Reportaje sobre las librerías que ha elaborado el escritor José Ovejero ( 3 entregas reunidas)

Reportaje sobre las librerías que ha elaborado el escritor José Ovejero ( 3 entregas reunidas)

José Ovejero / zendalibros.com

Fuente original: ¿Y a quién le importa que cierre una librería? – Zenda.  ¿Abro una librería o pongo un bar? – Zenda.  Para vencer a Voldemort – Zenda.

Todos los días cierran negocios, sobre todo pequeños, y abren franquicias. Las grandes superficies se comen a las tiendas de barrio. Los bares de toda la vida se ven desplazados por vermuterías y cocktail bars. El cupcake y el capuchino sustituyen al chocolate con churros en los barrios más cool de la ciudad (¿no debería ser al revés, que allí donde hay turistas proliferase la gastronomía tradicional en lugar de la que sirve aquello que podrían comer sin moverse de sus países? Misterios de las modas). Donde había una mercería abre una tienda de “calcetines divertidos para cualquier ocasión” y en lugar de la ferretería aparece una oficina inmobiliaria. ¿Qué esperábamos? Es el mercado, amigos.

Y sin embargo, aunque poco a poco se ha ido asumiendo que así es la vida, que la lógica contemporánea del consumo (y de los precios abusivos de los alquileres) implican una transformación del tejido comercial, cuando una librería cierra, una de esas librerías cuyo nombre conocemos incluso quienes nunca compramos allí un libro, hay un temblor general, un enterrar la cabeza entre los hombros como quien teme un golpe. El cierre de una librería se entiende como síntoma, no sólo de una mera transformación de los hábitos de consumo o de un modelo de gestión erróneo, sino de una enfermedad más grave que afecta al organismo social en su conjunto. Si cierra, pongamos, Portadores de sueños o Semuret, enseguida pensamos que lo que está en juego es la cultura, mejor, atrevámonos a ponerlo en mayúscula, la Cultura. Una librería que cierra alimenta la sensación de que la Cultura cada vez importa menos en nuestra sociedad hipertecnológica, apresurada, propicia al consumo rápido de lo banal, abocada al fin de la era del libro, al triunfo de lo visual sobre lo escrito, de la imagen sobre el pensamiento…

«¿Quién se va a enfrentar al apocalipsis, a estos tiempos aciagos, al mercado, a las nuevas tecnologías?»

Un momento. Antes de ponernos apocalípticos, ese tic enervante de toda generación cuando envejece al observar que nuevos hábitos y códigos sustituyen a los suyos, rebobinemos: es cierto que en los últimos tiempos asistimos al cierre de numerosas librerías, unas icónicas, otras más modestas; y es facilísimo echar la culpa a los tiempos que corren, a los jóvenes (siempre culpables de algo), a las nuevas tecnologías (también sospechosas habituales), por supuesto a la piratería. Pero a lo mejor las cosas son, como de costumbre, más complejas. Y a lo mejor también son solucionables, porque lo bueno, lo cómodo, del sentimiento apocalíptico es que nos permite rasgarnos las vestiduras sin mover un dedo para resolver los problemas, porque, seamos sensatos, ¿quién se va a enfrentar al apocalipsis, a estos tiempos aciagos, al mercado, a las nuevas tecnologías?

Lo dicho: rebobinemos. Vamos a intentar establecer una lista de problemas conversando con los principales implicados en el sistema de venta de libros: en primer lugar, los libreros, pero también con aquellos otros dos protagonistas de la venta de libros que no veremos detrás de un mostrador ni entre estanterías y que sin embargo son piezas fundamentales en el sistema: los editores y los distribuidores. Pero no nos conformaremos con hacer un elenco de problemas para presentarlos a alguna autoridad pública o lamentarnos juntos por el triste devenir del mundo. Vamos también a mostrar una serie de posibles soluciones, que existen, y no esperen una gran revelación: lo que hago aquí es reunir muchas de esas soluciones que han sido enunciadas mil veces en distintos lugares. Porque no son las librerías las que están enfermas, ni anémicos y desganados los lectores; es el sistema el que parece haberse quedado encallado donde no le corresponde. Y los sistemas se cambian, ¿o no?

Problema número 1: Tocando el fondo.

¿Qué sucede cuando un lector va a una librería y pide un libro, no una novedad que probablemente conseguirá en el instante, sino uno de esos libros que dejaron hace mucho de ser novedosos pero que han mantenido un alto aprecio, pongamos Santuario, de Faulkner, o Las olas, de Virginia Woolf? Si el librero le dice que no lo tiene disponible y debe pedirlo, el lector chasqueará la lengua disgustado. Si el librero añade rápidamente que lo tendrá en sólo dos o tres días el lector fruncirá el ceño, y se rasgará las vestiduras si la respuesta es que puede tardar un poco porque justo esa edición está descatalogada. Un librero, que no quiere frustrar así a sus clientes, tenderá entonces a tener un fondo lo más amplio posible en el que estén todos esos libros que se supone que deben encontrarse en una buena librería. Pero aquí surge un problema económico: de cada libro que vende, un librero se lleva, más o menos, el 30%. Los que devuelve, en un plazo que habrá negociado con el distribuidor, no tiene que pagarlos. Pero los que se queda sí. Por cada libro que no sale de sus estanterías o del almacén pierde entonces el 70% de su precio. Dicho de otra manera, para recuperar el valor del libro de fondo no vendido, tiene que vender más de dos del mismo precio. Eso lleva a unos a tener poco fondo y concentrarse más en las novedades, sobre todo en libros de venta fácil, con mayores garantías de ser comprados rápidamente. Pero muchos no se conforman con esa solución: ser librero no es dedicarse a correr jadeando detrás del aluvión de novedades.

«Hay distribuidores que ya no dejan los libros en depósito»

Por ejemplo, Gloria Fuertes(Lectocosmos) soñaba con abrir una librería en el centro de Lugo y así lo hizo hace año y medio. Le había llamado la atención lo escaso del fondo en librerías del centro. “Para mí es importante tener un buen fondo. Y la gente lo valora. Agradece que tengas determinadas cosas”. Para conseguirlo necesitaba negociar bien los descuentos y los plazos de los libros que se quedan en depósito, y sabía que contaba con algunas ventajas que no todas tienen: los distribuidores estaban expectantes ante esa nueva librería en el centro. “Si hubiese estado en un callejón habría sido más difícil”. Y si los distribuidores ven movimiento, tienden a ser más flexibles en las condiciones que ofrecen. Por otro, tenía claro que debía invertir en el fondo, e incluso comprar parte en firme, porque le parecía que los clásicos deben estar siempre en la tienda, para que si alguien llega pidiendo En busca del tiempo perdido para hacer un regalo lo tenga inmediatamente y no se vaya a otro sitio o, peor, lo pida por internet.

Sin embargo, esa inmovilización de capital en un tipo de negocio cuya rentabilidad no es elevada puede crear grandes dificultades. Precisamente ése era uno de los problemas que mencionaba Eva Cosculluela para explicar el cierre de Portadores de Sueños: un exceso de capital inmovilizado.

