Ricardo Piglia, premio Formentor de las letras *

Ricardo Piglia, premio Formentor de las letras *

Guillermo Schavelzon / elblogdeguillermoschavelzon.wordpress.com

Los agentes literarios parecemos gente extraña, tal vez porque nuestro trabajo consiste en hacer, sin aparecer. Nos movemos en un espacio intermedio que, por ser silencioso y de baja exposición, pareciera poco transparente, pero no es así. Hacemos de malos a veces y de conciliadores otras. Nos manejamos en esa banda de alta tensión, que existe entre dos protagonistas exclusivos: el autor y su editor.

Fuente original: Ricardo Piglia, premio Formentor de las letras * | El blog de Guillermo Schavelzon.

Los editores y los escritores –dice Piglia en La Forma inicial-  tenemos un conflicto objetivo… Yo digo siempre: el que firma un contrato está en una posición débil. Y nosotros nos pasamos la vida firmando contratos. Un escritor siempre tiene tensiones con el editor, pero ahora me parece que esa tensión se agudiza, que todos estamos aprendiendo a negociar en una situación nueva.

Los diarios x

Un buen agente literario es aquel capaz de absorber y amortiguar lo más álgido de esa tensión, que no es otra cosa que un conflicto de intereses, que a veces solo parece una diferente manera de ver las cosas. Un buen agente lo es, si deja para la relación entre el autor y su editor solo lo mejor. Cuando esto se logra, es cuando la vinculación entre autor y editor se hace más creativa, más productiva, y hasta más empática.

Aplicar estos principios al caso de Ricardo Piglia no es difícil, porque es un tema que él maneja constantemente en sus escritos y en sus conversaciones. Nos conocimos hace cincuenta años (cifra que se dice fácil), trabajando ambos para la editorial Jorge Alvarez de Buenos Aires, yo tenía 19 y el 24. Desde entonces, siempre me beneficié de la asimetría de nuestra relación. Aproveché sus ideas,  sus lecturas, su trabajo de editor, sus escritos, y el tiempo que a lo largo de los años compartimos en largas charlas, en las que siempre fueron importantes las cuestiones para-literarias, que él había leído mucho en la literatura estadounidense.  En La Forma Inicial dice: sería muy útil hacer una historia de la literatura analizando el modo en que se ganan la vida los escritores. Es un tema que siempre le interesó, y del que algo se.

En ese libro explica por qué eligió Anagrama y decidió dejar de publicar en grandes grupos que, siendo multinacionales, no hacían circular a sus autores de un país a otro, que -dicho con sus palabras—  no resisten la frustración de que un autor venda menos de diez mil ejemplares.

Tengo que reconocer que nunca he aprendido tanto de Piglia como en el último año y medio, cuando algunos problemas de salud, a los que no les da mucha importancia porque solo afectan al cuerpo, le dieron el empujón necesario para trabajar, con una pasión renovada, en la edición de sus diarios.

Fue un tema reincidente durante más de veinte años, el de sus diarios era el proyecto de su vida, al que se quería consagrar cuando se jubilara en Princeton y tuviera todo el tiempo disponible para escribir.

¿Empezarías a publicar tus diarios? Le preguntaron en una de la Conversaciones en Princeton. No, seleccionaría. Le daría una forma de diario para conseguir cierta distancia. Pero serían como notas fechadas donde también reflexionaría sobre cuestiones políticas y culturales Si yo logro escribirlo de la manera que me lo imagino, sería una forma de intervenir como me parece a mí que un escritor puede intervenir. 

Ahora, debido o gracias a la nueva situación, al esfuerzo de Beba Eguía, su mujer, y al trabajo de Luisa Fernández, su asistente, pudo terminar “La novela de su vida”, los tres volúmenes de Los diarios de Emilio Renzi, de los cuales Anagrama acaba de publicar el primero, en una edición que salió en varios países al mismo tiempo.

Así lo cuenta Emilio Renzi: Había pasado varios meses, exactamente desde principios de abril de 2014 hasta fines de enero de 2015, trabajando en sus diarios, aprovechando una dolencia, pasajera, según los médicos, que le impedía salir afuera, como decía bromeando Renzi a sus amigos, salir afuera nunca fue una tentación para mí, tampoco me interesaba lo que podríamos llamar ir adentro, o estar adentro, porque inevitablemente, le dijo Renzi a sus amigos, uno se pregunta ¿adentro de qué.

De modo que había decidido presentar sus diarios en orden cronológico dividiendo lo escrito en tres grandes partes, respetando las etapas de su vida. Pero cuando en abril de 2014 había enfrentado la tarea de relectura y copia de las entradas de su diario, se dio cuenta de que era insoportable imaginar su vida como una línea continua y, rápidamente, decidió leer sus cuadernos al azar.

