Ocaso en el imperio editorial español (I y II): una situación imposible | verba volant, scripta manent

Ocaso en el imperio editorial español (I): una situación imposible | verba volant, scripta manent.

Bernat Ruiz Domènech, 28/04/2014

España perdió la hegemonía económica y política europea durante los siglos XVI y XVII, y su imperio de ultramar durante todo el siglo XIX. El desastre de 1898 no fue el final del camino. Todo parece indicar que el siglo XXI verá el ocaso de la hegemonía editorial española en América Latina y, con ella, perderá la centralidad cultural hispánica. Aquellos que deberían evitarlo, no pueden hacer nada.

Immanuel Wallerstein, en su obra El moderno sistema mundial (1974; Ed. Siglo XXI, 2010), mostró cómo y por qué el Imperio perdió la centralidad económica en favor de las que, en aquella época, eran potencias menores como Inglaterra y los Países Bajos. Aunque entre el principio del fin y la pérdida de Cuba y Filipinas transcurren más de trescientos años, las decisiones tomadas durante los reinados de Carlos I y Felipe II sitúan al Imperio en una posición estratégicamente imposible. Sólo las enormes posesiones ultramarinas y sus aparentemente inagotables recursos permiten mantener la ficción imperial durante tres siglos de derrotas, retrocesos, bancarrotas, renuncias y honra sin barcos. El motor económico imperial se rompió –lo rompieron- ya durante el siglo XVI y luego no hubo quien supiera repararlo.

Tres siglos dan para mucho y permiten construir un enorme imperio cultural. A lomos de los caballos de los conquistadores y las biblias de los misioneros el Imperio impuso y propagó el castellano, devenido español en América. Culturalmente hablando, América Latina no se perdió durante el siglo XIX, aunque la influencia del gigante del norte empezó a erosionar la herencia –amada u odiada, ese es otro tema- ya desde las batallas de Cavite y Santiago.

Los procesos de descolonización británico y francés no fueron un crucero de placer; hubo guerras y sangre pero en comparación con el trágico siglo XIX fueron breves y permitieron a sus respectivos imperios salvar los muebles. La Commonwealth y la Francophonie, cada una a su modo y por motivos muy diversos, son buenos ejemplos de cómo se puede reinventar una relación provechosa con las antiguas colonias.

¿Tiene España una Hispanofonía?

España nunca ha tenido una Hispanofonía o una Comunidad de naciones hispánicas, ni ha tenido nunca ningún interés en crear nada parecido. La única forma que tuvieron las colonias españolas de independizarse fue la guerra; una vez pasado el desastre del 98, España fue incapaz de mantener ni una sombra de su papel económico y quedó reducida a Estado paria durante las décadas más negras del siglo XX. España debe mucho de su preeminencia cultural al exilio republicano y a las estructuras culturales que les dieron cobijo allende el Atlántico, mucho más que a la labor de la mayoría de gobiernos españoles durante el pasado siglo.

La diferencia entre perder un imperio –el español- y desmontarlo a tiempo –el francés y el británico- está en lo que puedes hacer luego con tus antiguas posesiones pero llegados a cierto punto eso tampoco importa mucho; lo importante es qué haces y cómo tratas a tus antiguas colonias, aquellas con las que compartes un idioma común y un montón de supuestos referentes culturales.

Aunque la propaganda cultural española siempre ha hablado del castellano como de lengua común, en realidad ha tratado al español, a los dialectos americanos, como variantes de segunda. De otro modo no se entiende el rancio empecinamiento de la Real Academia Española en regir los pasos del idioma cuando las variantes peninsulares son tan minoritarias y en cierto modo exóticas en comparación con las americanas. Esta actitud ha soliviantado a la Academia Mexicana que ha empezado a cuestionar seriamente la autoridad de la RAE. México, con 120 millones de habitantes, es el país con más hablantes de español. Otras academias también han mostrado cierto enojo.

