Traficantes de Sueños, una apuesta por el valor comunitario del libro

Traficantes de Sueños, una apuesta por el valor comunitario del libro

Juan Pablo Anaya / http://horizontal.mx/

La “empresa política” llamada Traficantes de Sueños sitúa al centro de su práctica editorial el valor comunitario del libro. Localizada en la ciudad de Madrid, esta peculiar “cooperativa” es una editorial pero también una librería, una distribuidora y un centro social donde se imparten cursos, se hacen charlas, proyecciones y reuniones. Traficantes es conocida por haber conformado un modelo de producción sustentable en el que la libre descarga de libros convive con la venta de ejemplares impresos. Su propuesta, sin embargo, es mucho más ambiciosa. En este proyecto los textos son herramientas colectivas de pensamiento y la práctica de la lectura parece ser capaz de generar una plusvalía de relaciones sociales. En los modos en que organiza su trabajo, forma lectores, constituye sus colecciones, distribuye sus textos y financia su emprendimiento crítico, Traficantes parece entender al libro como un lugar de encuentro que potencia distintos debates, posturas y prácticas al interior de los movimientos políticos. Las líneas estratégicas presentes en sus libros son la economía política, la cultura libre, el feminismo, la geografía crítica y la crítica de la producción cultural, entre otros.

Fuente original: Traficantes de Sueños, una apuesta por el valor comunitario del libro |.

El año pasado los miembros de Traficantes visitaron nuestro país en distintos momentos. En noviembre de 2015, en el primer congreso internacional de comunalidad, celebrado en Puebla, aproveché la presencia de Beatriz García, una de las editoras del proyecto, para entrevistarla acerca de la dinámica que hace posible la articulación de esta propuesta.

JPA: ¿Cuándo y cómo empezó Traficantes de Sueños?

BG: Empezó en 1997 como un punto de distribución y de venta de materiales muy ligados a la autonomía madrileña y a los movimientos sociales. Era un puesto en la Plaza Tirso de Molina, que es un lugar donde los domingos de rastro se ponen puestos de libro político. Después, la Fundación Aurora Intermitente nos cedió un espacio en el primer piso de la calle Hortaleza y el número de libros empezó a crecer.

Antes de su participación en el Congreso, en Puebla, varios colectivos conversamos con Beatriz, en una reunión organizada en el Rancho Electrónico, un hackerspace, en la ciudad de México. Beatriz nos explicó cómo, frente a las dinámicas de competencia propias del mundo de la edición en el contexto neoliberal, Traficantes prefiere llevar a cabo su tarea productiva dentro de las redes de economía social donde la colaboración y las ideas políticas compartidas son clave. Llamó mi atención la manera en que conformaron un proyecto de autoempleo con una postura ante la precarización del trabajo. Y me pareció  muy potente su modelo de cursos abiertos a todo público llamado Nociones Comunes –cuyos temas giran alrededor de las líneas estratégicas presentes en sus libros.  

¿Cómo surgieron las distintas áreas de Traficantes?

Al principio éramos solo distribuidora y teníamos un pequeño punto de venta. La editorial se suma en el año 2003 y después el Taller de Diseño. Respecto al Taller, como ya se tenían los saberes de diseño y de maquetación, pensamos que podría ser posible el tener un taller que no solo produjera nuestros libros sino que también prestara servicios a terceros; notamos que era una necesidad dentro de las redes activistas y el entorno político en el que nos situábamos.

Por otro lado, Nociones Comunes surge en 2010. Me acuerdo que en un plenario de Traficantes un compañero, Blas, dijo: “pues podríamos hacer una escuelita”. De alguna manera cuando solo convocas a una presentación sabe a poco. No te da tiempo de pensar, construir o proyectar en común. Nociones Comunes nos permite hacer precisamente eso en ocho o diez sesiones. Invitamos a un ponente, la discusión se enriquece a lo largo del curso y favorece el que surjan cruces y que gente interesada en algunos temas se conozca y dé continuidad a la discusión. Además, ahora, como grabamos los audios y los subimos con creative commons, esos saberes ya no son únicamente para las personas que pueden ir físicamente; hemos generado un archivo de memoria y de discusión accesible vía internet en todo el país, pero también en el mundo. Es algo que concuerda totalmente con nuestros objetivos.

El “autoempleo” resulta una práctica muy interesante cuando aparece vinculado a una iniciativa cultural en un contexto social marcado justo por el desempleo y la precarización del trabajo. ¿Cuál es su postura ante esta circunstancia?    