Xavier Vidal (Nollegiu) se lamenta por el cierre de Portadores y coincide en que una de sus dificultades, como de tantas librerías, puede tener que ver con un fondo que en parte no se puede devolver (porque el libro está descatalogado, o porque la distribuidora ha cerrado, o se puede devolver pero asumiendo los costes de envío…). Si el stock no se mueve, se crea un problema de liquidez, porque el stock se va incrementando con las novedades que no se venden. “Tienes que tener un fondo en depósito; vendo, pago y repongo. Yo cada mes, a principios de mes, digo: “Todo lo que he vendido en depósito lo repongo”. Así, la distribuidora cobra cada mes lo que vendo. Porque hay distribuidores que te dejan el depósito, se olvidan, tú también y al cabo del año te dicen “a ver qué has vendido”, y a lo mejor son cinco mil euros que tienes que devolver de repente. Yo me obligo a hacer una gestión rigurosa”.

O sea, que hay divergencia de escuelas entre los libreros. Como hay quien quiere prolongar al máximo el plazo del depósito y quien prefiere ir mes a mes. Y hay quien, como Santiago Palacios (Sin Tarima) intenta aprovechar todas las posibilidades. Por un lado, hace campañas de depósito en las que pide un gran número de libros de editoriales escogidas y los conserva durante un par de meses. Pero además es un gran defensor de tener un fondo bien nutrido. Como supondría un esfuerzo de administración excesivo gestionarlo también como depósito, compra una parte en firme. Eso no significa que no pueda devolverlo, pero sí que tiene que pagar lo comprado y estar atento a que no se pase el plazo para devolver lo que no quiera quedarse, que puede ser de un año, mayor por lo general que el de los depósitos. De todas formas, me dice, hay distribuidores que ya no dejan los libros en depósito.

«¿Quizá prefieren los editores tratar sólo con grandes superficies y grandes plataformas de venta?»

Pablo Bonet, desde hace poco secretario del Gremio de Libreros de Madrid, y durante dieciocho años librero en Muga, piensa que debería considerarse la posibilidad de trabajar como en Argentina, donde las librerías no compran los libros, sino que siempre los tienen en consigna. Y Fernando Valverde, al que ha sucedido Pablo y que ha estado muchos años al frente de Jarcha, también incide en esa idea: ¿Para qué quieren los distribuidores los libros en el almacén, si pueden estar en las librerías? Esta pregunta afecta sobre todo a las librerías independientes de mediano tamaño, ya que las muy pequeñas, que son muchas en España, no pueden permitirse por razones de espacio gestionar un fondo bien nutrido.

Lo que no sé, y me propongo averiguar, es si los problemas de los libreros preocupan a alguien que no sean los propios libreros. ¿Quizá prefieren los editores tratar sólo con grandes superficies y grandes plataformas de venta?

Digo a Joan Tarrida, mi editor en Galaxia Gutenberg, que quiero conversar con él sobre los cierres de librerías y también le digo que voy a grabarle. Joan levanta una ceja; es un hombre que puede expresar una gran variedad de emociones desplazando una ceja apenas un centímetro. Pero accede, claro. Y me explica que para una editorial literaria como la suya las librerías independientes son fundamentales y por eso le parece necesario que distribuidores y editores apoyen a dichas librerías en sus dificultades, que afectan a todos. Y eso lo hacen fundamentalmente mediante los plazos de pago y devolución. “Muchos de los libros que están en librerías no están facturados, por acuerdos entre librero y distribuidor, porque el librero pide más aire, y ese aire se le da cada vez más”. Por distintos motivos pueden pasar varios meses sin que el editor reciba el pago por el libro, y eso es una financiación que asume el editor, pero pone presión sobre él, porque tiene que seguir haciendo sus pagos (traducción, anticipos, imprenta, costes fijos…). La edición es un negocio que exige mucha financiación: “Desde que empiezas a poner el dinero en un libro y lo publicas puede pasar un año, más aún en lo que envías a América Latina”.

«Así que el problema, entiendo, no es que los libreros no puedan devolver los libros, sino los costes tanto de no hacerlo como de hacerlo si rebasan el plazo de depósito»

El otro problema, me dice Joan, son las devoluciones: es un derecho que no existe, por ejemplo, en el mundo de la moda; “el librero siempre te puede devolver, un libro se devuelve quizá cinco veces antes de ser vendido, y eso aumenta mucho los costes. Claro, porque hay precio fijo y el librero no puede hacer rebajas para librarse de los artículos no vendidos”.

Así que el problema, entiendo, no es que los libreros no puedan devolver los libros, sino los costes tanto de no hacerlo (si se los quedan en el fondo y no se venden) como de hacerlo si rebasan el plazo de depósito, lo que a veces les obliga a pagar ellos los costes de devolución.

Y ya que estamos en temas tan espinosos, vamos ahora a ver qué pasa con otro igual de arduo para los legos como yo: la distribución y los descuentos.

Van a ver qué lío.

Problema número 2: En la jungla de la distribución y los descuentos.

Para situarnos: en buena parte de los países europeos el número de distribuidoras se cuenta con los dedos de una mano, como mucho con los de dos. Pero en España hay unas ciento veinte distribuidoras. Imaginemos al sufrido librero que tiene que recibir día a día montones de cajas, alguno afirma que cerca de doscientas entradas al mes: imaginémoslo trasladando y ordenando el contenido (llamo a Judith Pérez (Intempestivos) y me da cita a las once, porque a las diez tiene Pilates: “los libreros y sus espaldas, ya sabes”), preparando albaranes, etiquetando, escuchando los argumentos de los comerciales. Imaginemos también que en esa librería sólo trabajan dos personas, o tres, que tienen también que llevar la administración, atender a los clientes… El infierno.

Gloria Fuertes me cuenta, en la cafetería del centro de Lugo donde me ha citado antes de salir de excursión con su familia, que a ella, que venía de otros sectores comerciales, la dejó perpleja el funcionamiento de la distribución de libros: por ejemplo, en su zona, Anagrama está distribuida por Les Punxes pero le ofrecen sus libros varios distribuidores, alguno de Andalucía o Madrid, y a veces con condiciones mejores (aunque tendrían que ser peores, porque ahí ya no sólo hay un distribuidor, sino varios cada uno con su comisión). La exclusividad no se respeta, tampoco la de zona: “Tengo que hacer casi un máster, ver las condiciones de cada uno, quién recoge y quién no, quien pone mínimos de ejemplares y quién no, quien pide portes, quién tiene página web… y eso para una pequeña librería es un trabajo brutal.”

«El margen con el que trabajan los libreros en Francia y Alemania es ocho puntos más alto que el que consiguen los libreros españoles»

Los escritores conocemos mal el mundo del libro: la mayoría apenas o nunca pisamos una imprenta, un almacén de un distribuidor o la papelera en la que se destruyen nuestros libros. Yo visité el almacén de la distribuidora Machado Libroscuando estaba realizando el documental Vida y ficción y me quedé impresionado por aquella nave gigantesca en la que se almacenaban más de cinco millones de ejemplares. Y es Verónica García, de Machado Libros, la que me ayuda a desentrañar el problema. Me explica que por la dificultad de las comunicaciones por carretera en España antes cualquier distribuidor tenía otros distribuidores locales, si no en todas las provincias en todas las regiones, que hacía el trabajo tanto de logística como de venta. Y estos distribuidores locales fueron aumentando sus actividades: llevaban los libros de texto, hacían de mayoristas y también la distribución exclusiva de algunos grupos para su territorio. “Al principio respetaban las zonas, pero empezaron a salirse de su territorio. Y ahí hubo un momento que nadie lo paró; los libreros protestan, pero tampoco quisieron pararlo, por comodidad, por comparar condiciones, porque si uno no te trae un libro te lo trae el otro…”. A eso se añade que en el sistema entraron empresas sin librería física, como Amazon o Agapea, que empezaron a comprarle a todo el mundo; aunque estuviesen en Madrid, pedían a cualquier lugar. “Y eso tampoco lo paró ningún editor, no dijeron “ojo, estás en Madrid, tienes que pedir a Madrid”, así que todo el mundo empezó a saltarse la zona: si Amazon puede comprar a cualquiera por qué no yo”. Verónica cree que los libreros también deben tomar sus decisiones: o intentar negociar con todos los posibles redistribuidores y mayoristas, o seleccionar unos pocos de confianza, que ya pueden surtir con mucha rapidez, porque las comunicaciones han mejorado muchísimo. En lo que están de acuerdo libreros, distribuidores y gremios es que en los años venideros va a haber una concentración y una simplificación, porque el sistema actual es insostenible.