Si el trato lingüístico es imperial, lo del libro español en América Latina toma tintes coloniales: los grandes y medianos grupos editoriales españoles hace décadas que venden espejitos y abalorios de colores a los que consideran unos parias culturales. Siguiendo la carpetovetónica costumbre de parasitar el poder político, nuestra muy extractiva industria del libro se ha dedicado a construir un emporio educativo (sic) en español en connivencia con los gobiernos de turno; a nuestros próceres culturales e industriales les ha dado igual que lloviera, hiciera sol, brillaran las democracias o camparan las dictaduras.

La cosa literaria no nos deja mucho mejor. Nuestros grupos llevan décadas instalados en los países más rentables de América Latina; antaño abrieron sucursales para mantener mercado y abrir el que se pudiera. Con honrosas excepciones han inundado el mercado latinoamericano de best-sellers. Se podría objetar que así creaban industria editorial en dichos países; siento decepcionarles: su política industrial ha empujado a la pequeña industria gráfica local a bajar los precios hasta niveles insostenibles, hundiendo a aquellos que no han podido seguir el paso e ignorando, en general y salvo escasas excepciones, a los autores locales. Inundando las librerías con títulos de alta rotación han impedido el normal desarrollo de editoriales autóctonas. No han reinvertido lo ganado, lo han repatriado a España.

Esos grandes grupos no lo imprimen todo allí; lo que sobra de lo que imprimimos aquí lo mandamos allí cuando ya ningún peninsular lo quiere, lo vendemos a precio de saldo o a precio de lujo si tenemos en cuenta la diferencia de rentas y los costes de exportación al otro lado del Atlántico. Vender lo que la metrópoli (sic) no quiere a precios de derribo, o vender a precios de metrópoli aquello que sólo las élites podrán comprar, es típicamente colonial y distorsiona gravemente los mercados locales.

En la Península tenemos parte de culpa, no crean. ¿Cuántos editores españoles ponen mala cara cuando ven un manuscrito o una traducción mexicana, colombiana o argentina? Salvo en contadas ocasiones, un libro escrito o traducido en México DF, Bogotá, Buenos Aires o Santiago de Chile será normalmente legible en España, así como un libro escrito en Ciudad del Cabo, Canberra o Detroit lo será en Londres o Nueva York. Aún así, muchos editores se muestran remisos a editar o importar obras provenientes de Latinoamérica sin darle un buen repaso con el cepillo castizo por miedo a que algún lector les llame la atención.

Para terminar este collar de perlas bastará fijarse en la cantidad de autores latinoamericanos que editamos en España últimamente. Si anduviéramos ocupados publicando un raudal de genios patrios la cosa tendría su excusa, pero a la burbuja editorial española no la ha acompañado ni la calidad ni la inquietud en editar a autores del otro lado del charco. ¿Para qué estar implantado en varios países de Latinoamérica si uno no aprovecha para descubrir talento? ¿Debemos creer que son tan pocos los que escriben bien entre cuatrocientos millones de habitantes tal como Peio H. Riaño muestra en un reciente artículo?

Uno piensa en todo esto, uno se acuerda del Boom de autores latinoamericanos y entiende muchas cosas. El imperio editorial español se asienta sobre una parte fundamental del genio latinoamericano del siglo XX, trágico espejo histórico; lo que se conoció como el Boom, fabricado por algunos editores y agentes españoles avispados tal como reconoció en su momento Carmen Balcells en una entrevista, se basó en aquellos autores que aquí gustaban, haciendo las Españas a lomos de nuestra intelectualidad de la época, tan afrancesada, tan izquierdosa, tan divina ella. El Boom tiene tanto de operación de marketing como de operación colonial: traigamos de ultramar unos tipos de cálido acento, calidad literaria tan contrastada como domesticada y posiciones políticas fácilmente defendibles; estamos en los años sesenta y setenta del siglo XX, ya no vienen con pintorescos atuendos pero, en si, el hecho es pintoresco; también es efímero, lamentablemente, porque más allá de los autores del Post-Boom, nacidos en los años cuarenta, poca cosa. ¿Dónde están los grandes autores latinoamericanos actuales? Puede que en Alfaguara o Anagrama tengamos algunos pero, ¿qué edad tienen? Decir que la muerte de Gabriel García Márquez nos deja un poco más solos no es sólo poesía.