Traficantes, al principio, era un proyecto de activismo político cultural, no había salarios para las personas que ponían su tiempo ahí; después fue que se volvió un proyecto de autoempleo. Este cambio se dio a medida que fue creciendo el proyecto, el número de horas que había que dedicarle y el grado de profesionalización que demandaba. Ha habido un cierto proceso de especialización, o formación quizá, en las funciones del librero y del editor. A partir de un momento dado, nos propusimos que todos tuviéramos un salario digno por el trabajo que hacíamos y también acceso a la seguridad social. Tenemos un salario que en España está en la media baja, pero ahora mismo también estamos todos dados de alta en la seguridad social. En otros proyectos políticos el rechazo al Estado pasa también por un rechazo a sus estructuras de protección colectiva. No es nuestro caso. Nosotras entendemos más bien que fue el Estado el que usurpó las fórmulas de aseguramiento colectivo que había creado el movimiento obrero para permitir la reproducción de la vida. Por ello no vemos razón para no usar esas herramientas colectivas pues para nosotras el cuidado de la vida es muy importante.

¿Y qué hay acerca de la precarización del trabajo?

Cuando estás en un proyecto precario, como tienes poco dinero, tiendes a no pagar cosas que necesitas. Por ejemplo, a tu centro social invitas a tocar a algunos músicos y mejor si no les pagas. En ese caso, lo que estás haciendo es generar precariedad. Nosotras intentamos pagar de forma justa todos los trabajos que estén alrededor nuestro. Somos conscientes de que no deja de ser una circulación de dinero entre pobres. Obviamente tiene que haber una lucha paralela por un mayor reparto de la riqueza y por otros derechos colectivos. Pero creemos que cuanta más circulación haya entre los servicios que prestamos dentro de una economía solidaria también estamos permitiéndonos llevar adelante una vida.

Conocí Traficantes buscando un libro que se aproximara a Mil mesetas, de Deleuze y Guattari, desde una perspectiva activista. Alguien me recomendó Mil máquinas, de Gerald Raunig, el cual pude descargar de forma libre de su página. En la charla con Beatriz, y al explorar el sitio de internet, pude corroborar que, a diferencia de muchas editoriales, Traficantes no le teme a la cultura libre: por el contrario, la promueve. Además, se anticipa a las transformaciones en la compra del libro impreso, mediante un modelo de suscripción anual a sus futuros textos.  

¿Consideras que el que hayan logrado echar adelante una empresa sostenible económicamente y que apoya la libre descarga tiene que ver con eso que llamabas profesionalización? ¿Es esta profesionalización la que hace posible que una comunidad de lectores se encuentre en su editorial con colecciones que responden a sus intereses?

Cuando yo hablaba de profesionalización era más en términos productivos. Yo no tengo ningún máster en edición y la mayoría de mis compañeros no tienen formación reglada librera. Cuando te embarcas en una tarea así, en el camino ves que necesitas saberes específicos de lo que estás haciendo. Aunque lo que son los contenidos de los libros vienen más de nuestra formación y de nuestra militancia. La mayoría somos historiadores, también hay filólogos, arquitectos, gente de diseño pero sobre todo somos activistas. Estar inmersos en los movimientos políticos de nuestro tiempo es lo que nos hace apostar por determinadas líneas. Es el estar en la lucha, en las calles, lo que hace que veamos qué campos son potencialmente útiles para cambiar las cosas o para el pensamiento crítico transformador.

¿Cómo se compagina su compromiso con la cultura libre, que se observa en la publicación de libros bajo licencias creative commons que permiten la libre copia y la distribución, sin ánimo de lucro, además de la oportunidad de la libre descarga, con su postura ante la precarización del trabajo?

Traficantes de Sueños, desde su inicio, era una apuesta, yo creo que un tanto arriesgada: nadie nos aseguraba que fuera a funcionar. Más bien se ha demostrado sostenible en el camino. El hecho de que con la libre descarga fuéramos a seguir vendiendo libros en papel era una intuición. Lo que hemos demostrado es que se puede alcanzar cierto grado de sostenibilidad con las licencias creative commons y con la libre descarga. Para una editorial pequeña, de pensamiento, hoy internet abre una ventana de visibilidad que, sin tener las grandes máquinas promocionales, te permite entrar en un mercado que está muy concentrado en manos de grandes editoriales que tienen muchos beneficios y que copan gran parte del mercado. Realmente lo más importante sobre los libros es que la gente sepa que existen. Si uno no sabe que existe un libro es imposible que lo lea y lo compre. A la postre, siempre que tus libros sean buenos, que es lo que nosotros creemos, es posible que alguien los compre y el proyecto resulte sustentable.

Al apostar por la libre descarga de contenidos, Traficantes se suma de manera activa al movimiento que considera al conocimiento un bien común y no únicamente una mercancía. ¿Cómo se genera su vínculo con la noción de “comunes” y cómo se relaciona con la noción de “commons” anglosajona? ¿Ves alguna relación entre el concepto de comunes o de procomún y el concepto de “comunalidad” que se discute en México?

