Todos somos editores (por Joaquín Rodríguez)

Todos somos editores

Autor: Joaquín Rodríguez( Los Futuros del libro)

José Afonso Furtado dice en “Chegámos ao mundo em que todos podemos ser autores” que el 90% de los títulos publicados  a lo largo del año 2010 en los Estados Unidos, fueron ediciones no tradicionales, destinadas únicamente a Internet, y que eso no puede significar otra cosa que la deconstrucción (por no decir demolición) de la caden ade valor del libro tradicional. Emergen -cuanta razón tiene-, nuevos modelos más flexibles y dinámicos de edición en red, y todos, al menos potencialmente, contamos con la posibilidad de convertirnos en creadores y difusores. La revolución de internet es, en realidad, básicamente, una revolución de la edición, de los modos, modalidades y maneras de crear y hacer llegar a quien pueda estar interesado, los frutos de las deliberaciones y reflexiones de cualquiera de nosotros, y también de la posibilidad de compartir y colaborar.

El saber es cosa de todos, como dice Innerarity en La democracia del conocimiento, y el objetivo del siglo XXI es el de construir una sociedad verdaderamente inteligente, que haga realidad el eslogan de que se trata de una sociedad del conocimiento. Internet y sus posibilidades nos vienen como anillo al dedo, porque amplifican y facilitan nuestra posibilidad de dialogar, de discutir, de indagar e investigar, de tomar decisiones colegiadas, de negociar y llegar a acuerdos necesariamente contingentes.

Antonio Lafuente y Andoni Alonso lo dicen con meridiana claridad en Ciencia expandida, naturaleza común y saber profano: “aunque sea muy pronto para descorchar el champán y organizar grandes celebraciones por su éxito, hay abundantes signos de que lo más abierto, lo cooperativo, lo creativo, lo igualitario,las formas responsables de mezclar conocimientos y práctica, harán contribuciones importantes a la vida del siglo XXI”. Así será, sin duda, y contar para eso con el equivalente a la imprenta del siglo XV al alcance de todos, fundamenta esa esperanza.

Claro que los científicos profesionales, al menos algunos de ellos, perciben con espeluzno la posibilidad de que los legos, deslenguados y poliescritores, pretendan cuestionar los dictámenes científicos, al menos las consecuencias que su aplicación (o falta de ella) tiene sobre sus vidas, sobre su salud, sobre su bienestar. Construir el campo científico llevó unos cuantos siglos y, entre otras cosas, consistió en desarrollar los mecanismos para decidir qué era o no era ciencia, qué podía recibir o no el marchamo de verosimilitud científica que la comunidad le daba a un descubrimiento. Hoy, los legos, aupados a las herramientas digitales, cuestionan cosas como la continuidad de las centranes nucleares y los modelos energéticos basados en el carbón; la integridad de las instituciones financieras y la gestión de la crisis internacional; los peligros de las reiteradas crisis alimentarias globales o de la manipulación de los medicamentos, etc., etc., y todo eso molesta e incomoda al que alguna vez detentó el monopolio de la verdad. Michael Nielsen aporta ejemplos claros, en su Reinventing discovery. The new era of networked science, de la necesidad de reinventar la lógica del descubrimiento científico abriéndose a la colaboración y a la cogestión, es decir, a nuevas formas de participación ciudadana basadas en los mecanismos de la red.

Todos somos editores.


Artículos relacionados