La debilidad estructural de la gran edición española

Nuestros grandes grupos editoriales lo están pasando entre mal y peor. El Grupo Planeta da beneficios, no así el conjunto de sellos editoriales, que ya arroja pérdidas. Hace años que el Premio Planeta dejó de ser un gran negocio. Las inversiones digitales del Grupo pueden calificarse de dispersas; una cosa es diversificar el riesgo y otra muy distinta jugar todas las fichas a todos los números de la ruleta en su obsesión reverticalizante. Nubicosufre lo indecible para que los sellos del propio grupo le cedan contenidos. Cual perro del hortelano, en Planeta han enredado todo lo posible para retrasar el libro digital en España con la colaboración ocasional –¿en el papel de saboteador?- de Bertelsmann y algunos medianos; pronto empezaremos a ver que esta decisión estratégica, tan coherente como equivocada, les ha dejado en una posición industrial y comercial imposible.

Santillana bien, gracias. Prisa vendió sus sellos literarios por un plato de lentejas –72 millones de euros, cuando en otoño se barajaban doscientos- a Penguin Random House y con dicha operación cambió el equilibrio en Libranda; es cuestión de tiempo que los sellos educativos de Santillana –lo que queda de lo que fue el vigesimoquinto grupo mundial- también se vendan a saldo. Sospecho que antes de fin de año tendremos nuevas noticias.

El resto de grandes grupos españoles… bueno, no hay más grandes grupos españoles. Con el derrumbe de Prisa sólo queda Planeta en una muy insegura séptima posición mundial en volumen de ingresos. Se supone que sólo disponemos de un gran grupo para liderar (sic) la edición española en América Latina. Personalmente no me gusta el capitalismo de matones basado en unos cuantos gigantes con los que amedrentar los mercados al estilo de la diplomacia de las cañoneras del siglo XIX, pero puestos a jugar a esto, veamos en qué situación estamos:

Grupo Planeta, un enano entre gigantes: que Planeta es un gran grupo es algo que nos creemos porque lo comparamos con otros grupos editoriales literarios españoles y con algunos extranjeros; el panorama cambia trágicamente si la comparación la establecemoscon los conglomerados a quienes pertenecen esos grupos editoriales y con otros grupos editoriales no literarios.

Grupo Planeta ocupa la séptima posición y facturó 2.597 millones de dólares en 2012. Por delante, las cuatro primeras son gigantes por derecho propio (entre paréntesis la facturación en 2012, en millones de dólares): Pearson (9.158) en el campo de la educación, Reed Elsevier (5.934) en el de revistas y publicaciones académicas, Thomson Reuters (5.386) propiedad de The Woodbridge Company y en cuarta posición Wolters Kluwer (4.766). Penguin Random House es propiedad de Bertelsmann (53%) y de la ya mencionada Pearson (47%). Hachette Livre factura algo más que Planeta (2.833) pero pertenece a Lagardère, un coloso industrial que se dedica, entre otras muchas fruslerías, al armamento, la aeronáutica y el espacio.

El resto de grandes sellos literarios son modestos en comparación, pero no así los grupos mediáticos e industriales a los que pertenecen. Por citar sólo un par de ejemplos conocidos: Harper Collins (1.189) no aparece hasta el puesto nº19, pero pertenece a la News Corp. de Rupert Murdoch. Simon&Schuster (790) se sitúa en la posición nº29, pero pertenece a la CBS. Aparecen multinacionales de todo pelaje, nacionalidad y condición –se repiten especialmente los grupos norteamericanos, británicos, alemanes y franceses- pero la única española es Planeta. No es recomendable sacarla para ver quién la tiene más grande.