Pero mientras tanto nos encontramos en una jungla en la que también hay condiciones muy distintas para los depósitos de los libros, uno de los temas que parecen fundamentales a CEGAL; para la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros es esencial que mejore el descuento que recibe el librero por cada libro. El margen con el que trabajan los libreros en Francia y Alemania es ocho puntos más alto que el que consiguen los libreros españoles. Pero por supuesto el margen no es igual para todos los libreros: no sólo depende de la distribuidora o redistribuidora, también quien más vende más descuento recibe. Es decir, que, como siempre, los negocios más pequeños son los que soportan peores condiciones.

«El asunto de los márgenes está aún por resolver»

Depende, dice Verónica García. En general es así, pero ahí es donde los libreros tienen que ser creativos. Los descuentos no se pueden uniformizar, porque no son iguales los gastos de atender a una pequeña librería que a una grande, pero nuestro cliente natural es la librería independiente, no la papelería ni el hipermercado, y hay que defenderla. “Sí podemos intentar acercar márgenes y que las diferencias no sean tan grandes entre una gran librería y una pequeña”. Algo que hacen algunas distribuidoras como Machado es dar mejor margen a las apuestas, a lo que el librero va a promocionar y difundir, en una negociación de comercial y librero, a veces con la complicidad del editor. “Por ejemplo, Tipos Infames hace muy bien la selección, tienen claro lo que quieren vender, desechan muchas editoriales y lo que trabajan lo trabajan muy bien y reciben mejor margen. Es la única manera de luchar con los grandes: especializarte, buscar soluciones imaginativas…”

Y puede que sea ahí donde sería necesaria una mayor coordinación en el sector. También Pablo Bonet se refiere a esa necesidad de creatividad y flexibilidad, y pone el ejemplo de la librería , que hace campañas mensuales con una editorial, “y en un mes ha vendido más de cuatrocientos libros de Acantilado, y eso debería permitirle tener unas condiciones distintas”. Me dice que lo que hace Machado no es lo frecuente en el sector, en el que hay mucha más rigidez de la deseable. “Se trata de sentarnos con CEGAL, con las editoriales y las librerías para generar ideas y mejorar la comunicación. Lola Larumbe (Librería Alberti) dice que estamos en el mismo barco, y si el barco se hunde se hunden todos”, lo que puede ser verdad cuando hablamos de librerías y distribuidoras independientes, pero no lo es si pensamos en los intereses de las grandes, que son otros.

Si el distribuidor recibe los libros del editor con entre un 50% y un 55% de descuento, el librero independiente se los queda con un 30%, o un poco más cuando puede negociar condiciones especiales. Y son esos los porcentajes sometidos a un constante tira y afloja entre libreros y distribuidores. Fernando Valverde me decía que las conversaciones entre ellos son siempre muy buenas, pero que luego es difícil llegar a acuerdos. Desde el sector librero se suelen recordar esos ocho puntos más de margen de sus colegas en otros países, aunque, me apunta Verónica García, hay que tener en cuenta que en España los costes de envío corren a cargo del distribuidor, mientras que en muchos países los sufraga el librero o, como en Francia, son compartidos.

Es evidente que el asunto de los márgenes está aún por resolver.

“¿Y cómo hacéis con una pequeña librería”, pregunto a Verónica García, “que quiere reponer un libro, por ejemplo porque se lo pide un cliente? He oído que a veces las pequeñas tienen dificultades con las reposiciones”.

“Hay un pedido mínimo; el nuestro es muy bajo; cincuenta y cinco euros, son tres libros. Si un librero quiere que le envíen un sólo libro nos sale muy caro. Eso no significa que no pueda pedirlo, sólo que tiene que pagar los costes de envío. Pero puede aprovechar para pedir otros dos libros y entonces le sale gratis”. Pero el pedido mínimo que exige Machado no es el que exigen otros, que puede llegar a cien o ciento veinte euros. Santiago Palacios me explica que ha habido un cambio en el sistema de distribución —él fue distribuidor durante cuarenta años—: ahora han entrado con fuerza los subdistribuidores que no llevan como Machado un número limitado de editoriales, sino todas. Eso simplifica mucho el trabajo del librero, porque se lo puede pedir casi todo a un solo proveedor, vuelve menos importante el pedido mínimo, ya que puedes juntar libros de muchas editoriales en un solo pedido; pero tiene un inconveniente: los subdistribuidores imponen condiciones más duras.

«¿Interesa a las editoriales y distribuidoras que haya librerías? ¿O prefieren que sean grandes almacenes?»

Lo que está claro es que si, como afirma Verónica García, el eslabón más débil es la librería independiente y hay que apoyarla, se necesita una mejor comunicación entre los distintos participantes en el sector, y por eso se ha creado una comisión en la que todos los protagonistas pueden discutir posibles soluciones.

En realidad, me dice Xavier Vidal, la pregunta básica es: “¿Interesa a las editoriales y distribuidoras que haya librerías? ¿O prefieren que sean grandes almacenes? Alguna distribuidora dirá: “Las librerías son muy pequeñas, no hay masa crítica, y enviar libros me resulta muy caro, no me compensa gestionar las devoluciones”. Entonces pueden interesarle más las grandes superficies. Y si me dicen que no les interesan las librerías, yo haré otra cosa. Porque tengo que asumir mi papel de intermediario último en un sistema en el que puede haber seis intermediarios, y a lo mejor no soy necesario.”

Joan Tarrida, sin embargo, lo tiene claro: Galaxia vende entre el treinta y cinco y el cuarenta por ciento de sus libros en FNAC, Casa del Libro, Corte Inglés y Amazon, y un diez en La Central. Así que más del cincuenta por ciento de su catálogo se vende en pequeñas librerías. Para él sería impensable sobrevivir sin ellas. “Imagino que en otras editoriales independientes la situación es parecida”, dice; “o sea, que los libreros independientes son muy importantes para nosotros, por eso intentamos ayudar con la financiación, y ellos por su parte colocan mejor los libros de las editoriales independientes, hacen presentaciones, agitación cultural… Al final es ayuda mutua”.

Problema 3. Sepultados bajo las novedades

Según Joan Tarrida, los editores literarios no publican ahora más de lo que publicaban hace seis o siete años. Es verdad que las estadísticas reflejan aumentos, pero son muy reducidos. Además, aunque todo el mundo se queja de tanta novedad, es muy difícil detener la tendencia. “Si eres un editor con política de autor, y vas publicando a tus autores, y ellos producen y quieres publicarlos, no puedes reducir tanto: quizá algunos libros extranjeros, ralentizar la contratación… pero poco más”.