Con la ayuda invalorable y sarcástica de su asistente mexicana, Luisa, a quien le había dictado, dictó ahora Renzi, todos sus cuadernos, y en medio de bromas y risas habían logrado nadar en la laguna de aguas a las vez turbias y transparentes. Ese día, el lunes 2 de febrero, ya habían llegado a la orilla y podían mirar en perspectiva lo que habían hecho.

El trabajo de Piglia en estos meses ha sido intenso y grandioso. El resultado de semejante maratón, está ya en las librerías, no hay mucho más que decir, solo leer.

Piglia se tomó doce años entre la publicación de su primera novela y la segunda. Cinco para la tercera, trece para la cuarta. Siempre me decía: hay que escribir mucho y publicar poco, lo que dicho por un escritor a su agente literario no deja de ser una paradoja. Sabemos que se publica más de lo que se escribe –dice en La forma inicial— ¿Por qué tengo yo  que obedecer a una lógica que dice  que si no publicás una novela por año no estás presente? Me dicen: te van a olvidar. Mejor, que me olviden, ¿Para qué quiero que me recuerden como una especie de sello que cada vez que sale una novela mía ya saben lo que es?

Quisiera dedicar un momento más a este Emilio Renzi, a quien suelen mencionar como el alter ego de Piglia. No es un alter ego ni un otro yo, sino un protagonista de la obra de Piglia, y su más importante interlocutor, un enorme conocedor del verdadero Piglia. Renzi es quién más sabe de él.

Piglia necesitaba, creo yo, un interlocutor que estuviera afuera y siempre cerca, en los viajes, en las mudanzas de casa, en los meses de Princeton y en los de Buenos Aires. Este interlocutor tenía que tener un nivel tan excepcional, que solo Ricardo Piglia lo podía crear. Renzi no es su alter ego, es su criatura. Renzi dice cosas que Piglia jamás hubiera dicho, no porque no quisiera hacerlo, sino porque Renzi dice cosas que Piglia ni siquiera sabe de sí mismo.

Su nombre no es una auto referencia. Creemos leer datos biográficos cuando Piglia nos reintroduce en la ficción. Emilio Renzi, el de carne y hueso, por lo menos el que aparece en los diarios, fue un abuelo o bisabuelo vía materna, el propietario original de esos prismáticos de la primera guerra que ilustran la cubierta de los Diarios de Renzi, y a quien Piglia probablemente deba mucho de su vocación de escritor.  Cito otra vez de La forma inicial: A mí me interesó siempre algo que Borges hace muy bien. No voy a decir que yo lo inventé, ojalá: la ficción de nombre. Alguien que dice que se llama de un modo que no es como se llama, la lógica de la falsificación.

Volviendo al tema del agente literario, del que no hubiera querido apartarme pero la influencia de Renzi me sustrae de la realidad. Me hice agente literario con Piglia, el primer autor de la agencia y el primer contrato que firmé. Hemos pasado horas a lo largo de muchos años, sentados en El Cervatillo, ese café del que Renzi habla tanto. Ahora, a la luz de los diarios, me pregunto ¿a cuál de los dos represento yo?

Quisiera reproducir, para finalizar, un fragmento tomado de los diarios, que lleva por título

Los finales

En un momento, una tarde cualquiera, se había dado cuenta, le decía Renzi a su médico personal, que su dolencia pasajera era el resultad de los meses y meses que había dedicado a leer y escribir sus diarios, hay muchas maneras de ser afectado y enfermar y estaba seguro que la exposición prolongada a la luz incandescente de su estilo le había provocado primero leves molestias, pero como siguió adelante, la persistencia de una exposición de su cuerpo al brillo inigualable de la lengua argentina tenía, le dijo al médico, que producir efectos no deseados.

Había otros casos que confirmaban el carácter o la cualidad destructiva de la lengua nacional cuando alguien se somete a su luz incandescente durante largos períodos sin usar un protector que lo resguarde de la sintaxis argentina. Saer, graves lesiones pulmonares. Puig, septicemia generalizada. Los escritores mediocres van a escribir con escafandra, con trajes de buzo, las manos y los brazos cubiertos con tela protectora… Se alejan de la incandescencia de la lengua de estas provincias y se resguardan, y entonces lo que escriben es inofensivo. “Hay que tener mucho cuidado con las palabras y las frases, doctor, al escribir”.

*Texto leído en la entrega del Premio Formentor de las letras a Ricardo Piglia. Formentor, Mallorca, 25 de septiembre de 2015

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