El español, un mercado atrasado y en retroceso: los sellos literarios de Planeta se nutren, esencialmente, del público español. El total agregado de facturación en Latinoamérica es apreciable, pero la mayoría de la facturación en términos tanto cuantitativos como cualitativos se genera en España y eso es todavía más cierto en el caso de las editoriales medianas. Nuestro país se encuentra en una crisis económica que ha contraído el consumo hasta magnitudes de finales de los años noventa del siglo pasado. El libro, aunque no ha retrocedido tanto, no ha sido una excepción.

Al retroceso económico y comercial se une el atraso tecnológico y conceptual del sector. Ya he mencionado cómo los errores de los grandes grupos que operan en España han postergado la aparición y el crecimiento de un mercado digital en castellano digno de tal nombre. También es más que sabida la obsesión de nuestra nomenklatura editorial con la piratería y cómo este debate ha asustado a muchos pequeños y medianos que, de otro modo, hubieran hecho antes los deberes. Tampoco es necesario extenderse mucho en la perniciosa defensa numantina del actual modelo comercial del libro en España, blindado por nuestra obsoleta legislación. Para terminar de alegrarles la tarde les recordaré la cortedad de miras de la intelligentsia que gobierna las principales instituciones de la edición, empezando por los gremios regionales y terminando por la Federación de Gremios de Editores de España. Atención a lo que su director ejecutivo, Antonio María Ávila, dijo en la comisión de cultura del Senado español (pág. 21, primer párrafo) en junio del año pasado:

En lo que sí somos muy buenos es en los contenidos. En los contenidos sí podemos ganar. Obviamente, si —entre comillas— estas empresas [se refiere a Google, entre otras]parasitan los contenidos es porque ellos no son capaces de hacerlos y nosotros sí. Ese es un dato importante que tenemos que tener en cuenta. Nosotros lo que podemos desarrollar y en lo que podemos ser líderes es en el software; olvídense ustedes del hardware, el retraso es demasiado grande; pero en el primero podemos ganar. Ellos no son tan buenos como nosotros; y no hablo solo de España sino de Francia o de los editores alemanes.

¿De veras, señor Antonio Maria Ávila, dijo usted en sede parlamentaria que las empresas estadounidenses no son capaces de hacer buenos contenidos? El problema no es de inteligencia, ni de preparación, ni de formación: el problema es de aquello a lo que algunos llaman Weltanschauung o, si lo prefieren, cosmovisión o, todavía mejor: enterarse del asunto. Sobra mentalidad imperial y falta pragmatismo.

Nos falta tamaño, nos falta un mercado interior que tire del carro, al mercado exterior lo hemos maltratado durante décadas, nos faltan grandes grupos, nos falta dinero y nos falta visión de la jugada. Lo único que nos sobra es talento –como en cualquier sociedad occidental- pero no está donde debe. La gran edición española está en una situación estratégica insostenible. ¿Y ahora qué?

Hay grandes grupos –en su mayoría anglosajones- que disfrutan de un tamaño óptimo, sus mercados interiores y exteriores gozan de relativa buena salud, tienen acceso a suficiente financiación y, habiendo ordenado su patio digital, han decidido mirar por encima de la cerca para ver qué sucede en otros mercados y en otros idiomas. Esos grandes grupos ya se han dado cuenta que, en un mercado digital, quedarse los derechos en inglés y vender los de otros grandes idiomas a editoriales de otros lugares es una tontería.

Alguien me dirá que esto no es nada nuevo y que el acuerdo entre Bertelsmann y Pearson que ha dado a luz a Penguin Random House refuerza precisamente esta política. Es cierto. Pero este acuerdo demuestra que las cosas están cambiando y que, poco a poco, ya no serán las sucursales de grandes grupos en España las que se dediquen a la traducción y comercialización en castellano de los títulos en inglés, la matriz podrá hacerlo por si misma. Por cierto, la promesa que hizo Penguin Random House de asegurar la independencia de los sellos recién adquiridos ya sabemos dónde podemos archivarla. Nadie compra una empresa para que ésta siga trabajando como siempre.

