Premio Planeta: todo sigue igual

Premio Planeta: todo sigue igual

ANNA MARÍA IGLESIA / librujula.com/

“Novela de orientación femenina”, así, con estos términos más propios de un anuncio de lavadora de los años cincuenta, definió Juan Eslava Galán el carácter predominante de los manuscritos, 642 según cifras dadas por José Creuheras, recibidos este año para aspirar a un Premio Planeta, en el que los desconocidos autores que deciden presentarse firmando sin pseudónimo son tachados inmediatamente por los periodistas y es que el ganador y el finalista son siempre nombres más que conocidos escondidos tras pseudónimos más o menos graciosos. Y, de hecho, por mucho que, como cada año, a lo largo de la rueda de prensa, un periodista trate de sonsacar alguna declaración con especulaciones no del todo compartidas por el resto, el jurado y la organización se mantiene en el más férreo de los silencios. “El ganador se descubre durante la cena de mañana”, comentan algunos irónicamente, pues, desde hace meses el nombre del nuevo Premio Planeta está sobre la mesa de los editores y, como diría el famosos meme, y lo sabes. A pesar de ello, hoy toca jugar al secretismo y en este juego, mejor dicho, en esta performance, todos juegan -jugamos- al no saber, fingimos ser los ingenuos espectadores de un galardón que nada tiene de improvisado y, menos todavía, de aleatorio.

Fuente original: Revista Librujula – Premio Planeta: todo sigue igual.

No, nada es aleatorio, todo está extremadamente controlado en este premio donde están en juego más de 600.000 euros. ¡Cómo dejar al azar el ganador! Los finalistas con nombre y apellidos, aquellos que no sé si por ingenuidad o como reto personal enviaron su novela al concurso, saben bien que la victoria les es totalmente ajena, que están ahí de bulto, ya sean una prolífica escritora de novela erótica o un escritor de ciencia ficción que en su cuenta de twitter se define como un “Leornardo Da Vinci moderno”. El ganador o ganadora no solo se sabe desde hace tiempo, sino que, en muchas ocasiones, se decide mucho antes de que comience el “concurso”; el galardón se ofrece, pasó con Cela y pasó con muchos otros, al autor más “adecuado”, al que más vale retener entre las filas del grupo o a aquel que más vale robar de las filas de la competencia. Esto es así, por mucho que el jurado, que, como dijo ayer Crehueras, lee solo 10 manuscritos -de todos los demás, recibe informes de lecturas-, siga insistiendo que el ganador es fruto de unas arduas deliberaciones que llegarán a su fin esta noche y mire con expresión escéptica los intentos de algunos por sacarles algunas información. “Un presentador gallego, muy conocido, un gentleman”, afirma con sorprendente seguridad uno de los asistentes a la rueda de prensa, el mismo que asegura haber escuchado el nombre de una “política ciudadana ejemplar” como posible finalista. “No va en mal camino”, le contesta el siempre dispuesto Eslava Galán que, de inmediato, dándose cuenta de sus palabras, se disculpa, “ha sido un lapsus”, pero, ya lo decía Freud, los lapsus no dejan de esconder algunas verdades. “Arrimadas no está para estas cosas”, comenta alguien, mientras otros ya empiezan a señalar a Marta Rivera de la Cruz. “¡No puede ser!” Me escribe una periodista desde Madrid nada más conocer los rumores, “eso se dice”, le contesto, sabiendo que la dejaré todavía más desolada. Y es que, en ocasiones, la única ventaja de que un escritor se dedique a la política es que deja de escribir: sí, la política pierde, pero la literatura gana. Sin embargo, si estamos en el Planeta no es porque pensemos que la literatura vaya a ganar, como mucho ganará el mercado editorial si el premiado consigue ser ese best-seller que se le presupone. Lo fue Javier Sierra el año pasado y lo fue Dolores Redondo hace dos; ellos no decepcionaron, pero ya se sabe, en toda apuesta, a veces se gana y a veces se pierde. El Planeta perdió, comercialmente hablando, más de una vez, de ahí que en los últimos años pise sobre seguro. “Echo de menos aquellos años en los que ganaban Marsé o Semprún”, comenta una periodista, añorando unos tiempos tan pretéritos que ni tan siquiera ella, demasiado joven, vivió. Tempus fugit, dirían los latinos, y money is money, diría el Rockefeller. Y las apuestas, por disparatadas que parezcan, hacen más caso al magnate americano y lanzan al aire nombres televisivos, “que son los que venden”. Mientras algunos cuentan los años que lleva sin publicar Jorge Javier Vázquez, otros consideran poco fiable el rumor que pone el foco en Montserrat Domínguez, “pero, ¿escribe ficción?”. Aquí todos escriben, sobre todo si tienes presencia mediática, valor principal, junto al comercial, obviamente, al que parecen hacer caso las encuestas que señalan a Mónica Carrillo –“ha vendido mucho”- o a Carme Chaparro, a la que más de uno ve detrás del pseudónimo de Arianne Onna, que firma una novela sobre una mujer que acaba con su vida y con la de su hija. “¿No ha escrito algo parecido ya?”.

En el jardín del Hospital de Sant Pau, donde se ha celebrado la rueda de prensa, una turista española se muestra algo indignada; “he preguntado, pero nadie de aquí sabe decirme quiénes son los del Planeta”. Le explicamos que no debe tomar las respuestas negativas recibidas como un signo de poca profesionalidad o de desconocimiento, “no se sabe todavía quién es el ganador, se sabrá el lunes por la noche. Es cuestión de paciencia”. Asiente con la cabeza, “esperaremos, entonces”, responde y prosigue su visita al edificio modernista. Ella no es la única; según Jesús Badenes, en los últimos dos años, se han vendido 1 millón de ejemplares de los ganadores y finalistas del Planeta y, si bien la tradición parece estar menguado, para muchos sigue siendo una tradición regalar el libro galardonado para navidades. “Calculamos que en casa de cada español hay un ejemplar del ganador o del finalista del Planeta”, comenta Creuheras, que hace hincapié en la necesidad de seguir promoviendo la lectura y subraya que, como siempre, el libro es el gran olvidado de la política cultural. Seguramente no se equivoca Crehueras en sus afirmaciones, sin embargo, olvida que libro y cultura no necesariamente van de la mano, todo lo contrario. Si El rubios, al que Badenes alude a lo largo de la rueda de prensa, es el símbolo de los nuevos tiempos para el libro y es el perfecto ejemplo de éxito editorial, poco hay que añadir.

Termina el día, las apuestas siguen, pero ya con menos fuerza. Al fin y al cabo, en pocas horas se harán públicos los nombres y un suspiro de “no puede ser” recorrerá la sala, pero ¿por qué esperar cuando no hay nada de lo que esperar?. “No estaría mal que ganara Aramburu”, comenta más de uno, pero “él ya no lo necesita. Con el éxito de Patria, para qué meterse en esto”, responden otros, mientras, a lo lejos, alguien, más o menos discretamente, asegura que “al parecer, la ganadora es una novela histórica”. Y es que, al final, como decían en su canción las Viejas locas, todo sigue igual: cuando creíamos haber conseguido deshacernos del boom de la novela histórica, ésta reaparece, abriéndose paso entre el thriller, el género más recurrido entre los finalistas. Nada cambia, por mucho que esperemos, Godot nunca llega.

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