Lo que también sucede no es que las editoriales existentes publiquen cada vez más, sino que están surgiendo muchas nuevas editoriales, porque abrir una editorial es relativamente barato.

Por ejemplo, mi hermano, Antonio Lafarga, creó la editorial Sitara hace dos años. Al principio comenzó como hacen tantos, reeditando obras descatalogadas de autores conocidos (Felisberto Hernández) o traduciendo obra de clásicos no publicada o mal publicada en español (Gertrude Stein). Pero pronto descubrió que le interesaba más tratar con vivos que con muertos. Y tenía claro que no podía empezar con una gran cantidad de publicaciones al año. Unas doce calcula que sería lo ideal sin ampliar las estructuras de la editorial. Lo siguiente que tenía claro: necesitaba un buen distribuidor. Hay editores que se distribuyen ellos mismos para evitar la presión de tener que publicar más de lo que desean: como los libreros devuelven buena parte de lo que no venden, esas devoluciones se van descontando de lo facturado por el editor al distribuidor, provocando que a veces el saldo sea negativo; para evitarlo, el editor tiene que publicar nuevos libros y así facturarlos y compensar ese saldo negativo, lo que puede convertirse en una huida hacia adelante y hacer que, si las cosas no funcionan, la deuda se vaya acumulando hasta hacerse insostenible.

«Más de uno me confiesa que hay cajas de libros que se quedan sin abrir y se devuelven tal cual»

La editorial Delirio es una de las que optaron por prescindir del distribuidor, aunque eso signifique que sus libros sólo estarán presentes en una serie de librerías escogidas a las que envían ellos mismos los libros. A Antonio Lafarga no le convencía esa solución: aunque la suya es una pequeña editorial, tener una distribuidora de prestigio le abre puertas de librerías que serían buenas destinatarias de sus publicaciones pero que, ante la avalancha de novedades, quizá no les prestarían suficiente atención si no fuese con ese aval.

De todas formas, según Joan Tarrida, la compensación del negativo con nuevas publicaciones se da sobre todo en las grandes editoriales, con tiradas más elevadas y que pueden tener devoluciones muy altas. Y ahí sí que puede haber una presión tremenda para llenar continuamente de novedades las mesas de las librerías.

Lo cierto es que los libreros apenas dan abasto. No es sólo que tengan que tratar con tantos distribuidores, sino que la avalancha de libros les resulta ingestionable y muy cara, porque necesitan tener mucha variedad en sus estanterías. Hay libreros que no admiten que les presenten novedades los comerciales y piden a la carta lo que les interesa. Más de uno me confiesa que hay cajas que se quedan sin abrir y se devuelven tal cual, sobre todo en ciertas épocas. “No publiques en septiembre, de verdad, evita septiembre”, me dijo una vez Rafael Arias (Letras Corsarias). Lo malo es que ahora casi todos los meses son septiembre.

Problema 4. ¿Abro una librería o pongo un bar? Estrategias de supervivencia

La librería tradicional, en la que un librero espera detrás del mostrador a que llegue el cliente, tiene los días contados. De hecho, algunas de las librerías que han cerrado responden a ese modelo clásico de librería que funciona, salvando las distancias, como una ferretería o una carnicería: el cliente entra buscando un producto, a lo sumo pide consejo, compra y se marcha. Por mucho que el librero conozca a sus clientes y sepa asesorarles, cosa muy valiosa, por agradable que sea la conversación con él o ella, eso ya no basta: se ha vuelto imprescindible abandonar la trinchera. Así que la mayoría de los libreros ha optado en los últimos años por hacer más atractiva la librería, que no se limita a ser el lugar de una transacción económica después de una conversación más o menos larga.

«El modelo ha tenido tanto éxito que casi sorprende que abra una librería sin espacio para tomar un café, un vino o una cerveza artesanal»

Por ejemplo, algunos han puesto un bar. El modelo librería/cafetería ha crecido con rapidez en los últimos añosporque muchos libreros ven en él no sólo la posibilidad de unos ingresos adicionales gracias a la restauración, también con el objetivo de que la librería pueda ser un lugar de encuentro y reunión, y que de esa sociabilización entre libros también surja la compra de alguno de ellos. El modelo ha tenido tanto éxito que casi sorprende que abra una librería sin espacio para tomar un café, un vino o una cerveza artesanal.

No es tanto por los ingresos adicionales, que desde que abrieron se han ido volviendo proporcionalmente menores, me dice Judith Pérez, es porque en Intempestivos necesitaban distinguirse en una ciudad que tiene muchas librerías en proporción al número de habitantes. Así que pusieron un bar a la entrada, pero separado del espacio en el que se encuentran los libros. Querían atraer clientes, hacerlos sentir a gusto en ese espacio de socialización previo a la librería propiamente dicha, también porque ser librero en Segovia no es fácil: muchos posibles clientes van cada día o cada semana a Madrid, y si no encuentran un libro lo buscan en la capital. “Nuestra competencia no es Amazon”, dice Judith, “es Madrid”. Otros, como Ateneo en Palencia, integran el bar en la librería, aunque eso puede significar tener que hacer una inversión considerable para insonorizar el local.

Y también hay librerías que optaron inicialmente por el modelo mixto con bar, pero que han ido abandonando esta segunda actividad. Así lo hicieron en La Puerta de Tannhäuser, cuyos dueños tenían claro desde el principio que en cuanto el negocio de los libros funcionase suficientemente bien irían dejando de servir cervezas. Y Jesús Trueba aprovechó la mudanza que tuvo que hacer de un local a otro con La Buena Vida para reducir las bebidas a la mínima expresión: un pequeño autoservicio con café, cerveza, refrescos… Le parecía que los libros y el bar son dos negocios muy distintos y exigen también habilidades distintas. Él lo que quería era dedicarse a los libros y el bar te exige tiempo, atención y logística aparte. Además, al principio contaba con que parte de la clientela fuese a tomarse un café y luego comprase algún libro, pero descubrió que muchos se tomaban el café en ese ambiente tranquilo pero luego no se interesaban por los libros.

Pero algunas librerías recientes prefieren desde el principio prescindir del bar, como Lectocosmos, porque Gloria no quería renunciar a que su librería fuese un oasis, un lugar en el que sentarse a leer sin ruido.

«Aunque se hayan descolgado de la lectura son de alguna manera conscientes de la importancia de los libros para los críos. Eso explica que la mayoría de las librerías especializadas se dediquen a la literatura infantil y juvenil»

Por supuesto, hay otras estrategias para hacer más atractiva una librería: tener una sección de regalos o productos de papelería muy seleccionada es una, y otra, por supuesto, especializarse en un cierto tipo de libros. Un ejemplo de especialización es Contrabandos, en realidad una asociación de editores que cuenta con dos librerías en Madrid, una en la Cuesta de Moyano y la otra en Lavapiés, centradas en el libro político, como dicen en su página web “buscando siempre el mismo eje: pensamiento crítico, posicionado para cambiar el mundo”. Porque una librería también puede ser un proyecto político y su especialización no responder a una decisión empresarial sino ideológica; si para muchos —y así me lo han dicho varios libreros— este trabajo tan precario es sobre todo una pasión, algunos lo ven también como un proyecto que va más allá de lo cultural: “El libro no como negocio sino como apuesta, no como dinero, sino como vida”. Algo que también puede decirse de muchas librerías de temática LGTBI, como Cómplices, o las centradas en literatura de mujeres y feminista. Por ejemplo, Ana Rodríguez lleva por lo menos cuatro décadas luchando desde la trinchera cultural por los derechos de las mujeres. Ahora lo hace desde la librería Mujeres & Compañía junto con Miren Elorduy y Sonia Martín, y con la ayuda de otras voluntarias, porque lo suyo es una librería asociativa. En pocos sitios te asesorarán tan amablemente sobre literatura feminista, también para niñas, niños y adolescentes.