Los mismos que en su día encontraron insustituibles el olor del papel, de la tinta y de la cola me dirán que no, que ninguna editorial de la pérfida Albión, que ningún entertainernorteamericano, es capaz de producir un buen producto en castellano. Y puede que tengan razón, pero es que ellos no van a editar en castellano, editarán en español.

Hacia una España culturalmente periférica

La edición española camina hacia la periferia del mercado cultural latinoamericano. A medio plazo –suelo equivocarme en el calendario y no voy a concretar más- nuestra descentrada posición geográfica se corresponderá con la futura posición de nuestra industria cultural y de nuestra variante lingüística.

Pongámonos en la piel de los directores editoriales, financieros y de marketing de algunos grandes sellos norteamericanos. Han hecho los deberes –disruptores como Amazon les han obligado- y en los EEUU la industria editorial digital es una realidad que copa el 30% del mercado y, aunque ha moderado el ritmo, sigue creciendo. La convivencia y transición entre el libro digital y el analógico deberá gestionarse con tino, pero el proceso está encarrilado.

El actual mercado internacional de venta de derechos sólo tiene sentido si el libro es de papel. Editar un libro en inglés es tan barato como hacerlo en castellano o en cualquier otra lengua. Cuando los libros sólo eran de papel la distribución y la comercialización eran las grandes pesadillas que aconsejaban ceder derechos a aquellos que pudieran editar las traducciones en otros mercados. El idioma de un libro es una barrera comercial cuando su explotación implica imprentas, camiones, contenedores, barcos, almacenes y furgonetas.

El libro digital acaba con todo esto. Da igual si edito el libro en Barcelona, Nueva York, Addis Abeba o las Seychelles, no importa si lo edito en castellano, inglés, ruso o swahili, lo importante es contar con una buena conexión a Internet y la capacidad de leer, evaluar, editar y vender los libros en cada idioma. Todo eso, hoy, se compra. Y se compra a buen precio. Encontrar talento no es un problema, ¿recuerdan?

El reto no sólo es tecnológico; tan fácil como comprar conocimiento y buenos servicios es poder vender los libros digitales. Aquí también es indiferente la localización del servidor donde se aloje el archivo del libro digital, lo importante es que sea capaz de satisfacer las órdenes de compra de todo el mundo. Ya no importa el color o el origen del gato: lo importante es que cace ratones.

Si puedo editar desde donde quiera, en el idioma que quiera y puedo vender desde donde me apetezca, también puedo publicar lo que yo considere oportuno sin que el idioma en que haya sido escrito sea un problema: puedo contratar en origen la obra de escritores que escriben en otros idiomas. El único criterio será la rentabilidad.

Pongamos que somos alguno de los directivos mencionados y que vemos el mundo desde nuestra mesa de trabajo en algún punto de la costa este norteamericana. Pongamos que hacemos el mismo análisis que estamos haciendo aquí, aunque el suyo puede ser mejor porque disponen de más y mejor información que un servidor. Tienen el dinero, el conocimiento, el mercado y el talento. Por mucho que le pese a Antonio Maria Ávila, tienen una cantidad colosal de buen contenido en inglés. Y tienen la capacidad de comprar, en origen, cualquier contenido en cualquier otro idioma. Ahora están mirando hacia el sur y viendo un mercado en crecimiento, desatendido, cuyo consumo de información se digitaliza a marchas forzadas y con unas economías que despiertan tras décadas de letargo. Un par de detalles más: en España traducimos uno de cada cinco títulos y la mayoría viene del inglés, mientras que en mercados como el británico o el norteamericano sólo traducen uno de cada cincuenta. Sufrimos una balanza cultural muy negativa.