Debo de decir que desconocía la profundidad del término “comunalidad”. Esta relación a la que te refieres es una de las cosas de las que se está hablando mucho en el congreso en el que participo, aquí en México. Tristemente, al haber nacido en Madrid yo no tengo recuerdo de algo que pueda llamar “comunes” tal y como se entiende aquí, y por eso quizá tenemos que renombrarlo; inventarnos una manera de llamar a algo que sabemos que ha existido antes, que existe en otros lugares, en lugares no tan lejanos, pero que no forma parte de nuestro cotidiano en la ciudad. En España sí que le hemos dado vueltas a ese problema. Por una parte, por la necesidad de traducir commons del inglés. Por otra, hicimos en Traficantes un librito que se llama La carta de los comunes. Para el cuidado y disfrute de lo que de todos es. Al escribir este libro también teníamos que decidir cómo llamarlo. ¿Comunes? ¿Bienes comunes? ¿Comunales? Estuvimos dándole muchas vueltas, no tanto a “procomún”, porque procomún a veces no sé si de manera errónea se entiende más como una cuestión de comunes del conocimiento o comunes inmateriales o abstractos; aunque es el término en castellano antiguo. En este libro decidimos utilizar “comunes” y “comunales” porque nos parece más intuitivamente comprensible para gente que no haya pensado acerca de ello. Me voy con mucha curiosidad por saber más sobre la cuestión de la comunalidad en América Latina, ver qué podemos aprender para complejizar más nuestras nociones.

El trabajo editorial de Traficantes parece estar dirigido principalmente a un actor político que se ha transformado gracias a las prácticas que hace posible internet: me refiero a las comunidades lectoras que participan en movimientos sociales y procesos de autoformación. Como afirma el colectivo bookcamping –una biblioteca digital, abierta y colaborativa nacida a partir del 15M–Traficantes sitúa a estas comunidades “en el centro de una nueva red de valor”. El ciclo comercial en la industria que va del escritor-solitario al lector-cliente y que pasa por un agente, una editorial, una distribuidora y una librería, es redefinido por este proyecto. Traficantes edita textos claves para el feminismo contemporáneo, como Calibán y la bruja, de Silvia Federici; sin embargo, a diferencia de las editoriales tradicionales no promueve únicamente el pensamiento de ciertos autores, sino que también apoya las autorías colectivas de grupos de investigación militante, que consumen, leen y debaten alrededor de lo que se edita pero también producen nuevos textos para la editorial desde el interior mismo de los movimientos políticos. Bajo estas circunstancias el libro funciona como una herramienta colectiva disponible en internet y como un lugar para pensar en común, tanto en la web como en las calles. 

¿Tu trabajo como editora, bajo la experiencia de Traficantes, tiene algún apellido? ¿Autonomista, libertaria, política, procomunal o algún otro?

Traficantes de Sueños se inscribe en la línea de la autonomía y de la democracia radical. Por la propia transformación que tienen los contextos políticos, ahora mismo y después del 15-M, con toda la crisis de la representación y con los movimientos que están teniendo lugar hoy, quizá el de democracia radical sería un término que podría definir a lo que aspiramos.

¿Dirías que los proyectos de edición pueden funcionar como aglutinantes para fuerzas sociales dispersas?

La verdad es que el Observatorio Metropolitano de Madrid, propuesto por un compañero de la editorial, Emmanuel Rodríguez, sí que es un proyecto de investigación militante que aglutina gente de distintos colectivos.

¿Podrías ejemplificar, con alguna de sus colecciones, este vínculo entre edición y movimientos o coyunturas políticas?

La colección que se llama Lemur, “lecturas de máxima urgencia”, por ejemplo, surge con la aceleración 15-M. Aunque los dos primeros libros que publicamos en ella son anteriores al 15-M, editamos por esos días un tercer librito pequeño que nos pareció un buen formato de intervención. El primero fue Manifiesto por Madrid, basado en Madrid: ¿la suma de todos? (2006), un análisis de cómo la burbuja inmobiliaria aumentaba la desigualdad. La crisis que viene es el segundo y está escrito justo antes del 15-M. No deja de ser un libro curioso porque es testimonio de que antes de la acampada en la Puerta del Sol ya había una especie de crisis de malestar de la que ese libro también es producto. El tercero es Crisis y revolución en Europa, sobre la crisis de la deuda y los movimientos de las plazas a nivel mundial. Estos tres libros fueron escritos por el Observatorio Metropolitano de Madrid, donde discutíamos líneas estratégicas y se producían textos como estos publicados por Traficantes, también publicábamos en la web madrilonia.org. De hecho la mitad de los integrantes del Observatorio eran parte de Traficantes; ha sido muy fuerte la unión. El resto de la colección Lemur también contiene un pensamiento muy situado, pensado en y con herramientas para intervenir en coyuntura; por ejemplo, el último: La apuesta municipalista: la democracia empieza por lo cercano. Hacemos con ellos muchas presentaciones porque propician los debates que nos interesa tener, pero respaldados por un libro con una investigación. Esa mezcla es muy potente.