En La Puerta de Tannhäuser eligieron una forma de especialización complementaria: la librería tenía un espacio, aunque reducido muy cuidado, dedicado al libro infantil, y entretanto ha abierto una segunda librería dedicada sólo al público infantil y juvenil: desde que lo hicieron hace pocos meses las ventas han aumentado en los dos sectores.

Aparte de lo que pueda aportar el contacto con lectores tan jóvenes, me dice Pablo Bonet, la literatura infantil es muy agradecida: primero porque sabes que estás contribuyendo a formar lectores que pueden acompañarte durante muchos años. Y además, incluso adultos que no leen o leen muy poco regalan libros a los niños. Aunque se hayan descolgado de la lectura son de alguna manera conscientes de la importancia de los libros para los críos. Eso explica que la mayoría de las librerías especializadas se dediquen a la literatura infantil y juvenil.

Los editores, por su parte prefirieron especializarse en vender libros de pequeñas editoriales, como mucho de tamaño mediano, y defenderse así de la avalancha de novedades, del ritmo frenético de los best sellers, e ir formando un catálogo que depende no de las modas sino del gusto personal de las libreras.

«¿Qué está haciendo el Estado para resolver el problema?»

De lo que casi ninguna librería puede prescindir hoy en día para atraer clientela es de realizar presentaciones, coloquios y talleres. Y cada vez son más también las librerías que cobran por actividades que antes hacían gratis. En Nollegiu empezaron a cobrar cinco euros por la asistencia a la presentación de un libro, que luego se descontaban a quien compraba el libro. Pero la idea no hacía gracia a muchos editores, porque temían que no fuese casi nadie a las presentaciones, por lo que Xavier Vidal pasó a hacer lo que hacen cada vez más libreros: cobrar al editor una pequeña tarifa por la presentación. Para el librero una presentación supone trabajo (publicitar el acto, montar la sala, encargar los libros, devolver los que no se vendan…) y ya son muchos los que opinan que debe ser remunerado. Pero no todos pueden permitírselo, en particular las librerías que se encuentran en poblaciones pequeñas y no resultan tan atractivas por sus posibles ventas como para que el editor haga una inversión adicional.

En un sector que vive en un equilibrio tan precario, de esos ingresos adicionales puede depender la supervivencia del negocio, porque con ayudas estatales no se puede contar… ¿o sí?

Problema 5. ¿Y el Estado qué hace?

Cuando una actividad que consideramos importante para la sociedad se encuentra en dificultades y necesita apoyo para sobrevivir (tanto da que hablemos de la ganadería extensiva, la siderurgia, la ópera o las librerías) todos los ojos se vuelven hacia el Estado con la pregunta: ¿qué estás haciendo para resolver el problema? Y el Estado responde con una lista de medidas para mostrar su empeño, lista que rara vez parece suficiente a los afectados.

Por supuesto, el Estado, o mejor digamos los sucesivos gobiernos, tanto nacionales como autonómicos, ha intervenido para afrontar diversos problemas que amenazan al sector del libro y a los hábitos de lectura en general. Desde campañas de fomento de la lectura a participación en la concesión del sello de calidad de las librerías a la concesión de subvenciones para la adaptación tecnológica; sin olvidar que financia directa o indirectamente actividades de los escritores en institutos, centros culturales, congresos, ferias del libro…, lo que se supone que también fomenta la lectura.

¿Se quejan entonces sin razón los libreros del poco apoyo que reciben de las instituciones? Creo que no, por un lado porque las administraciones no hacen lo suficiente, pero además porque algunas de sus decisiones son dañinas para el sector, de forma que la ayuda que concede por un lado se ve contrarrestada por decisiones que pueden llevar al borde de la ruina a muchas librerías.

«Las ayudas de Ayuntamientos o Comunidades Autónomas no siempre tienen en cuenta las condiciones reales de las librerías»

Un ejemplo: que las bibliotecas y organismos oficiales tengan un presupuesto para libros es una medida útil sobre el papel tanto para editores como para libreros. Pero la suerte va por barrios, mejor dicho, por Comunidades Autónomas, porque cada una aplica las normas a su manera. Fernando Valverde me explica el problema: en 2017 se aprobó una nueva ley de Contratos del Sector Público para mejorar la transparencia y la igualdad entre los agentes económicos, pero eso, que tiene sentido en numerosas licitaciones, lo pierde en un ámbito en el que el precio es fijo. Y al final los libreros tienen que participar en un acto administrativo complejo, que exige mucho trabajo, y a menudo teniendo que satisfacer condiciones que se escapan de sus posibilidades. “El ayuntamiento de Madrid”, me dice, “hizo hace tres años una licitación y ninguno de los ganadores era una librería. Con las condiciones que ponen sólo pueden acceder grandes actores, distribuidoras… Si las compras públicas se hicieran a través de la red librera, eso sí les daría un poco de oxígeno”. La Comunidad estaba comprando de forma repartida en un centenar de librerías, gracias a que dividía el contrato en veintitantos lotes y exigía que los postulantes fuesen libreros, pero eso está ahora en el aire. Llegan elecciones y cada nuevo equipo puede alterar el statu quo. Cuando los contratos no se limitan a los libreros, las grandes empresas, que a menudo son una oficina, ni siquiera una cadena de librerías, me explica Verónica García, ofrecen descuentos encubiertos, no en el precio directo, pero comprometiéndose a forrar los libros, ofreciendo cuentacuentos… y eso un librero pequeño no puede hacerlo. La situación es tan absurda y tan desigual que por ejemplo una biblioteca de Asturias compraba sus libros en la sucursal de Madrid de una gran cadena. Y en Cataluña casi todo el presupuesto de compras de bibliotecas se lo llevó una única distribuidora; sólo el pequeño remanente que les quedaba a las bibliotecas a finales de año se lo gastaban en las librerías de proximidad.

“No estamos pidiendo más subvenciones”, insiste Pablo Bonet, “estamos pidiendo que se tenga a las librerías en cuenta”.

Aunque subvenciones hay, como la que acaba de crear el Ayuntamiento de Madrid para reducir el IBI de las librerías. Pero son pocas, eso es cierto, y a veces demasiado trabajosas de obtener. El ministerio tiene un plan de ayudas de 200.000 euros para toda España, cuando sólo en Madrid hay casi cuatro mil librerías. Y otras ayudas, por ejemplo de Ayuntamientos o Comunidades Autónomas, no siempre tienen en cuenta las condiciones reales de las librerías: “Jarcha se ha quedado fuera de eso, no podíamos demostrar con facturas que un autor viene a la librería y cobra; los autores vienen porque vienen, por hacernos un favor, o porque los trae la editorial, pero si tenemos que gastar en eso estamos perdidos…”, me dice Fernando Valverde. Aparte de que a menudo se exige tanto papeleo que no compensa, por unos pocos cientos de euros, poner una persona a hacer los trámites, sin por supuesto tener la seguridad de que se va a aceptar la solicitud.