Ante este panorama, tres cuestiones van a marcar el futuro próximo: público, idioma y contenidos

¿Dónde está la gran masa de público hispanohablante? En Latinoamérica. El último tercio del siglo XX fue nefasto para buena parte de los países latinoamericanos, pero hace ya varios años que hay claros síntomas de recuperación en muchos de ellos y de algunos puede decirse ya que han alcanzado un crecimiento económico sostenido, como Chile o Colombia. Países como Perú y Bolivia están reduciendo rápidamente sus altas tasas de analfabetismo y la lectura digital será más importante que la lectura en papel, pues en esos remotos lugares donde nunca han visto una librería ya hay telefonía móvil e Internet y, con ella, el libro digital en cualquiera de sus formas. Lo mismo sucederá en lugares más poblados pero dejados de la mano del mercado, donde nadie se ha ocupado nunca de abastecerlos con una variada oferta editorial.

¿Qué hablan en Latinoamérica? No hablan castellano, hablan español. Lo primero que harán –ya lo están haciendo- los grandes grupos norteamericanos es buscar un estándar lingüístico que puedan aceptar los más de cuatrocientos millones de hispanohablantes americanos. El español de México y especialmente el de Colombia son dos buenos candidatos a ser la base de este español estándar para la confección del cual no se está contando –ni se contará- con la intervención de la Real Academia Española. La elaboración de esta variedad de español se hará con criterios comerciales e industriales para que pueda ser aceptado por el público hispanohablante y utilizado sin problemas por los traductores, porque este español estándar se utilizará para la traducción directa de las obras en inglés. Que ese español coincida más o menos con las variedades peninsulares es algo que tendrá más que ver con el azar que con el pequeño volumen de negocio que podamos aportarles. Nuestro dialecto castellano no importará porque demográficamente hablando somos prescindibles. Que nos hayamos creído –nos hayan hecho creer- que nuestro castellano era el ombligo del mundo no implica que tuviéramos razón.

¿Qué se necesita para comprar directamente los derechos en origen? Un agente comercial local y dinero suficiente. El resto de estructura, como por ejemplo los lectores profesionales y el adecuado asesoramiento legal, puede ser free-lance. Con un noqueado Grupo Prisa y un Grupo Planeta en graves dificultades financieras, es cuestión de tiempo que empiecen a comprar los derechos de nuestras mejores plumas. Ya hay algún agente literario husmeando el mercado a cuenta del otro lado del Atlántico.

Ignoro cuánto tardaremos en ver todo esto; puede que la venta a saldo de los sellos literarios de Santillana sea uno de los primeros síntomas –quien compra sellos compra derechos-, pero la imposible situación estratégica de la gran edición española nos aboca a perder el público, el idioma y los contenidos y, con todo eso, la industria editorial entendida como hasta ahora. De aquí a fin de año nos aguardan sorpresas y 2015 será todavía más interesante.

¿Será mejor para los ecosistemas editoriales latinoamericanos quedar en manos norteamericanas? No lo sé. No creo que sea peor y, desde un punto de vista lingüístico y de acceso a una gran oferta cultural en su idioma, sí puede que sea mejor; las grandes editoriales anglosajonas, al menos una parte sustancial de ellas, ya están trabajando con criterios totalmente digitales, con las ventajas que eso reporta a unos países con las complejas circunstancias económicas y geográficas –póngase usted a distribuir libros de papel en el Altiplano andino o la Pampa argentina- como los latinoamericanos. El libro digital garantiza un acceso a la cultura realmente universal a cambio de inversiones relativamente modestas y a un precio mucho más acorde con las posibilidades económicas de ciertas economías. Nadie les vendrá con las monsergas del “encuentro de culturas” o del “acervo común” y los norteamericanos, que no son unos corderitos, son suficientemente listos como para ahorrarse la versión 2.0 del clásico “América para los americanos” aunque sigan teniendo igual de claro su “destino manifiesto”. Incluso puede que la incipiente industria editorial de algunos países latinoamericanos tenga alguna oportunidad de prosperar. A corto plazo no es para tirar cohetes, pero creo que algo mejor les puede ir.

