseo lo mejor porque hacen un gran trabajo.

Hablábamos antes de cómo la crítica había perdido su valor prescriptor, ¿los libreros lo siguen manteniendo?

Sí, pero el librero tampoco puede estar al tanto de todo lo que sale, no puede leerse sesenta libros al mes. Lee algunos, normalmente los que tienen más a mano o los que sufre más presión por parte de las grandes distribuidoras para que lo haga. Algunas hasta mandan galeradas a los libreros para que den su opinión y se involucren con el libro… El librero era muy importante en el tardofranquismo y en la Transición, con las trastiendas y los libros importados. Yo compré a un tal García Márquez y no sabía quién era. Después hubo un periodo en el que, con excepciones, el librero se burocratizó, y se sustituyó por el empleado de librería. Ahora vuelve a haber un predominio de libreros y eso es muy importante. Yo creo que les tendríamos que hacer un monumento. También digo que la persona que va a comprar un libro, cada vez mira menos lo que ha salido y va más a por algo concreto.

Tienes también un sello de divulgación científica, Biblioteca Buridán, ¿responde a tu pasado de químico?

Es un sello que me gusta tanto… [risas].

¿Es tu sello preferido?

Preferido no sé… Yo tengo libros preferidos y en Buridán hay algunos que me parecen formidables y otros, no tanto. Hay de todo. Pero me gusta la idea de unificación cultural y de juntar la ciencia con la cultura, porque en España la ciencia no ha tenido ningún prestigio. La gente conoce un poco lo que aparece en los periódicos, pero no sabe prácticamente nada. Hawking popularizó la ciencia, pero estoy seguro de que preguntas a sus lectores por la teoría de cuerdas y no tienen ni idea, ni la entienden.

¿Cómo surgió Buridán?

Siempre había querido tener algo en esa línea, y algunos otros sellos que ya no pondré nunca en marcha. Uno de los cofundadores de El Viejo Topo, Josep Sarret, se pasó a la empresa privada, luego esa empresa fue absorbida por otra y se encontró fuera de juego. Le propuse que se viniera con nosotros y dirigiera la colección, porque él era muy aficionado también a esos temas. Y ahora es la niñita de mis ojos [risas].

¿Elige Sarret los títulos, los eliges tú o los elegís a medias?

Yo influyo algo, propongo algún título, muy pocos, y en general acepto lo que dice Sarret, que tiene muy buen criterio y es el responsable casi absoluto. Eso sí, me los leo todos.

¿Cuáles son esas ideas que no has llegado a poner en marcha?

Me hubiera encantado hacer algo de divulgación histórica y también otra línea de literatura infantil y juvenil. Porque la formación es muy importante y hay que darles buenos libros a los críos, no hablo de libros ideológicamente instructivos, pero sí rescatando determinados valores.

¿Qué va a pasar con la literatura, va a seguir cayendo y cayendo o en algún momento puede producirse un rebote?

Si la historia sigue desarrollándose como hasta ahora, las cosas pintan mal. Pero la historia puede cambiar en cualquier momento, incluso nos pueden lanzar un pulso electromagnético y quedarnos sin internet. Las cosas pueden ser tan diferentes…

¿Y a nivel global? Te he leído en otras entrevistas muy apocalíptico…

Soy apocalíptico y empiezo a ver en libros británicos, italianos o franceses el espectro de una gran guerra. Ahora de hecho ya hay una guerra mundial y la industria armamentística está en pleno desarrollo. Son guerras periféricas, pero creo que la guerra también puede llegar a ser central. China y Rusia por un lado, y Estados Unidos por otro son rivales económicos de gran envergadura y hay una masa de capital gigantesco que tiene que encontrar burbujas… Lo que nos podría salvar sería la aparición de una tecnología nueva, como la fusión nuclear, o qué sé yo. Nos estamos moviendo a base de pequeñas burbujas y, si no aparece una grande, puede estallar esa rivalidad que ya se está viendo en Siria o Ucrania, que son la antesala de lo que puede llegar a ser una guerra. Hay incluso quien dice que el Estado Mayor de algún gran país se ha planteado la idea de una guerra nuclear limitada. Soy pesimista. No estoy hablando de pasado mañana, sino dentro de diez o veinte años.

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