Hay más problemas. Muchos y no puedo incluir aquí todos. Pero no quiero cerrar el capítulo sin mencionar la escasa implicación de los medios de comunicación públicos en el fomento de la lectura, medios que relegan el libro a los peores horarios de emisión, y televisiones que incluso en programas con contenido cultural prefieren hablar de gastronomía o moda porque el libro exige mayor esfuerzo para hacerlo visualmente atractivo; compárese con la BBC, que impulsó un sistema para que en todos los programas transversales se hablase de libros. ¿Quieren otro ejemplo de implicación de la administración que parece de ciencia ficción visto desde España? Cuando en Finlandia, el país más lector de Europa, se detectó una caída en la lectura de los adolescentes (eso de lo que nos quejamos tanto aquí), el gobierno destinó un millón de euros anual a combatir el problema, creando un comité que examinase las razones y buscase formas novedosas de llevar la lectura a los jóvenes.

«Menos mal que les queda la venta de los libros de texto para llegar a fin de mes…, ¿o tampoco?»

Pero si hay algo fundamental en lo que las administraciones podrían ayudar a las librerías es cumpliendo con sus compromisos, es decir, pagando sus deudas y haciéndolo a tiempo. En un artículo sobre el cierre de Portadores de Sueños, Paco Goyanes (Cálamo) recordaba la irregularidad de los pagos del Gobierno de Aragón, que debía 42.000 euros a algunas librerías aragonesas por la campaña de libros de texto. Puede no parecer tan grave un retraso por esa cantidad, pero recordemos que se trata de negocios casi siempre con el agua al cuello.

Menos mal que les queda la venta de los libros de texto para llegar a fin de mes…, ¿o tampoco?

Problema 6. La pelea por los libros de texto

No he hablado con ningún librero, distribuidor ni editor que ponga en duda la gratuidad de los libros de texto. Cuando los libreros se quejan, y lo hacen mucho, del sistema de compras de los colegios es porque sienten que los han dejado fuera o les han puesto tantas trabas que les resulta imposible competir. Algunos, aunque podrían, ni lo intentan. Gloria Fuertes no ha hecho campaña de libros de texto, porque no tiene intención de entrar en guerra de precios. Si ha abierto una librería es porque el precio del libro es fijo, pero el de texto no lo es. Y resulta imposible competir con las grandes superficies. “Mira el mundo de la moda”, me dice, “con rebajas todo el tiempo”. Lo mismo piensa Xavier Vidal: “Yo no hago la campaña de libros de texto, no puedo competir con las grandes superficies, y mucho menos, en Cataluña, con Abacus, que es una gran cooperativa de maestros. Ellos venden mucho más barato, y si yo no lo hago al mismo precio mis clientes se enfadan”.

Pero para muchos es una cuestión de supervivencia. Fernando Valverde está intentando, como muchos otros libreros, homologarse para surtir de libros de texto a la Comunidad de Madrid. El pliego de condiciones tiene ochenta y cuatro páginas; por eso muchos no quieren entrar, pero Jarcha, Muga, Fábula, de las más periféricas de la ciudad, necesitan el libro de texto para sobrevivir; sin embargo, están convencidos de que, con las condiciones actuales, no lo van a conseguir. Sólo confían en pasar el primer corte y que llegue la sensatez antes de la segunda fase y cambien las condiciones.

«Lo más grave: que el sistema favorece a grandes empresas con mucha capacidad logística»

Lo que complica aún más las cosas es que cada Comunidad Autónoma tiene sus propias reglas, unas más generosas con los libreros, como las de Andalucía y Murcia, y otras más restrictivas.

Miremos con más detalle cómo funcionan las cosas en Madrid, donde se acaba de acordar una ley con un acuerdo marco para las licitaciones de libros de texto. Es muy sencillo: te das de alta como licitador, participas en una competición con un sistema de puntos y luego los colegios eligen a quién comprar. Todo clarísimo. Los problemas comienzan con las condiciones que hay que cumplir para participar, ésas que Fernando Valverde considera imposibles: para empezar, tienes que tener un mínimo de 23.000 euros de facturación anual, con lo que las más pequeñas quedan fuera, aunque es cierto que se trata de un límite muy bajo: si no facturas eso, es difícil que sobrevivas, salvo gracias a actividades adicionales. Más complicado: tienes que aceptar un precio de referencia máximo que la administración ha decidido con los centros, esto es, sin consultar al sector (distribuidores, libreros, editores). Lo más grave: que el sistema favorece a grandes empresas con mucha capacidad logística, porque para tener más puntos tienes que dar los libros etiquetados y forrados, aceptar un elevado porcentaje de devolución, una declaración de que has destruido los libros devueltos…; hay un número determinado de lotes, y para cada uno te exigen un empleado adicional; para un lote necesitas dos personas, para dos lotes tres. No hay muchas pequeñas librerías que puedan permitírselo, cuando ya hay algunas a las que les cuesta satisfacer el aval bancario que exige el sistema. “Dicen que el sistema está dirigido a las pequeñas librerías pero no es verdad”, se lamenta Pablo Bonet.

Lo mejor para el sector sería volver al precio fijo y que no fuesen los centros de enseñanza los que reciben la ayuda y eligen dónde comprar los libros (una vez establecida la lista de librerías homologadas), sino que los padres recibiesen un bono para comprar donde les parezca. No sólo porque eso aumenta la posibilidad de encargar el libro al librero del barrio, sino también por una razón que podríamos calificar casi de educativa: muchas familias apenas se acercan a una librería y para casi un cincuenta por ciento de la población los únicos libros que entran en su casa son los de texto; que los padres vayan con sus hijos a las librerías es una forma de generar proximidad, hábito, de recordar la presencia del librero y la de ese espacio cuya importancia va mucho más allá que la de ser una mera expendeduría de textos.

Hasta ahora he hablado de algunos de los problemas más importantes que aquejan a los libreros independientes, pero no hemos tocado uno fundamental, ése que me han mencionado casi todos los libreros en nuestras conversaciones, ése que les parece más difícil de sortear que los escollos que han ido apareciendo en estas páginas. Porque las administraciones pueden mejorar sus normas y adaptarlas a las necesidades de los libreros, el diálogo con distribuidores y editores puede resultar fructífero, el Estado comprender la importancia no sólo para la cultura también para la economía del mercado del libro… pero aun así, una amenaza se cierne sobre el librero de barrio, un ser incorpóreo que quiere quedarse incluso con los exiguos beneficios del sector. Ya va siendo hora de hablar del innombrable.

Problema 7. Voldemort

Xavier Vidal se ríe y me dice que, para no pronunciar su nombre, algunos libreros han comenzado a llamarlo Voldemort. Pero no queda otro remedio que nombrarlo: Amazon. Fernando Valverde me confirma que el enemigo de las librerías no es el libro digital, sino el desplazamiento de la compra del libro en papel hacia plataformas digitales.

Cuando surgió el libro electrónico era raro el encuentro entre escritores y editores en el que no se hablase de él, siempre con miedo. Me recuerdo pronosticando en un coloquio no la desaparición del libro en papel pero sí su reducción a objeto de culto para una minoría. Nos equivocábamos. Resulta que quienes leen en digital son los mayores lectores en papel. La amenaza viene por otro lado. La venta de libros a través de internet viene aumentando cada año, y Amazon se lleva casi el 79% de esas compras.