Una oportunidad para los editores independientes y las lenguas minoritarias

Cuando en el siglo XX se hundía una industria importante –como le pasó a la industria textil catalana o a los altos hornos del País Vasco- se hundía todo el entramado que la conformaba, desde las grandes empresas hasta los pequeños talleres y servicios auxiliares porque toda la cadena de valor caía por efecto dominó. La lógica digital, afortunadamente, es diferente; aunque el Götterdämmerung de papel al que se enfrentan Planeta y otros grupos medianos españoles dejará a mucha gente en la calle –ya está sucediendo- eso no arrastrará en su caída a toda la industria, sólo aquella que no haya sido capaz de reconvertirse.

Los editores independientes y aquellos que trabajen en lenguas minoritarias como el catalán, el vasco y el gallego, están en una muy buena posición estratégica para salir fortalecidos, siempre que den los pasos adecuados y trabajen bajo la lógica digital del público y los contenidos; es muy importante tener esto presente: dependen de sí mismos. Los públicos de los editores independientes son y serán siempre modestos –por eso incluyo las otras lenguas del Estado- y es el trabajo al detalle sobre esos públicos lo que un gran grupo no puede hacer por cuestiones de economía de escala.

La cercanía con el público y su profundo conocimiento también será otra baza importante, pero no como hasta ahora, de forma anecdótica y a través de terceros, sino de forma sistemática y con las herramientas digitales adecuadas. Hay que ser capaz de construir los públicos con nombre y apellidos siempre que sea posible y hay herramientas que ya lo permiten. Hay que fidelizar a una profundidad imposible para cualquier gran grupo.

Tras el público vienen los contenidos y eso invierte la lógica del libro de papel. Sólo el conocimiento profundo del público –dónde está, qué le gusta, qué busca, qué dinero invierte en libros, etc.- permitirá armar un plan editorial coherente y a largo plazo, capaz de ofrecer un catálogo rentable. También ahí se puede superar la competencia del gran grupo, porque hay contenidos a la escala de los pequeños públicos que nunca serán rentables para un gigante pero sí pueden serlo para los independientes.

Finalmente, las lógicas digitales trascienden fronteras y permiten vender allí donde antes era imposible llegar. Esa es una realidad que justo ahora empezamos a ver: pequeños y medianos editores vendiendo sus libros digitales en América Latina. Nadie ha dicho que los pequeños públicos deban ser los de tu pueblo. Nadie dijo, tampoco, que dichos públicos no pudieran contarse por miles.

La cultura española se enfrenta a una grave crisis de la que saldrá más diversa y, a largo plazo, puede que fortalecida. Perder los últimos trapos del Imperio será muy sano para nuestro ego –¿acabaremos con vacuidades como la Marca España y con ciertas mentalidades imperiales?- y para nuestro entramado cultural, aunque el precio a pagar sea convertirnos en un país sin grandes grupos editoriales que produzcan los productos culturales industriales en su idioma. En realidad la situación actual ya es precisamente esta: nuestras propias multinacionales culturales se han mostrado incapaces de renovar la industria del país, incapaces de basar su oferta en la calidad e incapaces de adaptarse a las nuevas realidades, incapaces de sobrevivir mientras nosotros nos hemos mostrado incapaces de controlarlas. La mayoría de países del tamaño de España no tienen gigantes culturales y no les va tan mal.

Este será el Santiago y Cavite de nuestra generación. Puede que nos convenga que otras multinacionales, con otras lógicas, desde otros lugares, nos traten de otro modo. No será muy diferente, pero quizás sea mucho más realista. Puede, incluso, que como sociedad, como ciudadanos, nos lo tengamos merecido. Otra forma de editar es posible y dentro de poco no va a ser una opción, será la única alternativa disponible. A sus botes salvavidas, las editoriales independientes primero.

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