En diciembre de 2015, en el Encuentro de Editores Iberoamericanos, en la ciudad de México, escuché la presentación de Traficantes. Después de la plática, tres rasgos me parece que caracterizan a esta empresa política y a la autonomía que ha alcanzado: una distribución comprometida no con las posibilidades de venta del libro sino con sus apuestas políticas; su participación en una red de librerías que proponen no solo mesas de novedades sino también itinerarios de lectura con libros ligados a ciertas líneas estratégicas de acción; por último, un financiamiento que se logra no tanto gracias a los consumidores de novedades o de grandes autores, sino debido a las comunidades lectoras para las cuales los libros de Traficantes resultan importantes en su proceso de autoformación. Rasgos que nos permiten vislumbrar la manera en que una dinámica editorial distinta a la dominante es posible.

¿Qué importancia tiene la distribuidora de Traficantes para los libros que editan?

El año pasado nuestra distribución comercial en Madrid la tomó nuestra distribuidora, pues antes lo llevaba otra empresa, esto ha sido muy positivo. Alguien que siente cercanos los libros que publicamos cuando va a otras librerías a presentar las novedades pues no se puede comparar con alguien que representa 20 editoriales, a quien realmente le interesa vender los libros más caros porque gana más porcentaje.

¿Y qué rol tiene la red de librerías a la que Traficantes pertenece –estoy pensando en KatakrakLa Pantera RossaSynusiaLa VorágineLa repartidora y La fuga– para la circulación de sus libros y cómo colaboran con ella?

La red de librerías es fundamental. Tener integrado todo el circuito del libro a nivel de capacidad de incidencia, difusión y visibilidad de nuestros libros es muy importante. Por una parte la editorial tiene un espacio privilegiado en nuestra librería: tiene la mejor estantería y un gran cartel que invita a suscribirte; se tiene además un cuidado especial con nuestros libros: siempre están disponibles, bien colocados y se recomiendan porque son producto de discusiones colectivas. Colaboramos con esa red de librerías compartiendo recursos como la arquitectura de web y su programación así como, al principio, con formación a los libreros y también con depósitos. Cuando una librería es nueva hay una incertidumbre sobre su futuro, y nadie quiere dejarle depósitos –libros a consignación– por lo que nosotros lo hacemos e intercedemos con otras editoriales para que también lo hagan. Eso ayuda en la labor siempre difícil de poner en marcha una librería. Además, como compartimos esos debates políticos, de alguna manera también estiman nuestros libros y actividades; saben qué discusiones hay detrás y coordinamos algunas presentaciones o cursos de Nociones Comunes. Hay un proceso de sinergia entre los distintos dispositivos que pasa por una lucha política compartida.

¿Cómo se relaciona ese vínculo político con el hecho de autonombrarse también como una empresa?

Para nosotros lo principal es la difusión de ideas y el debate. Eso lo intentamos acompasar con la estructura económica. Por eso nos consideramos una “empresa política”. Es un concepto un poco provocador. Una postura que afirma que una estructura productiva propia, en un contexto capitalista, puede darte mayor autonomía. Sin embargo, nunca sostendremos esa estructura productiva a costa de esa difusión y del debate.

En México es frecuente que las iniciativas culturales o editoriales tengan una subvención para editar sus libros, ¿ustedes funcionan con algo parecido?

Nosotros no tenemos subvenciones del Estado. Tuvimos una subvención para mejorar nuestra web, la digitalización de textos y la venta online, pero no dependemos de una subvención del Estado en lo que producimos que son libros. De alguna manera esa autonomía económica es también lo que nos genera autonomía política y de pensamiento. Esa autonomía económica a la que me refiero descansa en comunidades. No nos entendemos como una iniciativa que compite en el libre mercado y consigue salir adelante en él por méritos propios: no nos leemos así. Creemos que por estar implicados en redes sociales, en movimientos políticos, somos capaces de producir textos que generan debates de interés para los movimientos sociales. Con la cuestión de la cultura libre también se entiende que aportamos algo al común y es de esa corresponsabilidad y ese sentirnos brazo con brazo el que hace que comunidades vivas, personas concretas, decidan apoyarnos. Digamos que la autonomía no viene del Estado ni del mercado sino de esas personas. Somos sostenibles gracias a esas comunidades que consideran que nuestros textos son interesantes y que conocen nuestras apuestas políticas.

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