«Aunque muchas librerías se han esforzado por vender en línea, no consiguen competir con el monstruo»

Aunque muchas librerías se han esforzado por vender en línea, no consiguen competir con el monstruo. Mantener las ventas por internet les supone un esfuerzo enorme y el resultado es pobre. Tampoco ayuda que las grandes editoriales tengan en sus páginas web un carrito de la compra que es o bien de compra directa a través de la editorial o que apunta a Amazon. “¿Cómo es posible que digas que ayudas a las librerías”, se pregunta Fernando Valverde, “pero tu página no apunta a las pequeñas librerías, ni siquiera a grupos de ellas?”. Hago la prueba con Librotea y, aunque a veces, pocas, sí dirige hacia todostuslibros.com, la herramienta creada por CEGAL, en todas las ocasiones aparecen grandes superficies, cadenas y plataformas digitales como posibilidades de compra. En las editoriales del sello Random House el carrito lleva a tres grandes cadenas y a Amazon, aunque en la parte de abajo un desplegable no muy visible permite acceder a alguna librería y a todostuslibros.com. En la página de Planeta sólo encuentras cadenas y plataformas digitales. Y en esta revista en la que publico este texto, sucede exactamente lo mismo (pero lo vais a cambiar, ¿verdad?).

¿Por qué es así? Tiene que haber una razón y yo quiero saberla.

«España tiene más librerías por habitante que Alemania o Francia, aunque se compran menos libros»

Patxi Beascoa, Director Comercial en Penguin Random House, está en el AVE de camino a Barcelona cuando hablamos sobre por qué tantas páginas web enlazan con Amazon o con grandes cadenas de librerías pero tan pocas veces a pequeñas y medianas librerías. La razón es doble: por un lado, entiende que algunas páginas web dirijan a esos vendedores sencillamente porque les pagan por clic, es decir, por enviarles tráfico, y a veces también un mínimo porcentaje de la venta. Pero ésa, afirma, no es una razón importante para un grupo como Penguin, para el que esos ingresos son minúsculos. Lo importante es que si el lector entra en la página de Alfaguara, por ejemplo, y pincha en el botón de comprar, pueda estar seguro de que los vendedores allí incluidos disponen del libro y lo pueden enviar rápidamente. Si redireccionan a una pequeña librería no saben si tiene el libro disponible. Y aunque él siempre ha sido un defensor de la pequeña librería, sería esencial trabajar en herramientas de geolocalización, que existen en otros países, de forma que el sistema sepa en qué librerías está disponible la novela o el ensayo que busca el lector. Y también deberían los libreros crear un sistema sectorial de venta, no de cada librería, y que tenga un fácil manejo, para que el comprador potencial no se encuentre con una jungla de librerías entre las que es difícil decidir.

¿No desempeña precisamente esa función todostuslibros.com? Sí… y no. Es verdad que la página me indica qué librerías tienen disponible el libro buscado, pero algunas tienen venta en línea y otras no. El sistema no me lleva directamente a la compra sino a la página de esa librería, con la que me tengo que familiarizar y, más pesado, registrarme en su sistema de compra, introducir mis datos, mi tarjeta… El cliente es perezoso para algunas cosas. Aunque los envíos nos obligan a estar en casa a ciertas horas o a ir a recoger el paquete porque habíamos salido cuando llegó, parece que eso nos molesta menos que introducir nuestros datos. Y un editor, como es lógico, no quiere aceptar etapas intermedias en la compra que pueden llevar a que el cliente desista. Así que también creo que ahí queda trabajo por hacer. Y no es que las librerías se resistan al cambio; como me comentaba Fernando Valverde mientras tomábamos una cerveza en un bar madrileño, los negocios que más se han adaptado a las nuevas tecnologías son las farmacias y las librerías. Y desde CEGAL se ofrecen continuamente cursos de marketing, de contabilidad, de posicionamiento de libros, de nuevas tecnologías. Por ejemplo, María Felices (Cervantes y Compañía) me muestra el funcionamiento del sistema Cegal en red, que permite saber a las librerías asociadas, entre otras cosas, qué librerías tienen ese ejemplar que busca un cliente y lo necesita para ya o que está descatalogado y es difícil de encontrar, una muestra de colaboración útil entre libreros. Porque “la competencia entre librerías no existe en realidad”, me dice Pablo Bonet. “Cuantas más librerías hay en un barrio más tejido creas, más conciencia y hábito de ir a librerías. Para mí el drama es que el lector de toda la vida en lugar de ir a una librería haga clic para comprar un libro”. No estoy convencido de este argumento, porque también se reparten las compras entre más vendedores, y España tiene más librerías por habitante que Alemania o Francia, aunque se compran menos libros.

«Los lectores están ahí, aunque parezca que no»

Pero la cuestión quizá no sea tampoco, o no sólo, si los pequeños libreros pueden competir en la venta en línea, y si pueden lograr tener el libro en sólo uno o dos días, lo que por cierto es posible mucho más a menudo de lo que piensan los lectores. La cuestión también es cómo reforzar la idea de que la pequeña librería es un negocio distinto, que se puede apoyar en lo digital, pero cuyo centro está precisamente en el contacto, en la recomendación directa, en la ventaja del buen librero frente al algoritmo a la hora de recomendar libros. Quizá sea ahí donde deben sacar músculo para defenderse del asedio de Voldemort y recuperar a aquellas almas perdidas que erran por el mundo inmaterial de las plataformas digitales. Porque los lectores están ahí, aunque parezca que no.

Problema 8. Un falso problema: el lector en peligro de extinción

Cuando hablo con Xavier Vidal en una conocida pastelería barcelonesa (“mi mujer no me deja venir solo aquí”, dice, examinando golosamente el mostrador con los pasteles) enseguida me aclara que, para él, el principal problema para mantener una librería es que no hay lectores o, más bien, que los lectores que hay se los tienen que repartir entre más. “En Barcelona en los últimos cinco años han abierto veinticinco librerías. Hemos pasado el último año de casi tres mil a más de tres mil. Y además está la venta por internet. La piratería no es el problema, y sobre todo para un determinado tipo de librerías. Piratean best sellers, no es la gente que compra Libros del Asteroide, Galaxia…”

Aquí nos metemos en lo que quizá es el problema principal y que he dejado para el final: ¿se lee menos?, ¿hay menos lectores?, ¿afecta a las librerías de proximidad la forma en la que leemos?

Ya comentaba antes que el libro digital no es el problema; hace diez años se pronosticaba la desaparición del libro en papel; en Estados Unidos se decía que el libro electrónico se había comido el cincuenta por ciento del mercado, pero era una apreciación errónea: lo cierto es que los lectores de libros electrónicos compraban también más libros en papel. Y, si miramos las cifras, no parece que debamos ser pesimistas: el número de lectores frecuentes ha aumentado en España un 1% anual en los últimos siete años hasta llegar al 49,3% y al mismo tiempo se ha reducido el número de personas que dice no leer nunca al 32,8% en 2018. No es para dar saltos de alegría, pero la tendencia es positiva. Y aunque Xavier Vidal se fije en el aumento del número de librerías que se reparten el pastel, lo cierto es que no se han alcanzado ni mucho menos los niveles previos a la crisis, debido al gran número de cierres que hubo durante el primer quinquenio de esta década. Por ejemplo, en Madrid, a pesar del aumento de librerías registrado en 2015 y 2016, si comparamos con 2013 ha habido una caída del 8,5%, y veníamos ya de cifras descendentes.

«Lo que sucede no es que haya menos lectores, sino que, a pesar de su aumento, gastan menos en las librerías»

Entonces, hay más lectores y menos librerías. ¿No deberían nuestros libreros supervivientes nadar en dinero, como el tío Gilito? Sigamos examinando la situación. Si en 2012 las compras en librerías independientes ascendían a unos 900 millones de euros, en 2016 eran de 811, una caída del 10%, mientras que las ventas por internet han subido en ese periodo casi un 10%.

Entonces está claro que lo que sucede no es que haya menos lectores, sino que, a pesar de su aumento, gastan menos en las librerías. Y por mucho que se diga que la pérdida de facturación total se ve compensada por la reducción de librerías que se reparten lo facturado, la conclusión es que gracias a la recuperación lo que se está alcanzando es una facturación media similar a la que había en medio de la crisis. Si además tenemos en cuenta que muchas librerías han perdido los ingresos adicionales de los libros de texto y que sus ventas a bibliotecas peligran en muchas comunidades autónomas, tenemos que aceptar que la situación es grave.

Otro dato preocupante es que los adolescentes compran más por internet que sus padres, y esos son los lectores del futuro. Entonces, ¿sacamos la tumbona a la terraza para ver llegar el apocalipsis?

Abre los ojos

La pesadilla de Xavier Vidal está sacada de una película: en Abre los ojos, de Amenábar, un personaje camina por la Gran Vía madrileña. No se ve ni un coche. Ni una persona. Una ciudad desierta.

Y eso es lo que tenemos que decidir, dice Xavi, qué tipo de ciudad queremos. Él defiende el comercio electrónico, tiene una página web que le ayuda a difundir sus libros y a mejorar las ventas. Pero la ciudad en la que predomina el comercio electrónico es ésa, una ciudad en la que no te cruzas con nadie, en la que no hay encuentros ni interacción directa.

Además, cuando hablamos de librerías no debemos pensar en ellas sólo como lugares de venta, perfectamente sustituibles por un clic. Si mencionaba antes que organizan actividades culturales (lecturas, presentaciones, clubes de lectura, cuentacuentos, talleres) no se trata meramente de estrategias para aumentar la facturación: muchos libreros se entienden como agitadores culturales; es verdad que en las grandes ciudades la oferta cultural es muy amplia, pero hay miles de localidades en las que esa oferta surge de la librería.

«La situación de las librerías de proximidad españolas es difícil. Su rentabilidad es tan escasa que cualquier alteración puede arruinarla»

De hecho me sorprende que en una librería nueva como Lectocosmos no haya talleres y clubes de lectura, pero la explicación es sencilla: lleva abierta poco más de un año y aún está gestando sus actividades. Claro que Gloria quiere ofrecer clubes de lectura, invitar a escritores a pesar de que las comunicaciones con Lugo son trabajosas, organizar actividades, porque lo que le apetece es montar un proyecto cultural, fomentar la vida de barrio. La vida de barrio, eso es, precisamente lo que crean tantas y tantas librerías, un espacio para todos en el que hablar de libros, discutir en talleres, aprender (aparte de las librerías citadas, se me vienen a la cabeza tantas en las que he estado hablando de literatura solo o con otros autores, en conferencias o en talleres o en clubes de lectura —¿qué sería de la literatura española sin los clubes de lectura?: Cronopios, Moito Conto, Serendipia, Colette, Ramón Llull, Nakama…—. Pablo Bonet también insiste en que la librería es un foco de creación de cultura, refuerza el tejido social y hace más habitables los barrios. “Pero sigue siendo un negocio de aventureros y de pasión y vocación”, me dice. “Sabes que es arriesgado y que no te vas a hacer rico.

Pablo echa de menos la librería ahora que tiene ese trabajo de despacho; no echa de menos tanto vender como recomendar libros, conversar con los lectores, muchos de ellos ya amigos, que han ido creciendo con la librería. A él le parece muy importante el trabajo que hace en el gremio, porque está empeñado en mejorar la situación del sector. “Cuando estaba haciendo la liquidación Portadores de Sueños, dos sábados seguidos después de Reyes hubo una gran afluencia de lectores para ayudarles a reducir su fondo. Y Eva me decía que con que hubiese un sábado así al mes no habríamos tenido que cerrar. Y a eso le doy vueltas: cómo conseguir que una vez al mes haya esa afluencia de lectores.

—Un mini Sant Jordi al mes es lo que necesitamos, le digo.

Se ríe.

—Eso es, un mini Sant Jordi cada mes.

En resumen: la situación de las librerías de proximidad españolas es difícil. Su rentabilidad es tan escasa que cualquier alteración puede arruinarla. Es cierto que, como los dueños de cualquier negocio, tienen que modernizarse, ser creativos, buscar la forma de hacer que su clientela crezca, ofrecer un servicio más atractivo que el de cualquier gran superficie. Pero también los editores y distribuidores tienen una responsabilidad a la hora de entablar un diálogo con los libreros que tenga en cuenta, como decía Verónica García, que son el eslabón más débil de la cadena. Y la administración tiene en su mano dejar las palabras grandilocuentes sobre la importancia de la lectura y escuchar las necesidades del sector, diseñar auténticos programas de fomento de la lectura, tener en cuenta las necesidades de los libreros a la hora de planear las compras institucionales y la forma de distribuir los libros de texto. Los medios de comunicación tienen por su parte en su mano conceder a la literatura un apartado importante de su programación; ésta es una expectativa sin sentido hacia los medios privados, cuyo único interés —afirmen lo que afirmen— es la rentabilidad, pero sí se puede esperar de los públicos que asuman su responsabilidad social. Y, por supuesto, también los lectores somos fundamentales en la conservación de las librerías independientes, a las que debemos ir no como si les diésemos una limosna porque son pintorescas y simpáticas, sino porque buena parte de la vida cultural, ya suficientemente pobre, en las ciudades, sobre todo en las pequeñas, depende de ellas. Soy consciente de que mis libros, y los de la mayoría de los autores literarios, no podrían publicarse si no fuese por el empeño de esas librerías, que no sólo venden mi obra, nuestra obra, sino que la mantienen viva gracias a sus múltiples actividades, con o sin la presencia de los autores. Así que si quieren contribuir a mantener vivo el tejido cultural de nuestros barrios y si quieren que la oferta literaria siga siendo rica y arriesgada, compren libros a los libreros pequeños y medianos, aléjense de las grandes superficies y de las grandes cadenas. Y, sobre todo, salvo que busquen obras autopublicadas, no compren sus libros en Amazon. Si mis razones no bastan, Jordi Carrión les da muchas más.

Fuentes:

Mapa de librerías en España, 2016, Observatorio de la librería, Zaragoza 2017.

https://elpais.com/cultura/2019/02/12/actualidad/1549993561_109009.html

https://elpais.com/cultura/2019/01/22/actualidad/1548154324_976506.html?rel=mas

https://antinomiaslibro.wordpress.com/2018/03/19/sin-margen-no-hay-paraiso-sobre-le-congreso-de-libreros/

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-cultura/2019/01/11/nadie-esperaba-cierre-los-portadores-suenos-1286786-1361024.html

Y, principalmente, las conversaciones con cerca de veinte libreros y libreras, y otros participantes en el sector del libro. Muchas gracias por responder a mis preguntas.